DETALLES DEL FESTEJO
Plaza de Toros Las Ventas
Cuarto festejo de la feria de otoño, segunda novillada. Se lidiaron seis novillos de la ganadería de López Gibaja, de procedencia Juan Pedro Domecq, vía Toros de El Torero. Muy mal presentados, excepto el cuarto. Animales sin cara, sin remate y sin seriedad para esta plaza. El tercero parecía un eral y activó el malestar general en los tendidos en cuanto pisó el ruedo, que protestó la falta de trapío. En comportamiento poco que destacar, el primero inválido que debió ser devuelto, al igual que el segundo, el tercero con genio y el cuarto, quinto y sexto mansos y deslucidos.
ALEJANDRO FERMÍN, de grana y oro. Pinchazo y estocada trasera tendida (silencio). En el cuarto, estocada trasera, caída y tendida (silencio).
IGNACIO OLMOS, de caña y oro. Pinchazo y estocada caída (silencio). En el quinto, estocada caída y cuatro descabellos (silencio).
ALEJANDRO ADAME, de marino y plata. Estocada delantera y atravesada y siete descabellos. Aviso (saludos). En el sexto, dos pinchazos y estocada atravesada (silencio).
Presidencia: D. Rafael Ruíz de Medina Quevedo. Muy mal por dos motivos. En primer lugar, por aprobar semejante novillada. Varios de ellos no debieron pasar el reconocimiento. En segundo lugar, porque no mostró el pañuelo verde en el primer y segundo novillo que demostraron falta de fuerzas, incluso perdiendo las manos en bastantes ocasiones.
Suerte de varas: Se picó poco, pues los utreros de Gibaja poca fuerza tenían, poca entrega en la pelea y pasaron desapercibidos en este tercio.
Cuadrillas y otros: Destacar al torero de plata, pero un gran torero. Sergio Aguilar, de la cuadrilla de Alejandro Fermín. Se desmonteró a la finalización del tercio de banderillas del cuarto de la tarde. Da gusto verle en el ruedo, lo elegante que anda delante del toro, lo bien vestido que va siempre, lo fino que está y cómo anda de suelto con capote y garapullos.
La plaza registró menos de media entrada sobre el 50 % del aforo permitido en una tarde de temperatura muy agradable.
Teníamos muchas ganas y esperanza en ver una buena novillada de López Gibaja. Antonio hijo, representante del hierro, me consta que tiene una gran afición, un trabajador insaciable y una visión interesante dónde quiere llevar su ganadería. Me sorprende que, conociendo Las Ventas, como bien la conoce, pues es muy habitual verle en los festejos en su barrera del 8, sabedor del novillo que gusta en Madrid, haya sido capaz de presentar un encierro así. Una decepción, que estoy segura que él es el primer consciente de este fracaso. Y no solo en la pobre presentación sino en el nulo juego y falta de fuerzas alarmante.
Sobre los actuantes, debutaba en la catedral del toreo, el último eslabón, por ahora, de la dinastía de los Adame. Sus hermanos, Joselito y Luis David, ya saben lo que es tocar pelo en Las Ventas, aunque aún no han entrado en el corazón de la afición venteña. Este Adame, Alejandro, llegó a la capital del toreo, dispuesto a dejarse todo, pero para ser torero, hace falta algo más que la predisposición y las ganas. Le faltan todavía muchas cosas, se puede decir que gustó, al menos, en su intención, como buen mexicano de torear variado de capa (tan anhelada en el toreo actual), pues no perdió la oportunidad de realizar unas chicuelinas en su turno de quites en el segundo novillo. Pero ya en su primero, tercero de la tarde, el pequeño Adame quiso callar el enfado del público por la presencia del animalito y le plantó cara en una faena que aunó firmeza, frescura y disposición, y salpicada, incluso, con algunos pasajes sueltos al natural de buen corte. Pero no tuvo su recompensa esperada, pues la afición, cuando no hay animales serios no valora con benevolencia la actuación de los espadas, aunque sean novilleros.
En el sexto, en cambio, pasó más de puntillas ante un animal mansote y complicado por la manera de defenderse y de protestar ante cualquier afrenta. El joven novillero lo intentó por uno y otro pitón, pero al final no le quedó otra que cortar por lo sano.
El novillo que abrió plaza saltó al ruedo prácticamente sin vida, un animal sin fuerzas y al que no hicieron sangre en varas ni para un análisis. La música de viento en los tendidos no se hizo esperar, más aún cuando el animal no paró de perder las manos en el incomprensible planteamiento de Alejandro Fermín de querer abrir faena por abajo. Ni cuidándolo como trató de hacerlo después su matador, que lo pasó con suma suavidad, pero sin lograr convencer ya a unos tendidos que vivieron aquello con total displicencia. Gracias, señor Ussía, por no devolver al inválido.
Al cuarto le faltó sobre todo raza y le sobraron brusquedades a la hora de tomar los engaños de un Alejandro Fermín que, aunque trató de vender su puesta en escena en el toreo de cercanías, no resolvió gran cosa, a pesar de su largo empeño ante un novillo que, como el público, acabó pidiendo la hora. Uno más, en la costumbre de alargar las faenas eternamente, ¡cuándo aprenderá a apostar más por la calidad que la cantidad!
El primero de Olmos tampoco estaba sobrado de fuerzas y como el presidente no estaba con la intención de sacar el pañuelo verde, el novillo tendió a protestar y a defenderse con mal estilo en el último tercio, donde midió al torero antes de pegar oleadas soltando la cara y “acostándose” ya en el segundo muletazo. Olmos anduvo voluntarioso en una labor totalmente anodina desde el punto de vista artístico, igual que su trasteo ante el insulso y desabrido quinto, que pegaba ya el tornillazo antes, incluso, de arrancarse y con el que el joven toledano perseveró, pero sin poder sacar absolutamente nada en claro.
Así concluyó esta novillada, decepcionada con los novillos y los novilleros, y es que así no se puede venir a Madrid.
Escrito por Esther Arribas González
Foto: las-ventas.com