El verano ha empezado, ¡horror!, en Las Ventas de los Lozano. Tras una feria de saldo no podía esperarse nada mucho mejor de la programación estival. Si lleva ya unos años abandonada a las ganaderías basura y a los toreros casi sin esperanza, en esta temporada que parece de recogida, qué no nos esperará. El inicio marca con claridad el camino por el que los aficionados nos veremos obligados a transitar con el fin de saciar nuestra inmensa sed de toros. Nuestros habituales acompañantes en el tendido, esos grupos de turistas orientales, americanos o teutones tampoco podrán exportar la pasión de una fiesta que, en el verano madrileño también, se muere. Antón Cortés y Curro Díaz, mano a mano. El cartel promete. “¿De quién son los toros?”, pregunta un aficionado incauto, “es que como salen en letras tan pequeñitas no los veo”, apostilla. Hasta que su compañero le contestó le duró la alegría al aficionado cegatón. Ni un segundo más. Toros de José Luis Pereda y La Dehesilla, afamada pareja de hierros “de garantías” que nunca han sacado un bicho en condiciones en la arena de Las Ventas. La corrida se desarrolló como se esperaba. Los toros, titulares y suplentes, por los suelos. El trapío, bajo mínimos y los (pocos) aficionados, cabreados. Esto último empieza a ser una constante, pero si se lo dices a los taurinos o a algún presidente imprudente y pendenciero, resulta que tenemos oscuros intereses y por eso protestamos. De traca. Los dos chavales que nos ilusionaron unos días antes se estrellaron con una limpieza de corrales indigna de una plaza de tercera. Los Lozano nos (y les) hicieron otro gran favor mientras la Comunidad de Madrid, con su cohorte de eminencias, marquesas y momias, giraba su cuello artrítico hacia otro lado. Para el domingo 20, novillos de El Retamar, otro apaño de sangre Núñez del que ni siquiera se sabe a que asociación ganadera pertenece. Los novillos salieron mansos a más no poder, sin una gotita de sangre brava, con menos casta que un gato de escayola. Estos animales de adorno, tradicionales ejemplos de visión nula, seguramente distinguirían mucho antes un fraude encubierto que ese consejo reumático de los asuntos taurinos (así, con minúsculas) que vela por nuestros intereses. Risas. Para lidiar (si cabía) ese ganado de lujo se trajo a tres novilleros inexpertos que deberían reorientar su futuro. Lo peor que les puede pasar a estos chicos es que los engañen, que les convenzan de que esos “oles” tan poco convencidos de sus paisanos eran de verdad. Una retirada a tiempo siempre supone una victoria. En el caso de la insoportable empresa de Madrid, la retirada lleva ya muchos años fuera de tiempo. Para el domingo que viene (27 de junio) los restos. Un encierro de Toros de Albarreal, sobras de los sobreros que se trajeron para la infausta feria de San Isidro, patrón del bolsillo agigantado de los empresarios. Luis Vilches, López Chaves y Andrés Revuelta, aquel chico al que engañaron para tomar una alternativa suicida en la feria. Ahora sabemos el precio: la repetición veraniega con seis toros inútiles para la lidia. Espero equivocarme. El cabreo de los aficionados empieza a ser una constante, pero si se lo dices a los taurinos o a algún presidente imprudente y pendenciero, resulta que tenemos oscuros intereses y por eso protestamos. Así, por senderos como estos, llegaremos agotados hasta el final del verano, esperando los carteles de la Feria de Otoño, a la que desde hace años todo el mundo llama Impuesto Revolucionario. Este termino nadie (entre quienes manejan el cotarro) lo debe de entender. La empresa sigue programando con la tacañería archiconocida. La Comunidad continúa bendiciendo con complacencia. A unos los ciega el dinero, a los otros les impide ver esa extraña mentalidad por la que han decidido que el pueblo existe para servirlos a ellos. Debería ser, evidentemente, al revés.