GRACIAS, JAVIER
La temporada de 2025 ha sido la de Morante, y también la última de Robleño, en la que hemos presenciado algunas de las masacres más viles desde la acorazada de picar. Brigadier o Saltillo son buenos ejemplos de ello.
Al hilo de la salvaje carnicería cometida en la corrida concurso de ganaderías contra el toro de Palha, me ha venido a la cabeza, durante las últimas semanas, la despedida de los ruedos de Javier Castaño.
La temporada de 2012 comenzaba con la famosa foto del G10, aquel grupo de toreros que parecían los Reservoir Dogs de Puerto Urraco. De la feria de San Isidro de aquel año hay un libro del profesor Cabrera que la califica como la peor feria de la historia: ocho mexicanos acartelados, sin rastro de El Juli ni de Ponce. Hubo un tiempo, no muy lejano, en que las poderosísimas figuras no rendían cuentas en Madrid.
Se inventaron algo llamado Feria del Arte y la Cultura, y al lumbreras que tuvo la idea se le ocurrió reunir a El Cordobés, Rivera Ordóñez y El Fandi en un mismo cartel. Así andaba el negocio,
Mi recuerdo de aquella feria es de sopor y hastío… hasta que llegó el 30 de mayo. Con toros de Carriquiri, acompañado por Frascuelo e Ignacio Garibay, un Javier Castaño vestido de azul marino y oro puso tres veces al caballo, de un tal Tito Sandoval, a Flamenco, un toro de 633 kilos.
En 2009, Esplá colgó los hábitos dejando para el recuerdo aquella sonrisa regalada a Beato. La lidia y el tercio de varas parecían cosa del pasado, hasta que la generosidad y la afición de Castaño —ese leones de Salamanca— provocaron el delirio en la plaza.
La tauromaquia estaba entonces en manos de los mandones del toreo, era la fundación del funcionariado taurino: el pico daba paso al contorsionismo, la alcayata y las nuevas formas de entrar a matar. La suerte suprema se empezaba a ejecutar al modo del Circo del Sol.
Pero el sábado 1 de junio de 2013, ante imponentes toros de Cuadri, con Robleño y Luis Bolívar en el cartel, Javier Castaño volvió a demostrar su afición y generosidad. En el quinto, Sandoval, Adalid, Fernando Sánchez y Marcos Galán reivindicaron todas las suertes del toreo. Volvieron loca la plaza de Las Ventas y recordaron que esto es otra cosa.
Nadie echó de menos el pegapasismo poderoso de los mandones encorvados de los últimos veinte años. Fue una vuelta al ruedo sin necesidad de vuelos de muleta, con ecos de aquella vuelta de Anderson Murillo con Esplá: un oasis entre el tedio de las nuevas figuras, algunos enfermeros, otros poderosísimos, empujados por los incipientes medios taurinos al servicio del Sistema.
Poco se supo después de aquella cuadrilla. Incluso algunos compañeros, sobrepasados, llegaron a criticarlos. Seis toros de Miura en Nimes, un cáncer, y la reaparición en Sevilla, por supuesto con Miuras. Adolfos, Escolares, Cuadris… hasta llegar a una despedida, tras veinticinco años de carrera, con ese color ocre y melancólico de Zaragoza.
Ni siquiera en Salamanca le dejaron despedirse.
Veinticinco años de entrega y de verdad.
De mirar al toro con respeto, de pelear con el cuerpo gastado y el alma entera.
Veinticinco años de hacer del ruedo un territorio sagrado, donde la verdad era norma y el miedo, compañero.
Castaño no fue un torero de gestos, fue un torero de silencios.
De esos que no necesitan una cámara para ser eternos.
Su toreo tuvo la elegancia del hombre que sabe que la gloria es efímera, pero la dignidad, no.
Y cuando se marchó de Madrid, con toros de Saltillo, dejó suspendido en el aire algo que no se aplaude, pero que se siente: el peso de la autenticidad.
Ese temblor hondo que deja el valor sin aspavientos, la pureza sin marketing, el oficio sin trampa.
Pocos han tenido el privilegio de irse tan bien rodeados, tan fieles a sí mismos, tan toreros, pocos han podido reunirse con Cuadris, Frascuelos o Robleños, ejemplos del Madrid auténtico y silencioso.
Porque cuando el sistema olvida, la afición recuerda.
Y cuando los focos se apagan, lo único que queda es la memoria de los hombres que hicieron del toreo una forma de honradez.
Por eso hoy, más que un adiós, es un gracias.
Gracias por la entrega sin condiciones, por la lección de respeto, por recordarnos que en el toreo —como en la vida— solo cuentan la verdad y el corazón.
Gracias por tanto, Javier.
Gracias por no rendirte nunca.
GRACIAS, JAVIER.
David de Santiago, socio de la Asociación El Toro de Madrid