
Queridos amigos del taurinismo oficial y palmeros asociados, tengo malas noticias para ustedes: ese ente maligno y perturbador que en alguna de sus soflamas llaman “el 7” puede no existir. Tan malas noticias como las que podrían recibir los queridos retoños de ustedes: los Reyes Magos, puede que tampoco. Ni el 7 para mal, ni los Reyes Magos para bien, quizás existan. O tal vez, de una manera o de otra, puede que sí. En ambos casos, depende de cómo se mire.
No es que el 7, tendido, grada o andanada, no exista como tal. De hecho, no sufran si, por equivocación, han sacado una entrada para broncearse en ese lugar durante el próximo festejo. Encontrarán unas puertas sobre las que claramente aparece el número 7, y pasando a través de ellas, tendrán acceso a su localidad. Eso sí, para permanecer durante más de dos horas en un purgatorio que, a tenor de lo que suele salir por chiqueros, podría equipararse más bien muchas tardes a las calderas de Pedro Botero. Si se trata de sus hijos, no sufran tampoco si pensaban asistir a la próxima cabalgata. Allí se encontrarán a tres señores, debidamente caracterizados como Reyes de Oriente. Para más pistas: uno de ellos, mientras no sea todavía delito, con la cara llena de betún.
Entonces, ¿por qué puede pensarse que el 7 no exista? Bueno, existe en la medida de que se trata del tendido más idiosincrático de la Plaza de Madrid, pero no como una realidad ontológica encarnada por perversos y amargados individuos, miembros todos ellos de la malévola Asociación El Toro de Madrid. Y no existe con ese sentido por la sencilla razón de que los pérfidos miembros de tal asociación se encuentran sospechosamente desperdigados por toda la plaza de Madrid. Por supuesto, induciendo al Mal a todos los vecinos de localidad que puedan tener la desgracia de haber renovado su abono cerca de él. Y también porque se da la incómoda realidad de que, en tal tendido, se reúnen tanto grandes aficionados, como grandes botarates, así como turistas y ciudadanos varios que allí acuden con ánimos y expectativas diversas. ¿Les sorprende? Si usted fuera uno de quienes son dados a moverse por la vida con clichés, seguro que sí.
Alguien sensato podría preguntarse: ¿Cómo puede atribuirse entonces a tan variopintos centenares de aficionados una misma visión de la tauromaquia, un mismo comportamiento, unas intenciones siempre aviesas? ¿Cómo los medios oficialistas del taurinismoreinante, prácticamente todos, atribuyen a tal zona de la plaza parte de los males de la Fiesta? ¿Por qué a tal amalgama se le atribuye una endémica falta de respeto, una falta de verdadero conocimiento de la tauromaquia, una falta de sensibilidad ante las “esencias” artísticas que se vierten cada tarde sobre el ruedo, una ceguera ante el “poderío encastado” que presentan invariablemente las reses de hoy, una obcecación ante el “imponente trapío”que la Autoridad indefectiblemente impone a los toros que se lidian en Madrid?
Alguien igual de sensato respondería sin dudarlo que tales acusaciones son propias de quien, o bien acaba de aterrizar por primera vez en Las Ventas y no conoce en absoluto lo que en tal tendido sucede, o bien se encuentra cómodo despotricando sobre una entelequia maligna sobre la que verter toda la bilis, no poca, que esa persona puede llevar segregando durante años contra quienes claman por una Fiesta más transparente y decente. Por cierto, dato no menor. No olvidemos que quienes abanderan estas reivindicaciones de transparencia y decencia son precisamente de los pocos que, en este mundillo, están libres de intereses económicos en él.
En este sentido, es oportuno hacer notar que la Fiesta de los toros es probablemente el único espectáculo conocido en el que quienes lo ofrecen descalifican a los espectadores que se atreven a expresar su legítimo descontento. De hecho, las plazas de toros deben ser el único lugar del mundo en el que el viejo adagio de “el público siempre tiene razón” ha mudado al de “el público sólo tiene razón cuando aplaude”, o, mejor dicho, “… cuando ovaciona ovinamente y pide la oreja”. No queda más remedio entonces que preguntarse si, en un momento en el que el número global de asistentes a las plazas no deja de menguar, la mentalidad que está detrás de la insólita cruzada que mantiene el taurinismo contra una parte de su público, al que lo lógico sería que aspirara a satisfacer, no será otra de las razones de la crisis que está pasando la Fiesta.
Aparte de disquisiciones como las anteriores, disculpemosque las entendederas de algunos no alcancen a comprender la diferencia existente entre la Asociación El Toro de Madrid y el tendido 7. Como también que presenten un déficit cognitivo que les impida entender que en la Asociación El Toro de Madrid convivan distintas visiones, distintos comportamientos, distinto grado de conocimiento, aunque un objetivo unánime: la defensa del toro poderoso y la integridad de la Fiesta.
Como hemos dicho, no es que el tendido 7, humanamente hablando, no tenga una personalidad especial. Más bien, todo lo contrario. Ahora bien, atribuir a los pérfidos miembros de la Asociación El Toro de Madrid la responsabilidad de todo aquello que pueda suceder en sus localidades (ya sea una pancarta desafortunada, una borrachera mal digerida o un grito inconveniente), no responde más que una intención torticera de desacreditar a los aficionados que más sacan los colores a ciertos grandes roedores que pululan por las alcantarillas empresariales o mediáticas del taurinismo garrapático.
Una entelequia como el 7 es siempre útil para que el “aficionado de bien” pueda sentirse superior moralmente, aunque no pocos de ellos se emborrachen en la plaza, derramen sus bebidas sobre el vecino de localidad o su odio visceral en las páginas o blogs en los que escriben. Sí, ese mismo tipo de público que grita de manera destemplada proclamas ajenas al festejo, que no mira lo que sucede en el ruedo, que enloquece ante unos trapazosaflamencados y que calla lacayunamente cuando protestan quienes reclaman a la Autoridad que vele por la integridad del espectáculo.
Resulta curioso cómo ese tipo de público arremete de manera invariable contra quienes exigen que lo pagado por la entrada, ya sea por el público en general o por los aficionados, asiduos u ocasionales, se corresponda con los requisitos de un festejo taurino reglamentario. La reacción de esa parte de los asistentes a la plaza bien podría verse como una versión contemporánea del “¡vivan las cadenas!”.
Siendo esa la triste realidad, me aprestaré a acudir al mundo de la psicología social para definir lo que, en muchas ocasiones, pasa por la mente de quienes, desde el poder taurino, usan al “7” como chivo expiatorio de algunos de los males que padece nuestra plaza.
El psicólogo y filósofo social David Livingstone Smithafirma que una estrategia común tanto en las culturas antiguas como en las sociedades modernas que buscan expandir su base de poder es el ataque sistemático al núcleo de la identidad humana del disidente. La estrategia consiste en denigrarlo. En el caso que nos ocupa, atacando su condición de verdadero aficionado: irrespetuoso, fanático, insensible, antiguo, etc., evitando con ello verdaderos debates argumentados. Por otra parte, demonizar la posición del contrincante no busca otra cosa que desprestigiar dicha posición a tal punto que sea socialmente costoso defenderla.
Pero para que ello funcione mejor es necesario previamente homogeneizar al disidente, desposeerlo de personalidad individual y asimilarlo a una masa siempre sospechosa, en este caso, “el 7”. Así en abstracto. Y esto entronca con el llamado “efecto de homogeneidad exogrupal”, que no es sino percibir a los miembros del exogrupo (en este caso, el presunto “7”) como más similares entre sí que los miembros del endogrupo (el taurinismo oficial con todas sus ramas y matices, y aquellos que, en nuestra plaza, son receptivos a sus consignas). Es un pensamiento cuya expresión sería: "Ellos son parecidos, toscos; nosotros somos diversos, complejos".
En un mundo dominado por la llamada “cultura de la cancelación”, la represión del disidente taurino, de aquel que no dice lo políticamente correcto en el mundillo, funciona de igual manera que en otros ámbitos sociales y políticos. Y, en ese sentido, “el 7” es el elemento que debe ser señalado como culpable. Siempre desde la tiranía de las buenas maneras, de la superioridad moral del taurinismo o del público bien pensante, situado, por supuesto, en el lado “correcto” y mayoritario del mundo tauromáquico.
Siendo esto así, queridos amigos del taurinismo oficial, ¿tendremos que seguir considerando creíble atribuir “al 7” la culpa de tantos males? Venga, reflexionen un poco, que no es tan difícil.