Vemos con enorme tristeza que no hay que esperar mucho después de ver los carteles de la feria de 2004 para empezar a protestar. Ya nos da pena, ya, pero la única salida que nos dejan ante los despropósitos que se repiten año tras año es esta; la protesta. Parece que en esta temporada tampoco “hay más cera que la que arde”. Es una auténtica lástima que algo tan hermoso y que alguna vez fue tan profundo como la tauromaquia ahora no tenga combustible alguno para calentar la feria de la primera plaza del mundo. Treinta y un días de toros son muchos días. Muchos más van a ser según vayan pasando y se acumulen sobre nosotros, como una lápida, todos los infames espectáculos que con toda seguridad vamos a presenciar. Una vez más hay que repetir una evidencia que parece que se pierde en los laberintos auditivos y no traspasa las cataratas oculares de cuantos tienen mano en esto de la confección de la feria: si no hay más cera, habrá que hacer una feria más corta. No es justo para con el público llenar una treintena de tardes con carteles sin cera. No es una gestión empresarial responsable ni, mucho menos, una labor de fomento y cuidado de los toros por parte de esa Comunidad de Madrid que tan poquito está haciendo por controlar los innumerables desmanes de los Lozano. Se repiten ganaderías que no dan más que disgustos y las hemerotecas están para comprobar que esto no es una mentira caprichosa de “los delincuentes del 7”. ¿Qué pintan en esta feria, otra vez, los hierros de Alcurrucén, Hermanos Astolfi, Puerto de San Lorenzo, Carriquiri, Román Sorando, Gavira, Arauz de Robles, Valdefresno o Atanasio Fernández? Estos son los casos más flagrantes, pero no los únicos. Entre el resto de las vacadas que participarán en el esperpento hay algunas muy sospechosas que se salvan por hechos puntuales que dejaron, en su momento, un leve resquicio para la esperanza del aficionado. A cambio, se nos priva –sin duda por afán de lucro exagerado de la empresa- de la mejor corrida del año pasado, la de Fuente Ymbro, cuyo dueño ha confesado que ni siquiera han hablado con él en el periodo de preparación de este maratón del medio toro que nos va a afligir durante buena parte del mes de mayo y la primera semana de junio. Los toreros son, con pequeños cambios, los que empiezan a ser los de siempre. Las novedades no compensan la falta de atractivo y las ausencias son tan poco significativas que apenas merece la pena hablar de ellas. De algunas hay que reconocer que nos alegramos. Como cada año, habrá toreros a los que vayamos a ver sabiendo que su actuación nos sumirá en un profundo sopor. Otros se jugarán la vida con sus escasos recursos ante corridas que exigirían matadores con mucha más preparación. Estos, los denominados figuras, escurrirán el bulto un año más. Ya lo hacen sobre el papel (Juli/Gavira, Ponce/Valdefresno) y lo harán sin complejos cuando salgan a la arena. Quedan chispitas de ilusión en los nombres de Robleño, Serafín Marín, el muy querido Luis Francisco Esplá, una posible resurrección de César Rincón y poquísimo más. Las carreras de los que se supone que tienen más posibilidades discurren por unos cauces tan aburguesados que nada hace esperar que su postura vaya a cambiar en esta feria. Con este panorama, todos aquellos invidentes que tienen la fiesta por un vergel en eclosión nos piden a los aficionados que no vayamos a la plaza. Algunas presidentas de peñas –miembros a la vez del Consejo del Centro de Asuntos mediotaurinos de la CAM- incluso llegan a decir que los aficionados vamos a reventar las corridas con nuestros gritos y protestas. A esta señora y todos cuantos comparten estas macabras ideas, hay que recordarles que la fiesta no se la carga el aficionado cabal con sus protestas, sino el taurino inmoral con sus toros moribundos, tullidos y descastados. No, nos vamos a ir de la plaza porque llevamos el veneno de los toros en el cuerpo. No nos vamos a ir porque la tauromaquia (íntegra) es una de nuestras pasiones. Y, temblad taurinos, no sólo no nos vamos a ir, sino que mientras permanezca la fiesta en pie (y nosotros con ella) vamos a hacernos notar, a protestar como nunca y a organizarnos para no dar por perdida una guerra que, a pesar de durar siglos ya, no ha hecho más que empezar. Este San Isidro nos vemos en la plaza porque vosotros, taurinillos agradecidos, marquesas de folletín, presidentes corruptos y lenguaraces, empresarios mangantes, gestores complacientes, plumillas al dictado y demás subespecies, lo único que entendéis es la protesta en la plaza. Os prometemos, taurinos indecentes, que esta primavera las vais a tener.