Regalar orejas es engañar a los toreros. Siempre ha existido ese chascarrillo entre los aficionados a los toros, y lo cierto es que pocas cosas más exactas existen en el mundo del Toro. Regalar una oreja es engañar al torero, pero si lo que se regala es una puerta grande, el embuste se eleva a la máxima potencia. Y no digamos ya si estos hechos ocurren en una plaza como la de Madrid, la considerada plaza más importante del mundo, aquella que da y quita. Efectivamente, Madrid da, pero también puede quitar. Una tarde sin orejas en Madrid puede darlo todo, y una tarde de puerta grande en Madrid también puede quitarlo todo. Parece la vida al revés, pero es así. Y esta máxima deberían metérsela a calzón todos aquellos que sean parte en el mundo del toro: no solo los propios matadores, novilleros y rejoneadores; también banderilleros, picadores, mozos de espadas, ayudas de estos, apoderados, intermediarios, empresarios, ganaderos, familiares, amigos, peñistas y hasta la madre que parió a Panete.
Ejemplo práctico: novillero X es anunciado en Madrid por primera vez en su vida. Esta es una tarde importante para él, y por ello ha fletado varios autobuses de gente de su pueblo para que acudan a los toros esa tarde a gastos pagados, entrada incluida, y le apoyen en tan especial día. En Madrid la exigente afición, que por si hace falta decirlo acude todos los domingos a los toros y paga la entrada del dinero de su propio bolsillo, ha escuchado por ahí de boca de aficionados con suficiente credibilidad que ese novillero gasta buenas maneras y que merece la pena seguirlo. Resulta que en su primer novillo, el chico muestra sus encantos con el capote, parece que sabe interpretar la verónica con clasicismo y cadencia. Se le ven ganas de agradar, entra en quites y no lo hace mal, y en el tercio de muleta vuelve a mostrar buenas maneras: se pone en el sitio, se pasa a los novillos cerca, siempre da el paso hacia delante y no echa el pie atrás, muestra tendencia a querer rematar los muletazos atrás... En resumen, el novillero ha demostrado que su concepto del toreo se basa en la pureza y que en su cabeza no cabe eso del toreo 2.0. El paisanaje que ha arrastrado desde su pueblo le ha aplaudido todo, hasta los tres o cuatro pinchazos a la hora de matar, y eso no es lo que se dice una razón objetiva para considerar que ha estado bien, pero también ha dejado un agradable regusto en el paladar de esos aficionados de Madrid que, toree quien toree, pagan su entrada domingo tras domingo. Y eso sí que significa mucho. Ha dejado ganas de volver a verlo en su siguiente novillo y confirmar buenas sensaciones. No les pasa a todos los novilleros, mucho menos a quienes comparten en esa tarde cartel con él. Sale pues su segundo novillo, y vuelve a demostrar ganas el chico apodado X. En banderillas, el novillo que le ha tocado en suerte mete la cara y repite de maravilla en el capote del banderillero: el chico parece que tendrá el novillo soñado en el momento y en el lugar soñado. Y lo tiene, vaya si lo tiene. El animal embiste en la muleta con mucha nobleza y también cierta casta. Tiene emoción esa embestida, no es esa embestida bobalicona que acaba provocando bostezos arriba en el tendido. Es un novillo importante, y el novillero X anda con él sin volver la cara, vuelve a ponerse en el sitio y a dar ese paso hacia delante que hace falta irrefutablemente para TOREAR de verdad, pero... Sí, "pero". Efectivamente a la faena le faltan muchas cosas; la principal, dominio. El chico pasa la embestida del animal en línea recta y hay muletazos, más de los deseados, en que le quita demasiado pronto la muleta de la cara al novillo, haciendo gala de ese feo trallazo que tan poco gusta en Madrid. Los derechazos se van sucediendo y el paisanaje, que lo aplaude todo, está en éxtasis. Pero entre los no paisanos no hay convencimiento, el novillo está por encima. Hay dos naturales magníficos cuando se echa la muleta a la zurda, de esos que vuelven a demostrar que en la cabeza de ese novillero hay cosas verdaderamente interesantes. Es todo un espejismo, pues tras esa única serie de muletazos con la mano izquierda, vuelve a los derechazos y a la falta de acople. Y poco más, unos doblones por el lado derecho para cerrar al novillo, y la estocada. Hay sensación en el tendido de que con una buena estocada, pero una buena estocada de verdad y no que entre hasta dentro caiga donde caiga, podría ser motivo de una oreja que premiara a un novillero que, como se dice en Madrid y que tanto gusta allí, ha estado en novillero toda la tarde y que ha demostrado buenas maneras. Se le ha ido sin torear un novillo de ensueño, pero no ha vuelto la cara ante él en ningún momento, ha querido hacer el toreo y, lo más importante y que no todos hacen, no ha estado por la labor de engañar al personal. Solo el pinchar o una estocada de mala ejecución y colocación le puede privar de llevarse una oreja. La espada entra a la primera pero está tendida y desprendida, hasta el novillo la escupe. Pero sirve, no hace falta ni siquiera el descabello. El paisanaje celebra la estocada con tanto ahínco que por un momento algunos creemos estar en el Bernabéu contemplando cómo somos campeones de Europa una y otra vez. Por supuesto sacan el moquero, algunos hasta con las dos manos. La oreja, barata a juzgar sobre todo por la estocada, cae, pero hay mayoría de pañuelos y eso, reglamento en mano, no se puede rebatir. Siguen pidiendo la segunda oreja, parecen no haberse enterado o bien de que la oreja está ya concedida, o de que en Madrid para dos orejas, y hasta para una, hace falta mucho más. Suerte que la segunda oreja es potestad única y exclusiva del Presidente, quien debe valorar no solamente la petición sino la lidia completa, la faena de muleta, la estocad... ¿Suerte? Suerte para el novillero, que se vio con dos orejas en la mano; y calabazas para el prestigio y la seriedad de la plaza de Madrid. Y seguramente, un Cinco Jotas para el Presidente. Porque de otra forma no se entiende...
Este ejemplo, basado en hechos reales, viene al pelo para explicar cómo una tarde de dos orejas en Madrid puede ser la perdición de cualquiera si estas dos orejas nunca debieron ser cortadas. Primeramente, el ojo se centra única y exclusivamente en la puerta grande que jamás debió abrirse, en las dos orejas de verbena que lo hicieron posible, en la bronca que se llevó el Presidente y, sobre todo, en la extrema necesidad que ahora urge en reemplazar a este señor de su puesto, y no es solamente por este hito: se trata del mismo Presidente que le mostró el pañuelo verde a un toro de Las Ramblas cuyo único pecado fue merecer las banderillas negras. Ahora, en las tertulias taurinas de Madrid solamente se habla de esto, pero nadie repara, por desgracia, en que el novillero apodado X, que bien podría ser V (V de Víctor Hernández) ciertamente no dio una mala tarde de toros en su presentación en Las Ventas. Ni mala, ni mediocre, ni tan siquiera correcta, no. El chico demostró buenas cualidades, toreó bien con el capote, dio la cara y, lo más importante, ilusiona de cara al futuro, pues no todos los nuevos valores se fijan en el espejo de la pureza para andar delante del toro. Pero ahora bien poco se habla de eso, y sí demasiado de lo mal que ha quedado, una vez más, el rigor de Las Ventas.
También puede hacerse daño él a sí mismo si no asume humildemente y con torería que esa puerta grande en Madrid, además de barata, nunca hubiera llegado a abrirse sin la exclusiva gracia de la gente que se trajo del pueblo en autobús. Puede llevarle a un conformismo rácano que no le hará muchos favores en el futuro. Y no solo eso. El día de mañana, y no tardando mucho porque eso se producirá sí o sí inmediatamente, saldrá de las talanqueras y dará el salto a las grandes plazas y ferias. Sevilla, Valencia, Pamplona, Francia y, por supuesto, si sale alguna sustitución en San Isidro, o más adelante en la feria de Otoño, serán sus próximos compromisos. Y en estas plazas no se verá ya con un puñadico de aficionados del lugar que quedarán ahogados en el mar de sus autobuseros, sino que será al revés: su gente quedará en número insignificante ante los abonados de aquellas plazas. Y entonces la condescendencia se tornará en realidad, y eso duele muchísimo. A veces, más que las propias cornadas.
Que no caiga en el olvido: REGALAR OREJAS = ENGAÑAR A LOS TOREROS. Y más en plazas importantes, no digamos ya en Las Ventas.