DETALLES DEL FESTEJO
Plaza de Toros Las Ventas
Corrida de Beneficencia. Preside desde el Palco Real, S.A.R. la Infanta Doña Elena de Borbón. Lleno de “No hay billetes”. Toros de Victoriano del Río, uno (3º) de "Toros de Cortés", devuelto el sexto y sustituido por otro de Montalvo. Encastado y noble el primero, desiguales de presentación desde correctos segundo y tercero hasta novillotes primero y sexto, pasando por el alto y de buenas hechuras que hacía quinto, y el cuarto un borrico de 660 Kg. Descastados y mansos en general.
El Juli (carmesí y oro), media estocada y tres descabellos (palmas y pitos); estocada baja y trasera (palmitas); estocada baja y descabello (silencio).
Miguel Ángel Perera (nazareno y oro), pinchazo y media baja (silencio); estocada -aviso- y descabello; estocada (silencio).
Presidencia: D. Justo Polo Ramos. No se le plantearon problemas y allí estuvo. Allí estuvo permitiendo, a título de ejemplo, que se entrase en tres pares de banderillas y cuatro de los palos se fueran al suelo sin clavar y sin ordenar la repetición. Cumplamos con un ritual y no me complico, dice la Autoridad.
Suerte de varas: el picotazo y el puyazo bajo, trasero y a la grupa como es norma habitual.
Cuadrillas: dando capotazos y más capotazos toda la tarde sin orden ni concierto con el beneplácito del que les paga. Banderillas en la barriga del animal o de una en una corriendo más que la jaca de Peralta. Así también está esto. Sólo un muy buen par de Jesús Díez “El Fini” en el segundo toro de Perera.
En esta fiesta adulterada de los toros el respeto al aficionado hace ya mucho que se perdió. Estas mal llamadas figuras, sin ir más lejos las que hoy han hecho el paseíllo en Las Ventas, intentaron durante un tiempo colar gato por liebre, la afición, la auténtica afición se les resistió y ante el fracaso optaron por dedicarse al público, al público festivalero que en su candidez y desconocimiento taurino les aplaude todo, que acude a las plazas por llamadas mediáticas, que les sigue con toda la ilusión del mundo, que se chiflan y presumen en la oficina con el jefe y compañeros, con sus familiares en general y con el cuñado envidioso en particular y con los amigos, que van a ir a la Beneficencia a ver al Juli y Perera y luego, van estos y les responden con la abulia, la mandanga y la indolencia, y lo que decía al principio, ni respetar a su público. Un torero puede estar mal por mil razones y cabe el perdón, pero un torero no puede ser indolente, sin afectarle el fervoroso seguimiento de su público, no puede ser insensible, perezoso, significados propios que atañen a la indolencia y que desembocan en el engaño, el fiasco y la mentira más absolutos. El Juli sin embargo, no estuvo indolente en su primero, es que no pudo con el único bueno de la corrida y que embistió realmente. Como es habitual en el toreo de hoy los ayudados por bajo con que comenzó la faena buscaban el adorno cuando se deben dar como pase de castigo para afirmar el dominio o al final de faena para cuadrar al toro. Le salieron bonitos, pero eso, insustanciales. Y el resto lo de siempre, medios derechazos, medios naturales cortándole el viaje al toro con la muleta, el torero que se va a la oreja y claro, no toreando, la suerte descargada y el compás cambiado. Y al final el “julipié”; eso de hacer el cite con la pierna izquierda y venir después esa pierna al sitio de donde ha salido, pues que quieren que les diga, eso que lo hagan los matadores de toros. Pero menos mal, no estuvo indolente. La indolencia llegó con sus otros dos. Faenas largas, tediosas, más medios pases hocicando el toro entre intermitentes enganchones, el trapazo, una voz que sale del tendido diciéndole se vaya a hacer el camino de Santiago y en uno de ellos estocada baja y trasera saliendo limpiamente de la cara del toro para de forma muy torera tirarse de cabeza al callejón en la huida. Lamentable.
Poco más se puede decir de Miguel Ángel Perera. En su primero, un manso desentendido de todo se le veía estar allí por obligación en una continuada sesión de derechazos y naturales enganchados al hilo del pitón, culminados tirándose a matar y echándose escandalosamente fuera. Claro, el pinchazo no fue casualidad. Su segundo, el de los 660 kg., era un monstruoso pedazo de carne que medio embestía. Quita El Juli por chicuelinas vulgares. Ahora los quites se basan en el toreo de adorno, de pies juntos, pegándole al toro un cambio, pero eso de echar la pierna adelante, cargar la suerte y tirar del toro con medio capote como si se estuviese toreando con la muleta, pues que lo haga Rita “La Cantaora”. Yo pues eso a mis chicuelinas, mis tafalleras, mis gaoneras trabadas y mi salir de la cara del toro con aire jacarandoso tras haber inventado el toreo de capa, con los incondicionales y con el público aplaudiendo a rabiar. Le respondió Perera también con ese toreo de capa fundamental. Brinda su segundo a la plaza, coloca la montera sobre la raya exterior (torero detalle) y como el que por obligación tiene que acudir al tajo a las siete de la mañana empieza con los pases por alto, desarme incluido, pases y más pases en la más absoluta desidia y escarbando el toro se le va a los terrenos que le da la gana. Decía el Guerra que a él no le escarbaba un toro. Le escarbaba un toro al Guerra, montaba la espada y lo mataba. Ni me engañas ni engaño a la gente, decía. Eran otros tiempos. Tampoco se privó en su tercero, sobrero de la tarde. A pesar de todo, parece que el público no se enteró de la actitud con que llegaron sus toreros. Y el humilde vocerío de la auténtica afición se seguirá perdiendo en el aire de indiferencia de los tendidos mientras llega la próxima corrida de la Beneficencia.