DETALLES DEL FESTEJO
Plaza de Toros Las Ventas
5 Novillos de Antonio López Gibaja, mal presentados por chicos y de escaso remate. De la quema se salva el 6º, único digno de hacerse llamar “novillo de Madrid”. Flojos y descastados en líneas generales, bobalicones, mansos en varas y a los que poco hizo falta picar.
1 Novillo de El Cotillo (4º, sobrero sustituto del titular de López Gibaja que fue devuelto por inválido). Escaso de poder, bravura y de casta; se dejó torear.
Eduardo Neyra, nuevo en esta plaza (de azul pavo y oro). Pinchazo y estocada; silencio tras dos avisos. Estocada trasera y desprendida, silencio tras aviso.
Diego García (de verde hoja y oro). Tres pinchazos y estocada; silencio tras aviso. Tres pinchazos, estocada y dos descabellos; aviso y algunos abucheos.
Jesús Moreno, nuevo en esta plaza (de purísima y oro). Estocada atravesada; división de opiniones al saludar, tras aviso. Estocada trasera y desprendida, vuelta por su cuenta tras aviso, muy protestada.
Siete avisos fueron los que sonaron. Siete, que se dice pronto. En todos los turnos y para los tres novilleros: tres para Eduardo Neyra, y dos para Diego García y Jesús Moreno (uno en cada novillo). No hubo especial falta de diligencia para matar a los novillos (salvo Diego García, que sí pegó dos hermosos mítines con los aceros), pero sí que la hubo para saber cuándo es el momento oportuno de irse a por la espada. De esta manera, la tarde de los gibajas, con Madrid ya en fiestas y a 48 horas de la festividad de La Paloma, se puede resumir en seis faenas interminablemente largas y colmadas de vulgaridad. Todo ello, aderezado con la condición tontuna, floja y descastada de los seis novillotes lidiados. ¿Cómo no iba a estar vacía la plaza? ¿Quién, en su sano juicio, es capaz de dejarse caer por Las Ventas durante una tarde de domingo agosteño con este panorama, y a la hora en la que lo normal es estar en remojo en alguna piscina y refrescándose la garganta con un mojito? Pues, además de los cuatro o cinco turistas de rigor que, para colmo de males, no aguantan más allá del segundo toro; y de los doscientos o trescientos paisanetes que los novilleros de turno se traen en autobús, con entrada y pañuelo para pedir orejas incluidos en el pack… “Nadie”, que hubiera dicho el II Califa del Toreo. Y, para seguir parafraseando al Guerra, “después de nadie, otros cuatro o cinco habituales durante todo el año”. Así las cosas.
La novillada de Antonio López Gibaja sirvió para muy poco, pero menos aún sirvieron esos seis interminables trasteos realizados por los tres Reyes de los Avisos. A saber, Eduardo Neyra, Diego García y Jesús Moreno. Tres señores que, si quieren ser alguien en esto de los toros, más les valdría por empezar haciendo oídos sordos a los aplausos y parabienes de su gente. No es que la novillada sirviera para una cosa grandiosa, pero tampoco es de recibo andar tan mal y ser ese dechado de vulgaridad que los tres mostraron. Tanto Eduardo Neyra como Jesús Moreno, que hicieron el paseíllo desmonterados esta tarde, son dos novilleros que torean muy poco y se les ve todavía con mucha falta de rodaje. Al mexicano le tocó bailar con el sobrero de El Cotillo, que se dejó torear y bien se podría haber estado más que aseado ante él. Pero ni decoroso estuvo, y sí muy pesado. Tan pesado como Jesús Moreno, empeñado en sacar agua de sendos pozos secos. Se entiende que son novilleros y han de justificarse, pero una cosa es justificarse y otra muy distinta dejar que suene un aviso sin siquiera haberse perfilado para la estocada. Sin hablar del nulo uso del capote para lidiar, ni de la poca ambición para entrar en quites y sorprender, ni nada. Así, definitivamente, no. Ni tampoco pegarse una vuelta al ruedo que solamente han pedido los del autobús, como fue el caso de Jesús Moreno. Hay que tener más humildad y vergüenza torera, novillero.
Diego García sí está mucho más placeado, y también es ya de sobra conocido por estos fueros. Tuvo en esta tarde, ante el 5º (único ejemplar de Gibaja del que podría haberse rascado algo más que “una faena aseada”) la enésima oportunidad de demostrar que aquella vergonzosa puerta grande del año pasado no fue una casualidad ni tampoco obra exclusiva de sus paisanos venidos en autobús; que el chico, en verdad, tiene buenas facultades para ser torero y que puede llegar a serlo. Así, como de demostrar que las posteriores comparecencias que le llegaron en esta plaza tras aquel triunfo y en las que pasó, más bien, de puntillas, también fueron fruto de la casualidad y de que todo el mundo está en su derecho de andar poco lúcido una tarde, o dos, o incluso tres… Pero no, no fue el caso. A Diego García se le volvió a atragantar todo, derrochó vulgaridad, falta de ajuste, gracia, ambición y, lo más lamentable, un mal uso de la espada en sus dos turnos. Parece estar todo echado por su parte.
No fue tampoco la tarde de las cuadrillas. Ni de los picadores (ni un solo puyazo en el sitio), ni de los banderilleros. Por mucho que a El Ruso y a David Adalid se le hayan sacado a saludar tras dos tercios de banderillas muy discretitos. Dos grandes banderilleros que despiertan admiración entre los aficionados, pero no por ello hay que aplaudirles todas las tardes por decreto. Sí dejó un buen par de verdad Víctor Pérez al 5º. Lo dicho: mejor en la piscina o en casa durmiendo la siesta. Y, por desgracia, es lo que andan buscando los responsables de la plaza durante los últimos años: que no haya toros en verano. A este paso, lo raro es que no lo hayan conseguido ya.