DETALLES DEL FESTEJO
Plaza de Toros Las Ventas
Corrida de la Beneficencia (Feria de San Isidro 2022), presidida por el rey Felipe VI.
Con clima primaveral y ausencia de viento se ha jugado el vigesimoquinto festejo de la Feria de San Isidro, con toros de la ganadería de Alcurrucén, encaste Núñez, dispares en sus hechuras y capas, descastados y tasados en sus fuerzas, con varios ejemplares, por su presentación, indignos de ser lidiados en la primera plaza del mundo. Primero y segundo, protestados de salida. Todos los ejemplares con sospechosos de cuerna, susceptibles de ser objeto de examen “post mortem” para disipar dudas razonables.
Morante de la Puebla, de grana y oro. Dos pinchazos, metisaca, otro pinchazo hondo, y media estocada trasera; PITOS. Estocada trasera y caída soltando la muleta, y dos descabellos; OREJA.
El Juli, de berenjena y oro. Pinchazo a paso de banderillas y una casi entera desprendida, dos descabellos; SALUDOS DESDE EL TERCIO Cuatro pinchazos y estocada desprendida trasera, y descabello; SILENCIO.
Ginés Marín, de azul noche y oro. Estocada en todo lo alto aunque trasera, un aviso y dos descabellos; SALUDOS DESDE EL TERCIO. Estocada entera y aviso; SILENCIO.
Presidencia: D. Eutimio Carracedo Pastor. Pasó inadvertido durante la corrida, quedamos a la espera de que aplique el articulo 58 del Reglamento de Espectáculos Taurinos vigente, en el cual se detalla que finalizada la lidia, se realizarán, por los veterinarios de servicio, los oportunos reconocimientos "post mortem" de las reses, con el fin de comprobar aquellos extremos conducentes a garantizar la integridad del espectáculo.
Cuadrillas: este apartado se queda hoy como el Sáhara, desierto.
Tercio de varas: salvo Aurelio Cruz Ríos en el cuarto y José Antonio Barroso en el quinto el resto de entradas al caballo se han saldado con monopuyazos de muerte (a pesar de las escasas fuerzas de los astados) en lugar de varios puyazos de castigo, varios de dichos puyazos alevosamente traseros y alguno de ellos aterrizando en las paletillas.
Va para quince años ya, en Casa Patas, que uno de los invitados a nuestras tertulias invernales dejó dicho que dentro de 20 años nadie se acordaría de El Juli, que sólo se hablaría de Morante. Que veinte años no es nada lo sabe hasta el del tango, pero es que quedan sólo cinco para que se cumpla la profecía.
Una vez reseñado esto, unido a que hoy la casta no asomó por toriles, que lo abanto de Núñez nunca llegó a romper como suele en el último tercio, y que las acusadas carencias de fuerza y de casta que atesoraron eran incompatibles con la fisonomía de un toro de lidia, únicamente queda por decir que hoy Morante de la Puebla, con la puntualidad de lo eterno, ha zanjado la inexistente dicotomía entre el toreo inmortal y el toreo a la última. Morante es un clavo ardiendo, una puerta de ésas del Ministerio del Tiempo que te teletransporta a sitios que sólo te puedes imaginar en sueños. Morante, con todo lo perro que es, va a ser el único que va a evitar que el toreo puro, el imperfecto pero fundamental, termine siendo un toreo difunto y olvidado, que es lo que quieren los demás. Porque con el primero, “Jaranero”, ya inició su faena de muleta con la espada de verdad, desentendiéndose del toro tanto o más como se había desentendido el animal de él, pero cuando salió su segundo, con el rumor en los tendidos de cómo se lo había llevado limpio esta feria, hubo ahí algo que nadie más que él adivinó. “Pelucón” le sirvió (toro de pastueña y espantadiza condición que repitió en las telas, sin un mal gesto) para que Morante lo ahormase por bajo con su muleta, doblándose con él a base de ayudados a dos manos, enseñándole a no huir, consintiéndole como escribía Corrochano que hacía José, y todo preñado de un sabor y saber que ningún otro posee. A este toro, ya reconvenido en la tarea de embestir, le ha sacado Morante un puñado de pases deslavazados, añejos en su forma, por ambas manos y siempre con la barbilla hundida en el pecho, el toro pasándoselo por la faja (que no por la barriga) y cargándole la suerte de esa forma imperecedera a la que no le hace falta cruzarse para crujir al toro. Molinetes invertidos, el pase cambiado a lo Belmonte, desmayado por momentos, y todo con temple, mucho temple, eso que ahora no hace falta porque lo que se busca es movilidad, y no bravura que ralentizar. La serie última con la que abrocha su intermitente obra, a pies juntos y con la muleta presentada siempre por delante, la rubrica con un pase de la firma que, otro más, sirve para imaginarse a Morante posando para un cartel de Ruano Llopis. Sabedor de que tiene la moneda, entra José Antonio con todo a matar (nada del paso de banderillas de las últimas veinte presencias en Madrid) porque sabe que hay una puerta neomudéjar y muy grande que le dice, por qué no, “vente”. Pero toda su porfía, todo su empeño, no es suficiente con esa estocada caída y soltando el engaño. Obra inacabada que ya se queda con nosotros para siempre. Lo de hoy de Morante debe ser, frente a un toro con poder y encastado, algo parecido a acariciar la gloria, y ahora ya no sabemos si nos ha engañado estos quince años o únicamente hoy.
Venía El Juli a sustituir a Emilio de Justo, al que le ha brindado su segundo toro de la tarde, torero lozano con toros lozanos. Pero hoy el Julián López del día de La Quinta ha vuelto a ser El Juli de todas las tardes, de terrenos y conocimiento, de compás abierto acompañando al toro, de muñecazo al final para quebrarlo más. En su primero, “Pianista”, un berrendo suelto de carnes impropio de Madrid no logró acoplarse de inicio con él, y aunque El Juli tiró de trucos no fue capaz el “alcurrucén” de entregarse para poder transmitir lo que hace falta a los tendidos. Nunca pisó El Juli el sitio comprometido, y aunque sus tandas de tres ligados y el de pecho muy largo la espada, su personalísima manera de ejecutar la suerte suprema, no le hace ningún favor a la hora de asegurar trofeos. Ya en el quinto había una losa que había ubicado antes Morante en forma de locura colectiva, y el manicomio del cuarto fue imposible revertirlo con el abanto y huidizo quinto, de nombre “Antequerano”. Y aunque respondía a los toques más que a los vuelos nunca salía de debajo de la muleta, así que como en su anterior ejemplar El Juli se tuvo desistir e irse a por el estoque de verdad como el boxeador aturdido que vuelve al taburete de su esquina en el ring cuando suena la campana. Si se cumple el pronóstico de aquel invitado a Casa Patas a El Juli le quedan 5 años para hacer olvidar a Morante, y eso está por ver.
Y luego está Ginés Marín, de la nueva hornada de toreros hechos con la misma masa madre que las figuras actuales, con una técnica apabullante que camufla toda ausencia de toreo fundamental como se ha entendido los 250 últimos años, un torero que te hace un cambio de mano que es perfecto para la foto de la crónica, pero que ni cita ni para ni templa, y mucho menos manda. Digamos en su descargo que ya el pasado 25 de mayo en su actuación con la de Fuente Ymbro se le vio convaleciente de su cornada del día 15, y si a esa merma física le unimos su catálogo uniforme y encorsetado de tauromaquia para públicos de aluvión no es de extrañar que en su primero, un toro deslucido y sin fondo, y el sexto, un manso pregonado que cantó la gallina en cuanto vio un hueco, haya intentado construir sendas faenas idénticas en su inicio, nudo y desenlace. Sus ganas de medrar y su planta juvenil consiguieron arrancar en su primero unos aplausos condescendientes y algo más con el mansurrón sexto en la misma puerta de toriles. Mas cuando metió la mano hasta los gavilanes en este “Javito” que cerraba plaza, y después de ver cómo nunca lo sujetó para lidiarlo como manso que era, yendo detrás de él del uno al cinco y de ahí al nueve para volver al uno, sacándole al toro el estoque haciendo más agónica la caída, sólo pudimos acordarnos de cómo Talavante en sus años prósperos a unos cuantos de estos les cortó las orejas en dos palmos de terreno, entre el cuatro y el cinco.
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