Casi lleno en los tendidos para ver la corrida de toros de Adolfo Martín, con tiempo veraniego en la Plaza de Toros de Madrid. Festejo correspondiente a la Feria de San Isidro.
Antonio Ferrera: Pinchazo y estocada en el sitio, SILENCIO. Dos pinchazos y estocada caída, SILENCIO.
Diego Urdiales: Estocada honda, SILENCIO. Dos pinchazos, estocada corta y descabello; DIVISIÓN (un aviso).
Miguel Ángel Perera: Gran estocada, OVACIÓN CON SALUDOS. Estocada trasera, DOS OREJAS.
Presidencia: D. Javier Cano Seijo. Mal. Aprobó dos toros impresentables para Madrid, primero y tercero. Y concedió las orejas de Perera de tal forma que nadie se había enterado si era una o eran dos, sacando y escondiendo el pañuelo con tanta velocidad que el público no se apercibió de ello. Suerte de varas: Se ha picado muy trasero y los toros no se han prestado al lucimiento. Cuadrillas: Bien Joselito Gutiérrez pareando al tercero, tragando paquete, aguantando y resolviendo con brillantez.
Lo que parecía que iba a ser una tarde para el olvido, repleta de toros infumables a los que no había forma de hacer nada reseñable de puro descaste que atesoraban, se ha venido arriba con el toreo clásico de Urdiales al quinto ejemplar y los naturales excelsos de Perera al último toro de la corrida. Pero vayamos por partes y hablemos antes de todo de los toros. Adolfo ha traído una corrida en escalera, con dos animales que debían haberse quedado en el campo: primero y tercero, dos lagartijas que no se correspondían con la categoría del coso. Segundo en tipo, sin exageraciones, y cuarto, quinto y sexto serios, de gran cuajo y bonita estampa. Mansos sin paliativos en varas y en banderillas. Todos ellos muy sosos, sin ningún brío ni alegría en la forma de embestir y de moverse, como adormecidos. Salvando al sexto que sí tuvo una embestida de más carácter y buena condición. El primero fue un toro mediano siendo muy generoso. A menos en el caballo, saliendo de la pelea buscando las tablas y flojeando. Le vino bien el tercio de banderillas de Ferrera, que avivó al animal con las carreras de sus pares, esta vez con menos lucimiento que en otras ocasiones, clavando excesivamente pasado. No caló apenas en los tendidos. La faena de muleta fue breve, con solo una tanda por la derecha potable, el toro era muy apagado, se quedó corto rápidamente, más aún por el lado izquierdo. Ferrera lo finiquitó de un pinchazo y una estocada en todos los rubios. Menos aún pudo hacer con el cuarto, un toro que se fue de najas del segundo puyazo, a terrenos del cuatro. Lo mismo en la muleta, después de una tanda en los medios se marchó a tablas, huyendo en cada lance, saliendo con la cara por arriba constantemente. A este ejemplar lo pareó Ferrera con variadas suertes, siempre por el pitón derecho y sin alcanzar el brillo y el ajuste al que nos había acostumbrado en las últimas comparecencias. Esta vez, el torero balear no escuchó el calor del público madrileño. Urdiales ya dejó muestras de su toreo al natural con el segundo, lo vimos, pero el animal se caía a cada instante, fue blando en exceso y muy descastado. Puede que acusara el puyazo tan trasero que colocó Óscar Bernal en el primer encuentro cuando se le vino al relance. Desde luego, esos puyazos en el espinazo no benefician en nada.
Sin embargo, con el segundo de su lote, se vieron algunos de los lances de mayor empaque y pureza en lo que va de feria. Por momentos vimos esa versión de Urdiales que tanto gusta a los aficionados, que siempre lo esperan y lo ven con buenos ojos en los carteles. Fue un toro que pasó sin pena ni gloria en los primeros tercios, llegando quedado y con la misma sosería que sus hermanos a la muleta, pero con buena condición, humillando con mucha nobleza. Urdiales tardó en apercibirse, y cuando lo hizo, hubo un desentendido entre él y el toro, y a su vez con el público que empuja en cada lance para que la faena cogiera ligazón y ritmo. No fue así porque Urdiales nunca encontró la forma de ligar, no le vimos dejar la muleta en los hocicos del animal, aunque en su descargo hay que decir que tampoco parece que el toro lo llevara dentro. El caso es que Urdiales, cuando llegó el momento de matar, no había tomado ningún camino en claro, ni el de la ligazón ni el de los muletazos de uno en uno, que en vista de la categoría de su toreo, sin duda, hubiera sido otra manera de calar en los tendidos. Ni una cosa ni la otra. Mientras, en ese caminar en terreno de nadie dejó algunos naturales, pases de pecho y adornos soberbios, carteles de toros, auténticas pinturas. Culminó con dos pinchazos atacando demasiado largo, una estocada corta y un descabello, provocando la división del público. No me gustó Perera con su primero. Nunca terminó de centrarse ni de cogerle el son al toro. Hubo algunos lances en los que consiguió mandar pero en ningún momento la faena tuvo argumento y se vieron demasiadas tarascadas y enganchones, siempre en los terrenos que el animal imponía. Con el sexto estuvo muy bien. El animal llegó sin definir al tercio postrer, y Perera lo fue haciendo en los primeros lances, llevándolo por abajo en línea, sin obligarlo. Luego hubo una tanda muy buena por la derecha, llevándolo largo, mandando, en la que los tendidos entraron de lleno en la faena. En los terrenos del tercio, entre el nueve y el diez, se desarrolló la pelea. Allí fue donde Perera le echó la izquierda para ligar una de las mejores tandas al natural que le hemos visto. Sacando petróleo de las embestidas del Adolfo, ligó cuatro naturales en un palmo de terreno, en redondo y muy por abajo. Sin duda, naturales de emotiva profundidad y mando. Después hubo dos tandas más que bajaron el listón y no salieron del todo limpias, hasta que, sin más, Perera se decidió a matar al toro. Ni siquiera hubo unos pases de adorno antes de dejar una estocada trasera ejecutando la suerte sin alardes. Una oreja hubiera sido premio más que suficiente pero la presidencia llevó a error y el cada vez más numeroso público de Madrid –que no aficionados- anduvo muy dadivoso. Esperamos al menos que sirva para ver más veces a Perera con toros de este tipo, demostrando en las plazas de primera que puede con toros de toda condición, como siempre hicieron a lo largo de la historia los toreros que recibieron el apelativo de figuras.