Alcurrucén y Lozano Hermanos. Sobre todo por la saturación que tenemos de estos hierros. Hasta mitad de los 90, los Lozano se defendieron con dignidad en sus ganaderías. El bajón posterior ha sido espectacular y la casta ha desaparecido. Toros cada vez más feos y más mansos. Nos merecemos un descanso. Arauz de Robles. A pesar de sus hermosas láminas y sus múltiples orígenes, no pasan de ser ejemplares débiles. A este hierro le cuesta mucho completar un encierro y, como en el caso anterior, cuando lo hace suele ser mediocre. Atanasio Fernández. Muchos años han pasado del mejor momento de esta ganadería. Sus toros no sirven más que para carne. El año pasado tuvo la desfachatez de lidiar el mismo 1 de junio varios ejemplares que nacieron en junio de 2000. Eso se ha llamado siempre novillo. Sólo esa falta de dignidad debería inhabilitar a este ganadero para lidiar en Madrid. Si la afición pinta algo, claro. Carriquiri. Un año le salió una corrida que se movió y a partir de ahí, a tragar cada temporada. Son flojísimos y descastados. No los queremos ver, ya que siempre aburren. Domingo Hernández / Gracigrande. Otra de las ganaderías favoritas de los grandes del toreo actual cuyos pitones apenas alcanzan los 20 centímetros cuando se lidian fuera de Las Ventas. En Madrid, a pesar de traer cabezas más o menos normales, no se reponen del descaste. Será que eso lo llevan en la sangre. El Serrano. Otro ejemplo de ganadería que ha lidiado una barbaridad en Las Ventas sin que jamás pudiéramos entender por qué. El lema de la finca en la que pasten estos bichos debería ser: “No entre en esta casa quien tenga una pizca de casta”. El Sierro. Una de nuestras pesadillas más constantes. Es cíclica, nos visita una vez al año. Por más que nos preguntamos la razón, no acertamos a encontrarla. Nunca vimos un toro bravo de El Sierro, ni siquiera encastado. Como nada hace suponer que lo vayamos a ver este año, mejor nos ahorramos todos las molestias. Félix Hernández Barrera. Ganadería de sobreros que, de tarde en tarde, nos regalaba una abominable corrida completa. No vemos ninguna razón para que vuelva. Fermín Bohórquez. El toro anticasta. Tráiganlos para rejoneo, que no nos importa en absoluto, pero en espectáculos serios, donde el toro y el hombre han de estar en igualdad de condiciones, no. Gavira. Jamás pasa un reconocimiento completo. Si de milagro, tras reconocer cientos de toros, lo consigue, jamás se lidia entero. ¿Por qué viene y por qué amenaza la nueva empresa con volver a traerlos? Siempre están asociados a las figuras y siempre fracasan. José Luis Pereda. Petardo tras petardo, esta ganadería, favorita de las figuras. Cada años nos cuela media docenita de subproductos. ¿Este año también o alguien se acordará de la encerrona que se les hizo con sus toros a Antón Cortés y Curro Díaz? José Miguel Arroyo y Martín Arranz. Suelen lidiar mastodónticos ejemplares acochinados que van y vienen sin maldad. Miel sobre hojuelas para los toreros, sopor infernal para los aficionados. La Guadamilla. Han cambiado sus santacolomas por los más puros ejemplos del toro moderno. Proporcionaron un soberano aburrimiento en su última presencia en la plaza. Flojos y mansísimos. Mari Carmen Camacho. Otra asidua de Las Ventas que nos fustiga sin piedad con su falta de fuerzas y casta. Nunca consigue lidiar seis toros. Si alguna vez lo ha hecho, apostaríamos a que el palco no anduvo muy estricto ese día. Nazario Ibáñez. Se nos castigó mucho con ella gracias a su raíz en Núñez. Fue un periodo terrible en el que venían dos y tres veces por año. Que no se repita. Núñez del Cuvillo. ¿Qué decir de estos campeones de la sosería? Su condición de predilectos entre la torería los pone bajo sospecha. Sus comportamiento en el ruedo de Las Ventas en los últimos años certifica que no deben aparecer por Madrid. Sólo salieron con casta cuando de su lidia se encargaron toreros modestos. Curioso. Puerto de San Lorenzo. Un caso similar al de los hierros de los Lozano: el agotamiento nos impide ver con claridad las virtudes de esta ganadería para repetir y repetir incasablemente. Sólo se nos ocurre que por su larga producción sean baratos y que por su poca casta a los toreros les encanten. No sabemos si una al año (novillada mejor) podría servir, pero cuatro no, de ninguna manera. Román Sorando. En los últimos años se convirtió en la novillada estrella de la feria. Sus galas son una debilidad asombrosa que hacen que un mínimo de dos vuelvan a los corrales (sin pararnos en cuantos deberían volver) y ese seguimiento atontolinado de los engaños que tiene el toro moderno. Sepúlveda. Proporcionan un tristísimo espectáculo con su continuo rodar por los suelos. No merecen lidiar en Madrid. Sorando. Caso idéntico al de su ganadería clónica Román Sorando. Valdefresno y otros hierros familiares. Impresentable. El último toro de Valdefresno con casta debió de matarlo a balazos en el campo una gran figura del toreo que acostumbra a lidiar los productos de la torifactoría Fraile. Si se pretende un espectáculo sin emoción, posiblemente esta sea la mejor opción. Victoriano del Río. Sus repetidos escándalos deberían bastar para alejarle de Madrid. Y si no, no hay más que recordar que el año pasado se anunció con su segunda marca y no consiguió engordar lo suficiente a sus becerros corniaplatanados para traerlos a la feria.