Todo aquel que haya sido joven recordará las tribulaciones de Superman ante la presencia de elementos de su planeta de origen, Krypton, y sus devastadoras consecuencias para la salud. El famoso heroe de historietas, que se ganaba la vida como reportero de periódico, irreconociblemente camuflado detrás de un par de gafas, tenía un talón de Aquiles contra el cual sus superpoderes eran enteramente impotentes. Y es por eso que el grueso de su vida se desarrollaba ante el miedo de que algún fascineroso pudiera llegar a agenciarse algunas piedras verdes de su terruño para hacerle la vida imposible, en el más literal sentido de la palabra. Con los taurinos está pasando algo similar y su reacción está denotando el mismo pánico que el del ubicuo héroe anglosajón ante la kryptonita. Aficionados están ocupando palcos presidenciales, amenazando con devolver a la fiesta la dignidad elemental que se consigue, simplemente, haciendo cumplir el reglamento y sin dejarse doblegar por presiones mercantiles o mediáticas. La sola idea de que la presidencia de las corridas esté a cargo de personas preocupadas por la integridad del toro de lidia, por el correcto seguimiento de las reglas de la tauromaquia y el respeto por su liturgia y, además, lo más grave de todo, dispuestos a darle al público lo que tiene derecho a ver, es algo que a los mercaderes del toreo les llega como la peor de las pesadillas. Y por cierto que se resisten. Las corridas de la Feria de Valdemorillo estuvieron presididas por el presidente del Club Taurino de Madrid, D. José Luis de la Chica. Acerca de su gestión se podrá debatir, así como las circunstancias en que debió cumplir sus funciones; en una plaza de tercera categoría, en fiestas, siendo la primera feria de alguna trascendencia de la temporada y además influenciado por el sólo hecho de ser quien es y de estar cumpliendo la función que estaba cumpliendo. Más allá de cualquier consideración cualitativa, que yo personalmente juzgaría positivamente, su presencia en el palco fue suficiente para que los taurinos se pusieran en guardia e iniciaran su feroz contraataque. A pesar de lo relativamente intachable del accionar del ilustre aficionado en la presidencia de Valdemorillo, los plumarios del oficialismo se han apresurado a arremeter contra él, y no por su gestión puntual solamente, sino en términos genéricos. No sé cuán fidedigna es la fuente porque cito de una cita, pero he leido en algún lugar, que no era el original, que un informador de los taurinos clamaba que "un aficionado no puede presidir, porque no tiene capacidad para manifestar un talante objetivo, supervisor, ni equilibrar los derechos del público, torero y toro". Insisto en que desconozco la cita original y no sé si lo que transcribo es textual. Si lo fuera daría lugar a más de algún comentario sobre sintaxis y estilo, pero ese no es el tema. A lo que me quería referir es a la desvergüenza de sectores del taurinismo de desconocer no sólo el derecho sino la capacidad de los aficionados de juzgar lo que sucede en el ruedo. Desde luego que los palos de ciego son fácilmente rebatibles. Es evidente que nadie puede ser más objetivo que aquel que paga por un espectáculo y que no tiene intereses involucrados en su éxito o fracaso, sino solamente lo mueve el deseo de ver cristalizados en el ruedo sus ideales de arte y valor, y la pasión de su afición. Y nadie puede serlo menos que alguien dependiente de las empresas y sus colaboradores voluntarios -aunque sea indirectamente, y sin que haya corrupción perseguible judicialmente de por medio- y que ha hecho su bandera de lucha de la animosidad contra la afición y contra todo aquel que reclame por sus justos derechos. Los taurinos estaban muy bien mientras los encargados de fiscalizar la justicia y la legalidad estaban de su lado, justamente para poder manipularlas a su merced. La presencia de alguien en el palco que termine con ese fuero fraudulento, es la kryptonita que puede terminar con sus trapisondas, si se llega a extender a más lugares y si los espectadores empiezan a darse cuenta quién es realmente el que defiende sus intereses y, al hacerlo, garantiza una fiesta más íntegra y honesta, y entienden que los que la tenían a su cargo hasta ahora estaban dándole por bueno un espectáculo adulterado y alimentando sus desconocimientos e ignorancia para satisfacer sus mezquinos intereses. En la excelente página web de El Chofre aparece un acertado aforismo firmado por Pepe Luis Vásquez en el que el maestro sostiene: "La fiesta depende de cuando manden unos u otros. Si es el aficionado el que lleva la batuta, el espectáculo mantiene firmes sus raíces, pero si las masas devoran a los aficionados, todo el toreo tambalea." La autoridad está allí para conducir y educar a esas masas, en lugar de convertirlas en un arma para neutralizar a los que exigen una fiesta íntegra. A estas alturas no hay demasiada esperanza para creer en panaceas, pero un aficionado en el palco puede ser un camino de solución. Por algo a los taurinos el fenómeno ya les sienta como la kryptonita.