Los miembros de la Asociación El Toro de Madrid realizaron una visita el sábado 23 de marzo a las fincas de Victorino Martín, donde pastan sus albaserradas y la ganadería de Monteviejo.
La excursión comenzó en el punto de encuentro habitual, a la hora que casi siempre se escoge: en la Puerta Grande de Las Ventas –esa que sueñan los que aspiran a algo en el toreo- a las ocho de la mañana. Todos al autobús y que no falten los vídeos de toros. A mitad de camino, el primer café, para despejarse y comentar la primera corrida vista en el monitor. Cuando se acerca el mediodía se llega a la finca de Monteviejo, donde pastan las vacas de Victorino Martín, quien nos espera acompañado de su hijo, también ganadero y veterinario. Sin esperar más, enseñan las vacas, muchas todavía criando su becerro.
Los comentarios entre los asistentes se suceden. El siguiente paso es trasladarse a la finca de Las Tiesas de Santa María, donde pastan los astados de los dos hierros de la casa: Victorino Martín y Monteviejo. El ganadero, atento, demanda a sus trabajadores que vayan preparando hoguera para las chuletas de los visitantes. Así, todo estará listo cuando, al llegar, el estómago diga “aquí estoy”. Después de comer, todos al remolque, para ver la camada que saltará al ruedo en este 2002, tanto de Monteviejo, con dos corridas para Madrid, como de Victorino. Primero les toca el turno a los nuevos de la casa, la última apuesta del ganadero que se hizo a sí mismo. Son toros de procedencia Vega-Villar, descendientes de los comprados en la ganadería charra de Barcial. El ganadero ha puesto a prueba sus conocimiento de alquimia, para hacer cruces con lo que tiene de siempre, sus “albaserradas”, y en eso anda. Según algunas opiniones, esto, más que un cruce, es un refresco, pues el encaste Vega-Villar surgió de un cruce (esto sí) entre las castas de Santa Coloma y Veragüa. Habrá que esperar un tiempo para ver los resultados, pero, siguiendo con la misma opinión, lo que busca Victorino es dotar de cierta nobleza las embestidas de los "patas blancas". De momento, lo único que se puede ver es el resultado del experimento en el aspecto de los toros. Después de este cercado, se va directamente a uno más amplio –dejando de lado algunos toros apartados para los próximos compromisos-. Ahí se encuentran los victorinos, los toros que llevan treinta años en boca de todo el mundo. Para bien o para mal, en realidad es según quien hable, Victorino sigue siendo la estrella de los ganaderos y muestra con orgullo su obra. Mientras tanto, los aficionados comentan desde el remolque, toman apuntes, hacen fotos o escogen el toro favorito, del que no dudan en anotar el número. El momento de tensión se produce cuando algún toro amaga con arrancarse a un remolque repleto de extraños desde el que habitualmente se les alimenta. Un último rato para charlar sentados en la hierba, al sol o bajo una sombra, y vuelta al autobús antes de que anochezca. Más festejos en el monitor durante el viaje de vuelta, y una gran dosis de entusiasmo en los aficionados, que ya están deseando ver esos toros saltar al ruedo. El punto de llegada, con la misma grandiosidad que el de salida: La Puerta Grande de Las Ventas, iluminada por un cuarto creciente de luna estrenando primavera.