Desde que la vida del hombre se desarrolla con algún grado de organización social, tres constantes han sido lacerar al que triunfa, ignorar al que cae y ensalzar al que muere. Hasta el punto que siempre digo que si nos proponemos criticar, lo mejor será buscar a quién en los nombramientos del BOE, mientras que para saber de quién hablar bien, lo indicado sería consultar las esquelas de ABC. Digo esto a propósito de la muerte de Palomo Linares, personaje y torero del que se hacen elogios de todo orden, sin que su caso constituya excepción a la regla universal y atemporal que he resumido en el introito, bien sea cierto que las publicaciones, según su área, han incidido en unos aspectos u otros, volcándose las de sociedad en la alabanza más que las generalistas y estas más que las taurinas. Yo escribo mi comentario independiente ciñéndome al torero, aunque tan amplio concepto incluya aspectos humanos y sociales junto a los técnicos y artísticos. No entraré en la vida personal ni familiar —sentimental y económico-financiera— del muerto y sus contradicciones. El torero Confieso mi admiración por quien, saliendo de la miseria, llegó a la abundancia; que partiendo de nada, alcanzó todo; que pasó de dormir sobre las duras baldosas de la puerta de las plazas de toros a reservar alcoba en selectos hoteles; de deambular con su hatillo por los caminos sin mendrugo que roer, a saciarse en los mejores restaurantes de Europa y América. Que todo eso sea fruto de un loco afán por torear, de un valor hasta despreciar la muerte y de una voluntad como la fe bíblica que mueve montañas, constituye para un aficionado el espejo en que ver reflejado lo poco que tú vales, el ejemplo que sabes no podrás nunca seguir y el argumento definitivo para tu apoyo al trasfondo formativo de la tauromaquia frente a otros deportes o prácticas. Dicho ello, exageran quienes sobreestiman los méritos artístico-taurinos de Palomo Linares, que no ha sido un pilar de la historia del toreo donde seguir apoyando el viaducto de su avance y perfeccionamiento como arte mayor y no solo pasatiempo o diversión. Es más, Palomo fue vehículo de lo contrario en aquellas esperpénticas «guerrillas» codo a codo con el Cordobés, que para mí rebajaron las corridas a manifestaciones populacheras en cosos sin relieve, incluso portátiles, con público festivalero, muy respetable, pero no el soporte del arte mayor de torear. Como tampoco la charanga cirquera o la murga carnavalesca constituyen el basamento de la música, por mucho que participen en la cultura rural y sea yo el primero en quererlas conservar. Decir que la música se promociona con ellas es decir que los toros se dignifican en plazas de carros. El rabo Nunca me expliqué que, desde 1936 a la actualidad (nadie cuenta las tres madrileñas colas triunfales de la corrida de la Victoria de 24/5/1939), solo haya merecido en Las Ventas un rabo quien acaba de dejarnos. Sostuve siempre que se cortó por accidente, por una concatenación de razones taurinas y extrataurinas, de ahí que no haya terminado la polémica al cabo de otros 45 años, los mismos del relevo del dadivoso presidente Pangua. A mí no me convence que la faena de Palomo al negro Cigarrón de Atanasio el 22 de mayo de 1972 fuese la mejor en Madrid desde 1939 a 1972 y nunca igualada desde 1972 a 2017. ¿Es que tras decenas de miles de sesiones de clarines, reses enchiqueradas y diestros actuantes solo esa tarde, ese toro y Palomo Linares se han ganado un rabo en la capital? Niego que no haya habido completas y mejores faenas de bastiones del toreo como Manolete, Bienvenida, Ordóñez, Antoñete, los diversos Vázquez, Aparicio, Ojeda, Manolo González, Camino, el Viti, Joselito, José Tomás... Cuando algo es tan excepcional no cabe creer en los merecimientos, sino pensar en el azar. Y sería bueno no dar un rabo nunca más, pues antes negar la posibilidad que permitir la entrada de lo aleatorio una vez cada siglo por la casualidad del toro, el torero, el presidente y el ambiente. Palomo no cortó en Madrid en casi un siglo el único rabo. Se encontró con él como con un «cuponazo» de regalo. Anécdota Guardo de Palomo Linares un recuerdo anecdótico con el que sellaré mi homenaje a quien se dotó de extendida fama con ímprobo esfuerzo y a brazo partido, desafiando las tempestades del mar de la vida. Era San Isidro de 2011 cuando la exposición de sus cuadros sobre divisas en la sala Antonio Bienvenida y se estaban recogiendo firmas para la ILP a favor de la fiesta. Yo era uno de los fedatarios recolectores de adhesiones, con la coincidencia de que él daba ese día una vuelta por su muestra y yo aproveché para pedirle el apoyo que aún no le había dado a ningún otro colaborador. Una hoja de firmas, la que contenía la suya, a la que poco después adicioné las de Esperanza Aguirre (de coetáneo fallecimiento político) y Ussía, asistentes casuales a una entrega de premios cinegéticos en la que yo no estaba entre los galardonados. Descanse en paz otro más en el burladero que sin duda les habrá reservado Dios en la gloria celestial a quienes consiguieron ser toreros con tanta bregadura y heroicidad como este linarense hecho leyenda ya.
Escrito por Eduardo Coca Vita.