DETALLES DEL FESTEJO
Plaza de Toros Las Ventas
Viernes 19 de mayo del 2023. 9º festejo del abono de San Isidro 2023. Las taquillas cuelgan el cartel de «No hay billetes» en tarde ligeramente ventosa y a rachas.
SEBASTIÁN CASTELLA, de blanco y plata, con pasamanería en lila. Estocada baja y entera, con muerte. Leves Pitos (1). Estocada entera, trasesa y levemente atravesada. Dos orejas (4)
JOSÉ MARÍA MANZANARES, de azul rey y oro. Estocada corta, trasera y caída. Silencio (2). Pinchazo y estocada trasera y atravesada. Silencio (5).
PABLO AGUADO, de corinto y oro. Meddia estocada caída. Silencio (3). Cuatro pinchazos y un descabello. Silencio (6)
Se han lidiado 6 toros, 6 de Jandilla, siendo el último del hierro extremeño Vegahermosa, de la misma casa y de semejante encaste, Domecq Solís. La corrida ha sido pareja, siendo seguramente la más seria en conjunto de lo que llevamos de serial isidril, tanto por sus cornamentas bien desarrolladas como por su musculatura, luciendo todos ellos un morillo reseñable, signo de su madurez formal. El primero salió con exceso de romana, el segundo algo feo por ser bizco del izquierdo y el tercero fue algo más justo de hechuras. En contraposición a ello, la corrida mostró una plausible falta de fuerzas y salió del primer tercio sin apenas recibir castigo, produciéndose continuados simulacros. El mejor toro de la tarde fue el cuarto, Rociero, de buena condición, pronto, enrazado y algo blando de remos, habiendo salido además del jaco sin recibir castigo; el prototipo del toro moderno que al último tercio llega casi íntegro y que se desplaza con noble entrega y prontitud.
Presidencia: Eutimio Carracedo Pastor ha vuelto a protagonizar una infamia continuada desde el palco como presidente de la corrida, manteniendo los tres primeros en el albero a pesar de las plausibles protestas por la más que notable invalidez de los toros. En concreto, el tercero cayó hasta siete veces hasta llegar al último tercio, no viendo al parecer razón para sacar el pañuelo verde. A su vez, regaló la segunda oreja a Sebastián Castella por su faena al cuarto, la cual estuvo llena de altibajos, no toreó con la capa y además mató trasero, situación que nos lleva a pensar que desconoce profundamente no solo el rigor de Madrid sino el propio reglamento cuya normativa ha de aplicar y hacer cumplir. Esperemos que no vuelva a sentarse en un lugar que no merece.
Suerte de varas: El primer tercio fue un auténtico simulacro a lo largo de toda la corrida. Los varilargueros apenas aplicaron castigo en el primer puyazo y en el segundo, marcaron con descaro, con el objetivo de mantener en el albero bureles que flojeaban desde el inicio, perdiendo en su mayoría las manos al salir del caballo. En resumidas cuentas, una corrida más de la Fiesta actual, basada únicamente en el tercer tercio y en hacer del primero un proceso carente de sentido y contrario al propio Reglamento.
Cuadrillas y otros: Los subalternos, siguiendo los hábitos actuales, en vez de ejecutar las suerten en su pletitud, se ocuparon de mantener sobre el albero venteño sendos moribundos que no aguantaban ni un puyazo en sus carnes, subiendo los capotes y participando en el simulacro en varas. Hubo rehiletes exquisitos en ejecución y en reunión, como venimos últimamente observando la mayor parte de las tardes, habiendo mejorado esto consideramente respecto a temporadas pasadas. Rafael Viotti puso dos soberbios pares al cuarto, de poder a poder y clavando en la cara. La brega al cuarto fue excelente, llevada a cabo por el lúcido y muy completo peón José Chacón. Juan Sierra dejó un par al sexto de ley, saliendo además muy torero del encuentro frente a un toro que hacía hilo y que puso en complicaciones a los banderilleros.
A principios del S. XX, Ramón María del Valle-Inclán, en su pulsión por retratar de forma satírica los excesos febriles de la sociedad española del momento, desarrolló un nuevo subgénero literario, el Esperpento. En este, a través de una trasposición de espejos simultáneos, como si varios ojos mirasen a la vez una misma realidad, se mostraba cómo aquella España palidecía de ignorancia, de falta de misericordia, estando enfrascada mediante una suerte de sucesos grotescos y absurdos en su naturaleza vana y trágica, de la cual debía salir para llegar al florecimiento que alumbrase el futuro incierto de la nación. En dichas obras, la grandeza queda convertida en auténtica miseria y en mentira, ya que el incumplimiento de los principios morales conlleva que el fin sea profundamente falsario, como ocurrió otra tarde más en la Plaza de Toros de Madrid, la cual ha sido nuevamente profanada por los mercaderes taurinos y por sus adscritos, quizá de forma ya insalvable.
Aquellas madejas de intereses crematísticos de las que nos hablan las novelas de Valle-Inclán parecen tener sinfonía en el estado actual de nuestra plaza, entumecida por una serie de personajes de cuestionable moralidad y de nula afición. Primeramente, por el señor presidente, Eutimio Carracedo, seguramente el peor que ha pasado por un coso que lleva años sufriendo la ineptitud de este órgano, el cual ha puesto Madrid al nivel de la plaza de cualquier pueblo de provincias. No solo se otorgan premios sin fundamento alguno, sino que se incumple por sistema la normativa propia de este espectáculo, quedando a ojos del espectador como una muestra más de la connivencia entre el palco y los intereses de la empresa Plaza 1, no habiéndose, ante nuestra sorpresa, devuelto todavía ni un solo toro a pesar de haber visto ya unos cuantos moviéndose como moribundos y cayendo continuamente al suelo.
Todo ello sumado a un público bullanguero, tragicómico y profundamente ignorante, como si de don Latino de Hispalis, personaje fundamental de Luces de bohemia, se tratase. Cada vez es mayor el número de gente que acude a la plaza a ponerse hasta arriba de alcohol y a aplaudir de forma cínica, sin cuestionarse la verdad y coherencia de aquello. Lo peor es que dichos canallas de gin tonic y habano abogan por imponer de forma caciquil un silencio autoritario, defienden su derecho a pedir despojos sin argumentos que los avalen y, a la vez, niegan mediante el insulto y la amenaza la libertad de otros para exigir un mínimo de rigor y el cumplimiento del reglamento. Todo ello finiquitado con una salida en hombros con cerca de quince agentes de policía y con sus respectivos caballos cercándolo ante la falta de decoro y decencia del personal. Además, al salir, comenzó la ya habitual y no por ello menos infame discoteca en las terrazas, dificultando más si cabe la salida de los asistentes a la corrida.
El momento culmen de lo grotesco fue la concesión de las dos orejas a la faena de Castella al quinto de la tarde, un toro que apenas recibió castigo y que se vino arriba en banderillas. El toro poseía prontitud, iba de largo y el diestro francés basó su faena en el pitón derecho, dejando unas cuantas series de trallazos, sin templar la embestida de un burel que no cesaba en sus acometidas. De pronto, cambió de mano y dejó una serie de ley al natural, corriendo la mano y llevando al toro con mando, finalizando los muletazos detrás de la cadena e hilándolos con cierto gusto. Fue un espejismo, ya que posteriormente volvió al pitón derecho, pensando seguramente que el contrario podía descubrirle, al embestir por allí el toro con una codicia enrazada y de enorme transmisión, la cual había que someter. Dejó una estocada trasera, la cual causó que la muerte fuese más lenta, levantándose con casta el de Jandilla después de haber primeramente caído. Finalmente, después de haber perdido Castella la muleta en el trasteo -situación que en Madrid suponía un detalle muy negativo- y con una nueva e indecorosa labor de los mulilleros, esperando unos diez segundos parados al lado del cadáver, con el fin de ayudar y, quién sabe, ganarse quizás un sobresueldo, el presidente concedió el segundo despojo, el cual no fue ni protestado ante la sorpresa del aficionado, que ya anda mascando las mieles del mayor de los desalientos. Con su primero, el de Béziers estuvo tan destemplado como el viento que determinó su faena. Inició por bajo el trasteo con unos doblones pero sin exigir al toro, dejando que el toro pasase. Fundamentó su faena en pases a media altura ante un burel que no podía ni con su rabo. Mató, después de alargarse en exceso, con una estocada baja, que tuvo muerte casi instantánea.
José María Manzanares, que lleva unos cuantos años en los que nos preguntamos qué hace vistiéndose aún de luces después de su calamitoso estado, estuvo tremendamente ventajista a lo largo de toda la tarde, en el primero de sus dos paseíllos en el serial. No debe sentirse cómodo ni confiado, ya que con ambos toros citó más allá de la oreja, tremendamente aliviado, sin pudor alguno y metiendo pico de forma desconsiderada. No tuvo ni suerte con al espada, razón que antes sustentaba su éxito. Dejó un decente recibo al quinto, aunque sin sacar los brazos, siendo siempre complejo discernir si se trata de un lance por verónicas o por delantales, ya que tampoco da vuelo a la capa. Alargó en exceso con el quinto, un marmolillo que acabó aplomado en los terrenos de chiqueros.
Pablo Aguado, torero al que se espera en Madrid sin quizá merecerlo en exceso, tampoco tuvo su tarde y además manifestó una falta de respecto absoluta al público, queriéndose poner cañí durante casi diez minutos con el tercero, un moribundo que no dejó de arrastrase por el albero, cayéndose repetidamente. Los que hemos visto durante estos años a este torero sevillano sabemos que es un diestro al que parece que le gusta sobre todo el toro sin apenas fuerzas, con el que se siente seguro y dispuesto. Pues eso tuvo el tercero de la tarde y tampoco lo vimos fino, desarrollando una faena de enfermero sin el pellizco ni el temple que se le supone, según los mentideros. Con el que cerró plaza, se mantuvo despegado durante el trasteo, el cual fue monótono y deshilvanado. Dejó, a pesar del potente viento que arreciaba, un ramillete de verónicas con cierto sabor al barrio hispalense de San Bernardo, cuna de Pepe Luis y de Manolo Vázquez, acabándose así otra tarde más marcada por el tedio y la mediocridad de una plaza cosida a cornadas que ya ha olvidado la seriedad y el rigor que la hizo grande.
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