Bueno, pues, al parecer, los taurinos se han apuntado otra victoria sobre los aficionados. Por fin, lo han vuelto a conseguir. Cenicientos 2002 ya no es lo que había sido en los últimos años y muy especialmente en el año anterior. De una novillada encastadísima más cuatro corridas de toros excelentemente presentadas en el 2001, que mantuvieron la emoción tanto en el ruedo como entre los aficionados, se ha pasado en éste a dos novilladas puramente comerciales y dos corridas de toros de ganaderías de nombre sonoro pero que resultaron un auténtico fiasco. Es decir, más o menos lo mismo que suele verse en la mayoría de los montajes feriales del resto del país. Carteles que suenan para atraer a los incautos pero a falta de los valores que todavía buscamos unos pocos nostálgicos, principalmente la emoción. No creo que a los aficionados que nos desplazábamos desde diferentes partes del mundo a presenciar unos espectáculos insólitos - por el plan antiguo, diríamos - nos vuelvan a quedar ganas de volver, mientras no se nos garantice que todo volverá a ser como antes. Lo que algunos tardaron muchos años en llegar a alcanzar se lo han cargado otros en cuatro días. Enhorabuena al crimen organizado. No sé si ellos han estado detrás de todo, como casi siempre, pero en todo caso lo han logrado una vez más. Como simples espectadores que hemos asistido desde fuera al “Circo Cenicientos 2002” vamos a tratar de explicar simplemente lo que hemos llegado a alcanzar a ver, puesto que otros secretos más profundos nos han estado vedados. Lo que seguirá a continuación está relatado como si fuese un cuento, o más bien una historia para no dormir. Todo comenzó para mí cuando, a falta de veinte días para comenzar la feria, nadie me podía dar razón, ni sabía los carteles, ni toros, ni toreros y ni siquiera el número de festejos. La precipitación en la organización había llegado al máximo. Se comentaba en corrillos que el problema era de celos políticos pues, al parecer, alguien se quería apuntar el éxito que durante años alcanzó una comisión de aficionados, al estilo de lo que suele hacerse en Francia, recorriendo cerca de 30.000 kilómetros anuales para ver toros adecuados a una feria modesta, de pueblo, pero con la máxima dignidad, difícil de ver en la mayoría de ferias del país. Es decir bueno, bonito y barato, con lo difícil que es esto, especialmente en los toros. Por eso, al retirarse de un plumazo dicha comisión, los políticos, es decir los concejales de Cenicientos responsables de organizar la feria de este año, tenían que partir de cero y en un tiempo mínimo. Para ello se pusieron en manos de un joven, pero ya importante empresario, para que les sacara del atolladero. Pero como todo esto creo que a los aficionados no nos debe importar, sino sólo lo que sale al ruedo, vamos a pasarlo por encima y ciñámonos a los hechos que pudimos presenciar en directo, con nuestros propios ojos. El primer día se anunció una novillada de Rocío de la Cámara. Para los de Madrid tenía el atractivo de poder presenciar el estado de una ganadería que hace años nos está vedada en Las Ventas. (Estos Lozano, ¡qué poco cuidan contentarnos a los aficionados, echándole imaginación al asunto, con lo fáciles que somos..!). Estuvo muy bien presentada, encastada, más ofensiva y con más trapío que la mayoría de “bolos” de verano que ofrecen las figuras en sus “pseudocorridas” de las ferias. Y eran novillos...La pena fue que se masacró en varas y nos quedamos sin ver cómo eran en realidad varias de las reses, al brillar por su ausencia la profesionalidad de los de a pie, puesto que están todavía demasiado verdes para este tipo de novilladas. Por cierto, al contratarles ¿alguien les explicó lo que iban a matar y cómo son los gustos de los coruchos? Seguro que no. De todas formas, no empezaba mal la feria. Los comentarios del público empezaron a subir de tono. Cuando salió el tercero, la gente, indignada, se echaba las manos a la cabeza, al comprobar que las escobas de las puntas era lo más sobresaliente que se podía ver. El segundo día, la novillada era de Giménez Indarte, una ganadería comercial de las muchas que se pueden ver en cualquier otro lugar. Poca casta, un poco más grande y ofensiva de lo normal pero nada más. Ya nos empezábamos a temer que era el punto de inflexión y que a partir de ahí todo empezaría a ir cuesta abajo. Los novilleros asustados y aliviándose, las cuadrillas a pie deambulando por el ruedo y corriendo muertos de miedo y los montados, pues como siempre, o sea pésimos, en plan “carniceritos”, dejando a los novillos mechados y listos para hamburguesas. Por la noche, en el baile de la plaza, los corrillos comenzaban a hacer cábalas con pesimismo sobre lo que pasaría en los dos últimos festejos “mayores” que cerrarían la feria. Los aficionados, sin embargo, como siempre, insensibles al desaliento, confiábamos en que el debut de Victorino en Cenicientos levantaría el serial y sería sonado. Y vaya si lo fue. Pero no para levantarlo sino todo lo contrario. Y llegó el esperado tercer día. A las diez de la mañana, hora habitual en Cenicientos para los reconocimientos, los asistentes y curiosos que se acercaron recibieron la primera decepción. Al parecer (según comentaron los “listillos” que siempre se enteran de todo o a los que es necesario informar a medias para que divulguen lo que interesa a algunos) había existido algún problema en el embarque en la finca y el camión con las reses no llegaría hasta las doce. Un cuarto de hora antes del mediodía, los alrededores del corral de reconocimientos estaban hasta la bandera. No sólo estaban los aficionados que habitualmente suelen acudir sino los debidos a la expectación levantada y al retraso, por lo que la cifra de asistentes calculo que superaba los trescientos. Había gente hasta subida en los tejadillos de uralita que bordean el corral. Antes de comenzar, el sargento de la Guardia Civil, al verse desbordado por tal cantidad de público asistente se dirigió a los presentes, explicando que o se guardaba silencio o mandaría desalojar los corrales. Se parecía a esos jueces que salen en las películas de Hollywood, amenazando con desalojar la sala. El mayoral de la ganadería de Monteviejo, vestido con un trajecito corto gris de estreno y un sombrerito cordobés muy mono a juego abría los ojos como platos. Luego nos enteramos que es nieto del mayoral titular de Victorino y debutaba en estos menesteres a sus 16 añitos. Y llevaba la lección bien aprendida, como veremos. Y comenzaron a aparecer los toros. El primero estaba despuntado de los dos pitones pero como se había hecho correr la información de los problemas en el embarque la gente, aunque a regañadientes, no se manifestó en exceso. El segundo estaba despitorrado y daba la impresión de que parte del macizo estaba en la finca o en el cajón del camión. Aquí ya los comentarios del público empezaron a subir de tono. Cuando salió el tercero, la gente, indignada, se echaba las manos a la cabeza, al comprobar que las escobas de las puntas era lo más sobresaliente que se podía ver. Eso sí, los toros regordíos y acochinados pero muy sucios y llenos de heces. En ese instante el jovencito mayoral gritó a la concurrencia con cajas destempladas que o se callaban o se desalojaba el local. Un abucheo que duró casi un minuto fue la respuesta que recibió. El sargento de la Guardia Civil no sabía qué hacer. La gente seguía abucheando y el sargento aguantó impertérrito. Se daba cuenta de que la gente estaba calentita y no sólo por el sol de justicia que hacía. Finalmente le comentó algo al jovencito en voz baja y los ánimos se aplacaron. Y salió el cuarto. Este estaba con un pitón escobillado y al otro pitón le faltaba todo el macizo, con la parte blanda al descubierto y chorreando sangre. Aquí sí que la gente ya no aguantó más y comenzó a protestar. Los gritos de ¡fuera! ¡fuera! atronaban en el reducido espacio de las corraletas. Los veterinarios dictaminaron que ese toro no era apto para la lidia pero su opinión, como sabemos, sólo es escuchada pero sin vinculación alguna con la decisión presidencial última. Finalmente salieron los dos que faltaban, en condiciones similares a los primeros. Y luego dos feísimos y destartalados sobreros de Moreno Silva, muy abiertos de cuerna pero muy mal hechos y además dos raspas, sobre todo comparados con los de Monteviejo. Al final la gente estaba indignada pero confiaba en que por lo menos darían juego y el toro sangrante sería desechado. Y nos fuimos a comer, preocupados por lo que podía suceder en la plaza por la tarde. Lo primero que pudimos constatar al entrar al coso a las seis era que el programa anunciaba que el toro sangrando por el pitón no se había rechazado y había sido hábilmente colocado para lidiarse en último lugar. Preguntamos y nos contestaron que el jovencito mayoral había sido aleccionado para amenazar con llevarse la corrida entera si se desechaba algún toro. Todo eso a la una y media, cuando ya no había tiempo material para traer otra corrida. El presidente ante esto se planteó si era políticamente correcto dejar a Cenicientos sin corrida y aceptó, al parecer, los seis toros de Monteviejo, con la esperanza de sacar el pañuelo verde en cuanto el toro mutilado apareciera en el ruedo. Pero con lo que no contaba era con que la cuadrilla de Canales Rivera se lo colocara en sexto lugar de lidia. Y comenzaron a salir los mutilados. La gente protestaba de salida los toros, especialmente los que habían visto el reconocimiento matinal, pero luego, como buenos aficionados, se centraban sólo en las incidencias de la lidia. Y así fueron centrándose en lo desconfiado que estuvo Mariano, las pinceladas exquisitas sin rematar de Pauloba y la inhibición total de Canales que, al parecer, tenía que salir disparado a matar otra corrida en su tierra esa misma noche. Y salió por fin el sexto, al que habían colocado barro y paja en el muñón, que ya no sangraba. Y la gente comenzó a levantarse y a mirar al palco. Pero, en ese momento, las peñas comenzaron a cantar la jota, acallando a los discrepantes. Terminada ésta, el toro entró al caballo y en cuanto rozó el peto comenzó a sangrar de nuevo, lo que ya no dejaría de hacer en toda la lidia. El público no pudo más y explotó. Más de mil personas en la plaza estaban de pie, increpando al palco, mostrando las entradas a la presidencia. Pero, cuando todo el mundo pensaba que allí aparecería por fin el pañuelo verde ¡oh, milagro! las peñas (todas, no sólo las dos más numerosas sino todas, que ocupan prácticamente media plaza) no sé si aleccionadas o coaccionadas por alguien, comenzaron a cantar ¡Hola don Pepito! ¡Hola don José!, acallando las voces de protesta de la otra media plaza. Y allí apareció, en medio del fragor, un pañuelo blanco y cuando nos quisimos dar cuenta ya estaban los banderilleros actuando a toda prisa. Canales, como si fuese Costillares, le dio dos por la derecha, uno por la izquierda y se fue a por la espada. En menos de dos minutos se estaba ya apuntillando al toro de la vergüenza de Cenicientos 2002 y de la falta de vergüenza de los Victorinos, padre e hijo, que asistieron sin inmutarse a la corrida. Por cierto, el padre, en la última fila, escondido tras un enorme gorro de paja que le ocultaba en gran parte de las miradas que le buscaban con ganas de decirle algo. y el hijo junto a su hija, impertérrito, serio, muy serio. Dicen las malas lenguas que han cobrado más de cinco kilos por esa corrida que, queremos suponer, tendrían apartada para rejones en algún otro lugar a mitad de precio, al estar los toros despuntados. Pues que les aproveche. Han llenado la bolsa pero se han cargado Cenicientos. A lo mejor el taurinismo se lo premia algún día. Es la práctica habitual de los Godfathers... Lo que algunos tardaron muchos años en llegar a alcanzar se lo han cargado otros en cuatro días. Enhorabuena al crimen organizado. Por fin, el cuarto día nos obsequiaron con una corrida de Cebada Gago. Este hierro, de gran prestigio y por el que los aficionados de Las Ventas suspiramos desde hace tiempo, lógicamente, tenía todas las corridas de la temporada ya previstas y vendidas para plazas más caras que Cenicientos. ¿Qué hizo, pues, el ganadero al llegar a comprarle a última hora? Limpiar los corrales y vender lo que tenía para remendar las otras. Los toros, con la casta de la casa pero en tono menor, las pezuñas enormes y abiertas, como si se hubiesen corraleado y creando grandes problemas a los de a pie. Los toreros estuvieron muy desconfiados y tengo que decir que a Rafael González, un torero al que admiro profundamente, nunca le había visto en un tono tan bajo y desconfiado, especialmente en su primero. En el otro sólo voluntad y muy mal con la espada. Miguel Martín se encontró con los dos más manejables y estuvo digno y Gómez Escorial mató su lote y punto. No me acuerdo de muchos detalles más. Qué diferencia de las corridas del año anterior, que todavía recuerdo. Y así terminó la feria de la decepción, la que los taurinos estaban como locos por destruir, porque comenzaba a fastidiarles el aguijón de Cenicientos que, aunque era el de una avispa contra un elefante, les molestaba porque de alguna manera les desnudaba ante los ojos de los aficionados de verdad, que venían de todas partes del planeta. ¡Quién sabe, si hubiese seguido creciendo, dónde podría haber llegado..! Pero no. Entre todos la mataron y ella sola se murió. El aguijón se ha quedado sin punta. Y los aficionados a jo...robarse y agua...ntarse. Como siempre. Me golpeo la cabeza contra este muro de las lamentaciones. Taurinos, Godfathers, perdonadme mis pecados de querer ver corridas de verdad, de las de antes de la guerra, de las del plan antiguo. Me arrepiento de ello... ¿De veras me arrepiento?... NOOO..