Todo lo que sucede, aquí y ahora, ya lo vaticinó un francés hace años. Y no, esta vez el agorero no es Simón Casas. Lo trató Marc Augé, reconocido antropólogo, cuando habló de “el viajero inmóvil”, el cual es aquel que necesita volver a casa velozmente desde su destino para poder compartir su experiencia. No importa lo que sintió allí, dónde aterrizó, qué emociones vivió, sólo valdría lo que compartiese en las redes sociales: “se trata de una visita al futuro que cobra todo su sentido después, cuando se muestran a los parientes y a los amigos las fotografías. Sus viajes empiezan cuando regresa. Esta imposibilidad de disfrutar de lo visto se debe a la necesidades transformar la experiencia en imágenes. La imagen tiene un poder inmenso. Por un lado, su omnipresencia hace innecesaria la experiencia del desplazamiento, pero por otro, esta imagen se convierte en el objetivo en sí mismo[…] todos somos hijos de este siglo: todos tenemos necesidad de la imagen para creer en la realidad y necesidad de acumular testimonios para estar seguros de que hemos vivido”. Es decir, siempre queremos estar en otro sitio no para contar lo que hemos vivido, sino para recuperar lo que selectivamente hemos recordado. El don del oportunismo sustituyendo al de la ubicuidad . No les culpo, yo mismo me perdí un indulto de Perera en Algeciras por estar en ese preciso momento recreando con otros, en la barra portátil de los bajos de la plaza, las eternas chicuelinas que veinte minutos antes había inmortalizado José Tomás. Preferimos confeccionarlo a nuestra medida antes que vivirlo sin consecuencias.
Y todo esto viene al hilo de que la única tele temática vigente está fondeando en otros caladeros comerciales ante la ausencia este año de ferias en vivo. Busca, de algún modo, reinventarse en tiempos de crisis, y una de las opciones que maneja es la de retransmitir toros sin público, que es otra forma de viajar sin moverte de tu sillón reclinable. Nada que reprochar al que explora vías alternativas que consoliden su flujo de caja y azucen su tesorería. Lo que chirría es cuando para afrontar esta guerra pones al otro lado de la línea del frente a quienes deberían ser tus aliados. Resulta que tus clientes en lugar verlos como una vacuna pareciese que los combates como al coronavirus. Lo inverosímil es que tu estrategia se base en el refrito de tus propios contenidos a un módico precio: el que ya tenías antes de esta crisis. Lo de Parrado en el campo es otra Liga, la que -no se nos olvide- puso en el mapa antes que nadie Carmelo. Y ahí tenemos ya el chantaje emocional: si cae el Plus, caemos todos. La culpa es de los otros si no apoyan nuestro estado de alarma. Pero aquí no vale lo del “no se podía saber”, no. Joder, que si se sabía. Revistas rebajando su precio y ofreciendo contenidos nuevos, profesionales acudiendo a todos las tertulias caseras emitidas por Instagram a las que son invitados, aficionados desempolvando su hemeroteca en VHS para compartir todos los días corridas legendarias… Mientras tanto Canal Toros ha logrado con sus abonados lo que sólo antes había conseguido Ferran Adriá con la tortilla de patata: la deconstrucción de la afición. El veredicto de quién sabe aplaudir y quién no, segmentar la audiencia en función tus preferencias ( ojo al esmero que hoy en día están poniendo los taurinos para discernir entre “afición” y “público”), la institucionalización del toro bonito y el torero que compone la figura. Porque lo de insultar en directo a tus abonados, que también, parece más la táctica de la cigarra que la de la hormiga. Es como si el Louvre expusiera la etapa rosa de Picasso, al tiempo que arrumba el resto de su obra entre la salida de emergencia y los lavabos de señoras. Pero hay algo igual de imperdonable (¡peor aún!) en su gestión de recursos humanos, aunque visto con perspectiva lo mismo hay que agradecérselo ahora: dos de los mejores periodistas de esto, ahora sacándosela en una tv autonómica, salieron del Plus sin que nadie les echase cuentas, sin que nadie fuese consciente de que estaban desterrando talento puro, pensando por lo visto que los que se quedaban eran los buenos.
Pablo Aguado ya ha dicho que el gran peligro es matar la mayor virtud del toreo, que es su carácter efímero (“debe existir siempre esa magia de que o vas o te lo pierdes”). Y Morante empuja en la misma dirección: “Estaría dispuesto a dejarme televisar en un tentadero siempre que se mantenga el misterio, lo permitiría”. Porque esa es otra: decía Einstein que para problemas distintos no puedes seguir haciendo lo mismo, y ahí está por ejemplo Victorino que ya ha compartido en redes sociales un tentadero con Curro Díaz y Emilio de Justo, La Quinta también hizo algo parecido, o en El Pilar tienen preparado un “toreando a la luna” con Juan Mora y Diego Urdiales… Algo se agita, asoman nuevas formas de conectarnos, de transcender: el cliente elige a la carta el contenido y el continente, aunque mientras tanto alguno todavía nos quiere cobrar por un revólver encasquillado , como para pegarnos un tiro en el pie. Así que bien mirado, ya que vamos a pagar, que no sea por un viaje inmóvil. Y si además me van a insultar, yo prefiero que sea en la plaza, sentado en la piedra. Al menos, si he de replicar, sé con quién me estoy jugando los cuartos. Hasta entonces mis compañeros de viaje seré yo quien los elija. Y el precio de ese peaje.
Escrito por nuestro socio Óscar Escribano
Foto: Juan Pelegrín