La noche del pasado 12 de octubre, paseando a mi perro Ahtos, me crucé con un aficionado y abonado a la plaza de Las Ventas, me inquirió, “se nos ha acabado la temporada”, a lo que contesté, “ya vendrá otra y seguro que mejor”, pero no podía nada más que contestarme, “¿sin Morante…?”.
Efectivamente, Morante de la Puebla despidió su temporada y la de los abonados de Madrid, con el gesto de “desprenderse” el sencillo añadido al pelo que hoy llevan los toreros; se “desprendió” de la seña de identificación que como lidiador portan. En declaraciones a Ramón Calderón (X La Economía del Toro 13/10/25 12:18 a.m.) le contaba: “no me he cortado la coleta, me la he quitado”.
Cortarse la coleta es todo un rito, como pudimos ver en el acto que protagonizó esa misma tarde, nuestro querido y admirado Fernando Robleño y sus hijos; es el hecho de renuncia voluntaria que indudablemente afecta a su identidad. Fernando deja social y emocionalmente la profesión, aunque los toreros se sienten matadores de toros toda su vida. No se puede renunciar al estado mágico que han vivido en la tauromaquia. No es el caso de José Antonio Morante Camacho, que ha dejado las puertas abiertas a una más o menos próxima vuelta a los ruedos.
Antiguamente, debajo de la montera, el diestro se recogía la coleta, que gallardamente exhibía en su día a día, hasta que a finales de 1914, Juan Belmonte, —Belmonte, como no—, suprime la coleta de cabello natural. Si antes el sacerdote llevaba la distinción de la tonsura, símbolo de humildad, el torero exhibía, con ostentación, la gallardía de la coleta.
Se ha despedido, o ha dicho hasta luego, el último “mandón” en el toreo, uno de los pocos mandones que a lo largo de la historia de la tauromaquia ha habido. En la última década del siglo XIX, sólo sobresalen dos cabezas: Ponciano Díaz, en México, y Rafael Guerra Guerrita en España. Estos jugaban en solitario, sin rival, sin oposición, invadiendo los terrenos y ganando batallas, mientras su propio ego se volvía en su contra. Los dos acabaron de distintas maneras en 1899.
No se puede ser “mandón” sin ser una gran figura, que fuerza sus condiciones, sin importarle dónde y a quién. Ser “mandón” es imponer el carácter individual, sin importar las presiones externas; es ser dueño de la determinación de dominar su voluntad, sin atender al coste y esfuerzo que requiera, y que exige una fuerte entereza psicológica, para reforzar su firme personalidad.
Es muy difícil mantenerse en el mando. El toreo es una actividad de hombres valientes, con un gran control de las emociones, que requiere una gran concentración, que en ocasiones resulta agotadora, pues exige olvidarse de casi todo ajeno al mismo.
La Fiesta, nuestra Fiesta de toros, tan ilusionante para unos y decadente para otros, nos enseña desde su historia, como desde los tiempos de Pedro Romero, como en los de Lagartijo y Frascuelo, en los de Guerrita, los de Joselito y Belmonte, en los de Manolete… y ahora con Morante, el eterno y renovado tópico del mundo, en el que todo nace, vive y muere.
Sin embargo, la celebración del juego con toros ha seguido sobreviviendo a generaciones y generaciones de toreros, ganaderos y aficionados por encima de todas las elucubraciones que auguraban su decadencia, su muerte inmediata.
Pero si en algo debemos centrarnos los aficionados en estos momentos, una vez acabada la temporada, es en unos cuantos puntos que acosan nuestros tiempos, y no en la retirada, o no, de torero alguno.
La incipiente sospecha, ya desde los años 40 del pasado siglo, y que seguimos teniendo algunos aficionados de hoy en día, es la de la manipulación de los cuernos a la que se ve sometida la raza del toro de lidia. No ha faltado más que la implantación de las “fundas” que ya hace años nos “colocó” el ganadero D. Ricardo Gallardo, y al que han seguido prácticamente la totalidad de ganaderías. Excusa sin paliativos para manipular las defensas de los animales. Existe un laboratorio en Madrid, en el Complejo Policial de Canillas, donde se pueden mandar a realizar los análisis periciales de las astas de los toros lidiados, que a veterinarios, asesores y autoridad les resulten sospechosas. ¿Cuántas han ido a lo largo de las últimas temporadas? Yo mantengo, como algunos otros, que esta corruptela se acabaría si se hiciera responsable de la manipulación al propio diestro, aplicándole una dura sanción económica e incluso impidiéndole ser contratado durante un determinado tiempo en las plazas nacionales.
Otra corruptela que afecta muy gravemente a la lidia es el desprestigio del primer tercio de la misma, en la que no solo están implicados los picadores, sino también los diestros, los presidentes de plaza y, por supuesto, el público asistente a los festejos. Recordemos las palabras de Díaz-Cañabate en ABC, hace 55 años, nada más y nada menos, el 16 de agosto de 1970: “La suerte de vara de antaño era pródiga en emociones. Ahora es totalmente insulsa, y, asimismo, cruel, porque crueldad significa aprovecharse del peto para herir al toro a mansalva”.
Aunque con mucha menos importancia, deberíamos reflexionar también sobre la desmesurada concesión de trofeos, que constituye una intolerable insolencia y que pretende ser un arma propagandista. Porque, aunque el público pagano proteste y exija trofeos, es la autoridad de la corrida el único responsable de la concesión de los mismos, por lo que tendrían que reflexionar los cuadros presidenciales.
El público es un jurado popular sobre el que no existe disposición alguna en contra; pero es absolutamente intolerable la intervención de algunos subalternos, que en muchas ocasiones, y algunas en actitud chulesca, contiene el arrastre del astado, encarándose con la presidencia. Deberían ser los propios jefes de cuadrilla los que corrigieran dicha actitud, pero como vemos a lo largo de las temporadas, ellos también se suman a las reprobables maneras de sus subalternos, con miradas insolentes y gestos de mal gusto hacia la presidencia. No hace falta poner ejemplos.
La polémica puede y debe subsistir entre el público y la presidencia de cualquier corrida, pero nada más que eso. A los toreros les toca acatar el fallo que se produzca.
Y ahora, nos queda a los aficionados, a la espera de la inauguración de la temporada de 2026, sumirnos en lecturas, exposiciones, tertulias, coloquios, visitas a ganaderías… que nos alivien del resentimiento de no poder asistir a los ruedos, a disfrutar de nuestra Fiesta de toros.
Ánimo.