
DETALLES DEL FESTEJO
Plaza de Toros Las Ventas
Martes 3 de junio de 2025, 22ª de feria. Menos de tres cuartos de entrada en tarde de temperatura agradable.
Se lidiaron seis toros de José Escolar, en líneas generales bien presentados, aunque alguno más justo de trapío. La corrida sacó un importante fondo de casta; aunque fruto de los malos puyazos y de las malas lidias, algunos de los ejemplares acabaron defendiéndose.
ESAÚ FERNÁNDEZ, de berenjena y oro: estocada corta y dos descabellos (SILENCIO); estocada trasera y contraria que escupe, y cuatro descabellos (PITOS).
GÓMEZ DEL PILAR, de azul pavo y oro: dos pinchazos y estocada (SILENCIO TRAS AVISO); media estocada en buen sitio (OREJA TRAS AVISO).
MIGUEL DE PABLO, de azul noche y oro: pinchazo y estocada caída (SILENCIO); estocada corta tendida, y media estocada (SILENCIO TRAS AVISO).
Presidente: D. Ignacio San Juan Rodríguez, presidió sin problemas.
Tercio de varas: Lamentable el trabajo de los picadores, como siempre. A la corrida se le pegó mucho y mal. Hacer especial énfasis en la actuación de Antonio Prieto ante el 6º, al que masacró con un puyazo en los costillares que, posteriormente, el toro acusó. La corrida no se empleó con suficiente bravura en el caballo.
Cuadrillas: Destacar a Víctor del Pozo y a Julio López banderilleando al 5º, el único momento verdaderamente brillante entre las cuadrillas. Fue una tarde de pésimas lidias y esperpénticos tercios de banderillas, y la corrida acabó acusando tan lamentables actuaciones.
Los escolares fueron, en realidad, catedráticos. Seis señores catedráticos de la Casta, que hicieron que la afición de Madrid recuperase el gusto por el Toro. Un gusto, por cierto, olvidado durante los últimos días por obra y (ninguna) gracia de ganaderías que, de impartir cátedra, solamente lo hacen en moruchez y aburrimiento.
Los escolares se presentaron a su cátedra con sus mejores galas y muy bien preparados por su mecenas, don José Escolar Gil. Alguno, en verdad, tenía cierta apariencia de un prescolar; si bien, cuando una vez en el púlpito empezó a impartir cátedra, tal asunto quedó en un segundo plano. Cada cual de los seis dio su propia conferencia, siendo todas ellas radicalmente distintas. No se parecieron ninguna entre sí, pero todas se pronunciaron en el nombre de la Casta. Y el auditorio quedó plenamente convencido, más que satisfecho y emitió el veredicto de un aprobado general, con muy buena nota además.
Pero para continuar hablando de esos seis escolares que ya son catedráticos, hay que mencionaren en este término a los examinadores. Plantearon exámenes de lo más complicados, con algunas cuestiones de muy difícil solución y, en ocasiones, hasta hechas con excesiva maldad. Como si el único interés fuera que los aspirantes quedaran mal, solamente por propia comodidad y conservadurismo. Igual es que a los examinadores, con la supuesta etiqueta de maestros, les vino demasiado grande el compromiso. Los escolares, categóricamente, le dieron un señor rapapolvo a sus maestros. Así las cosas, al importante corridón de toros que don José Escolar Gil se trajo a Madrid, le faltó precisamente lidiadores y picadores verdaderamente comprometidos con la causa. La causa de la Casta, entiéndase. No se puede estar peor picando, banderilleando y lidiando una corrida de toros.
El primer catedrático se hizo llamar Tostonero. Se pensó mucho eso de ir al caballo; y cuando el picador le plantó la puya, por dos veces, en sitio trasero, respondió defendiéndose. Le fueron suministrados cantidad de capotazos y hubo que entrar hasta cuatro veces para dejarle las banderillas de mala forma. Ya en la muleta demostró estar orientado por el pitón derecho, pero por el izquierdo embistió con mucha más claridad y recorrido. Su maestro, llamado Esaú Fernández, se limitó a trapacearlo de mala manera. Medios muletazos, sin tirar de la embestida hasta el final y haciendo que el toro se le quedara a mitad del muletazo. Así es imposible.
Castellano II fue el nombre del segundo catedrático. La tesis que este señor planteó fue complicada tal vez. Manso en varas y muy agarrado al piso, de nuevo se le pegaron muchos y muy malos capotazos. Llegó a la muleta reservón y agarrado al piso, pensándose mucho qué decir desde el púlpito. Y cuando por fin se arrancaba, medía mucho y tiraba tornillazos. Gómez del Pilar anduvo por la labor de pegarle pases. Y a un toro así, eso es como quien pretendiera resolver una ecuación de segundo grado hablando de sujeto, predicado, complemento directo y adverbios.
Al nombre de Chatarrero respondía el tercer aspirante a impartir cátedra. Acaso en homenaje a otro Chatarrero, aficionado a los toros y gran frecuentador del tendido de esta plaza, que igualmente podría impartir cátedra, pero en su caso sobre "variedad de encastes". En fin, que a ese 3º le organizaron una auténtica carnicería en el segundo puyazo: muy trasero y barrenando con saña. A lo que, por cierto, contestó defendiéndose. ¿Son mansos por naturaleza, o a la fuerza de lo mal que les hacen las cosas? He ahí la cuestión. Tras este infame tercio de varas, el toro llegó a la muleta embistiendo con bondad y sin hacer extraños. Miguel de Pablo lo trató como si de una alimaña se tratara: muy inseguro, tomando excesivas precauciones y sin confiarse ni una sola vez.
El cuarto se llamó Sereno, y ¡¡vaya toro!! En varas fue de "muy a menos" a "algo más". Hasta tres veces acudió al caballo: en el primero se rajó tras sentir el hierro, en el segundo se empleó con un pitón y, en el tercero, metió la cara abajo aunque no terminó de emplearse con suficiente presteza. Además, salió suelto. Pero el toro llegó muy noble, franco y con excelente embestida a la muleta. Y al bueno de Esaú Fernández, tal y como estaba cantado, el toro se le fue sin torear. Dos series de derechazos con la figura muy retorcida, sin pisar los terrenos adecuados y rematando los medios muletazos fuera; otras dos de muletazos con la zurda que derrocharon las mismas trazas de pegapasismo y vulgaridad; y un cierre de faena tocando un palo que casi nunca vemos: bernardinas. Muy original Esaú Fernández. Dio además un mitin con el descabello.
A Calentito, el quinto catedrático, Gómez del Pilar le cortó una oreja tras realizar una lidia bastante más comprometida que lo visto hasta ese momento. Otra cosa es que anduviera a la altura de ese exigente animal, aunque la voluntad que derrochó nadie la discute. El matador pone tres veces al caballo al toro, y este se emplea con poder y echando la cara abajo en las dos primeras varas. Sin embargo, la cosa cambió en la tercera: es aquí cuando el toro empieza a escarbar y a pensarse mucho eso de regresar por tercera vez; y cuando por fin, tras desentenderse varias veces y tener que volverlo a poner otras tantas, el toro decide acudir al caballo, responde defendiéndose bajo el peto. Una pena. Víctor del Pozo le puso dos excelentes pares de banderillas, verdaderamente lo mejor de toda la tarde (y lo único bueno destacable) por parte de los de luces. Ya en la muleta el toro fue encastado y exigente. La madre del cordero en esa embestida era acertar a bajar la mano y llevarlo largo. Someter, que se dice; y Gómez del Pilar no llegó a someterlo. El toro contestaba a esos trapazos con derrotes y parones a mitad del muletazo, pero cuando se le conseguía llevar largo por abajo, embestía como un tren. La propuesta de Gómez del Pilar fue una faena que se basó en la firmeza y en los trapazos, además de una media estocada en el sitio que bastó por sí sola. Y se le cortó una oreja, pedida con amplia mayoría de pañuelos. Valiente y entregado Gómez del Pilar, pero ese toro mereció mucho más que firmeza.
Y la cátedra se clausuró con el señor Conducido, toda una pintura de toro que hizo aparecer la famosa psicosis entre los de luces. Ya en el recibo capotero, se vio al pobre Miguel de Pablo pasando un mal rato. Por ese recibo y viendo cómo embestía ese toro, se barruntaba que en varas iba a volver a haber carnicería... Y así fue: Antonio Prieto, picador a quien se le debería inhabilitar de la profesión de por vida, plantó un primer puyazo trasero y un segundo, sin exagerar, en las costillas . Y en ambos encuentros, además de no rectificar, se le apretó en exceso. Y claro, el toro acusó semejantes puñaladas durante el resto de la lidia. Pero no menos acusaría la infame brega, rebosante de telonazos y de entradas para ser banderilleado. Y aun así, el animalito llegó a la muleta con ganas de ofrecer pelea. Grande, pero muy grande le vino todo a Miguel de Pablo. Sin ideas y limitado de recursos y oficio, se le vio pasar un mal rato durante toda la faena de muleta. Hasta el punto de serle propinada una fuerte voltereta, por suerte sin consecuencias graves aparentes.
La corrida de don José Escolar Gil ha sido, hasta el momento, la de la feria. Una corrida pésimamente lidiada por unas cuadrillas que no han sabido muy bien a qué venían; muy mal picada y sin ser aprovechada. A Miguel de Pablo le vino muy grande todo, y Esaú Fernández se empeñó en darle la razón a quien pensaba que sobraba de esta feria de San Isidro. Gómez del Pilar, más allá del valor y la voluntad por lucir a ese 5°, tampoco anduvo de lo más acertado.
Que sea enhorabuena pues a ese ganadero.
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