En tarde de pegajoso bochorno y con casi la plaza llena (significativo las calvas en la grada joven, hasta hoy siempre abarrotada) se corrieron reses de la ganadería de Alcurrucén, encaste Núñez por la vía de Manuel Rincón. Diferentes en sus hechuras, tirando a terciados, también lo fueron en su juego, de más a menos según llegaban al último tercio, destacando el sexto por movilidad y colaboración para la cosa del toreo moderno.
El Juli, de tabaco y oro. Oreja y saludos.
Álvaro Lorenzo, de purísima y oro. Saludos en ambos.
Ginés Marín, de pizarra y oro. Saludos y dos orejas (Puerta Grande).
Presidencia: D. Justo Polo Ramos. Sólo tuvo que tomar una decisión comprometida, la concesión o no de oreja a El Juli en su primero, mostrando su lado más amable al sí concederla.
Tercio de varas: mero trámite en el que todos los toros fueron al encuentro, unos tardeando y otros más alegremente, mas no hubo pelea alguna en varas: el que no topaba, calamocheaba y el que no empujaba, se dolía. El tercio que más falta hace, y el que menos se cuida.
Cuadrillas: inéditos en general, bregas a favor de obra, que en días como son buena señal.
Confirmaban alternativa Álvaro Lorenzo y Ginés Marín, siendo el único padrino Julián López “El Juli”.
Tras la polémica inútil del artículo 4 del reglamento taurino para ver en qué lugar toreaba hoy El Juli al final lidió en segundo y cuarto lugar, siendo testigo directo de la confirmación de dos de los noveles que vienen arreando, Álvaro Lorenzo y Ginés Marín.
El primero fue para Álvaro Lorenzo, Fiscal, que nos trajo la evocación de El Cid con otro gran alcurrucén del mismo nombre. Venía este Fiscal con cuello, abrochadito de pitones, hecho hacia arriba, que llegó al tercio de varas con las manos por delante, justo después de haber desarmado a Lorenzo. La primera vara no fue más que un refilonazo, y en la segunda acude al encuentro, pero sin apenas empujar. Pierde las manos al salir del caballo Fiscal ya ahí. Bronco en los engaños, y aunque iba a los toques soltaba la cara en cuanto tocaba telas. Le dio distancia ya en la segunda tanda Álvaro Lorenzo, distancias que se fueron acortando al mismo ritmo que las fuerzas del negrito. Nunca porfió Álvaro con Fiscal, al buscar siempre un toreo de acompañamiento más que de compromiso. Claudicante ya en el tramo final se intentó justificar con el arrimón Lorenzo. La pantalla con la muleta al entrar a matar y una entera caída, mortal de necesidad, sirvieron de preludio a las palmas que se llevó el toledano.
Con Peleón, el escurrido casi famélico que hizo quinto, tampoco caló la obra de Álvaro Lorenzo en los tendidos. Empujó en el caballo Peleón sin celo con sus carnes morenas en un primer encuentro. En la segunda vara, incluso esforzándose, no brotó allí sangre suficiente ni para una donación. Nada más brindar Álvaro al público principió su argumento con la muleta doblándose con Peleón. Fijo en las telas, sustentó Álvaro su trasteo prefabricado, que vale para todo tipo de toros, de acompañar la embestida y componer la figura, de ser largo pero –como decía su paisano Domingo Ortega- no ser profundo. Ni un mal ruido la malva de Alcurrucén. A pesar de los condescendientes avisos desde los tendidos se pasa de faena Álvaro, intentando sellar con agallas lo que no ha podido enmendar con toreo fundamental. Otra efectiva estocada pone en bandeja de nuevo los saludos de Álvaro Lorenzo desde el tercio.
Cada venida a Madrid de El Juli es un plebiscito, un juicio popular en el que tirios y troyanos -o lo que es lo mismo: abonados y claveleros- se obstinan en ver quién puede más, y como en la balanza de Camarón unos piden justicia y otros piden venganza. Hoy no llegó la sangre al río, puede que ya ayer se derramase toda, y la primera de El Juli en esta feria puede decirse que ni reventado como algunos proclaman ni un paseo triunfal como los ocasionales hubiesen querido. Con su primero, Castañuela, segundo de la tarde, fino de cabos, acapachadito, que de salida fue abanto como nos dicen que sale esto de Núñez, que recibió de José Antonio Barroso, picador que hacía puerta, un leve picotazo y ya en el de tanda, Francisco Javier Sánchez entró dos veces más donde topó con el kevlar más que emplearse. Quitó por chicuelinas El Juli, pero todo fue tan en silencio, tan mudo, que lo enrarecido de la plaza hizo pensar que nadie iba a dar palmas allí, ni a favor ni en contra. Perdió las manos Castañuela en los quites de Ginés, presagiando algo peor de lo que luego fue. Andarín, gazapón este Castañuela - de la manida familia de los músicos fijo- llegó a los dominios de El Juli sin malicia ninguna. Julián, no hace falta repetirlo, ha creado escuela, un modo de vivir delante de la cara del toro, una manera única de tirar líneas sin reunión alguna, con un toque personalísimo que supedita el compromiso a su técnica, embelesando al que va un día a los toros, y torciendo el gesto del que tarde tras tarde sabe de cómo se las gasta Julián. Y así el de San Blas lo va metiendo en el canasto, ofreciendo el pico mientras comba el lomo en cada pase, exprimiendo lo poco que Castañuela atesora, que se consume lánguidamente en los vuelos de la muleta de El Juli. Pero allí nadie reventó nada, la desidia sólo fue interrumpida por uno que palmeaba de tangos, y no desde el siete precisamente. Terminó el toro por desparramar la vista, inhibirse del todo. Pero la gente estaba con El Juli, que no dejó pasar la ocasión de ejecutar un circular invertido, seguido del de pecho sin agobiarse y una trincherilla poderosa. Tres puntillazos hicieron falta tras el archiconocido julipié, que nos permite homenajear aquí al inefable aficionado Joaquín Monfil (q.D.g.), que sin ser más que un humilde abonado de Las Ventas dejó escrito lo que los niños no deberían aplaudir cuando sean mayores: “El julipié consiste en citar al toro para matarle a volapié enfrontilado a él, entre los dos pitones del mismo, igual a como se hace normalmente pero, en el momento de hacer la suerte, se le echa la muleta a la cara, para tapársela y dejarle ciego por un instante, en vez de al hocico para que humille y descubra el hoyo de las agujas. Al mismo tiempo que le tapa la cara se echa fuera del pitón derecho a toda velocidad, de tal forma que se traspasa rápidamente la altura de la punta de dicho pitón y una vez tras la pala se gira el cuerpo hacia el toro, se da un saltito y se busca la cruz con la punta de la espada, empujando con todo el cuerpo tras ella”. Fue laxo el presidente Justo Polo en el conteo de pañuelos, concediendo una oreja de ramplona mayoría.
Todo olía a Puerta Grande, y en el que hacía cuarto la gente estaba por la labor de ayudar a El Juli. Cornetillo, que así se llamaba, tocadito de pitones, montado y con cuello, ya fue tardo en el caballo, empujando en la primera acometida, pero costó Dios y ayuda colocarle en la segunda. Levantó Barroso, como en son de paz, la pica en cuanto acudió Cornetillo a la segunda vara, por lo que volvió a quedar la sensación de cierto timo en lo de comprar una entrada y ver sólo dos parte de lo pagado. Desentendido de las suertes este Cornetillo, fue su lidia la menos óptima de la tarde, con varias pasadas en falso en banderillas, desarrollando ya entonces una condición plomiza y parada. Se fue convencido El Juli a terrenos del seis a por él, para luego sacárselo a los medios. Tras una tanda limpia de derechas sin comprometer un alamar, y sin nada de rectitud en la segunda tanda ya al natural la mecha de Cornetillo se apagó de tal modo que Julián ya le había sacado lo que se podía sacar. A pesar de la fijeza y cierta movilidad El Juli se fío más de su tauromaquia que de conceptos más clásicos, y tras un pinchazo y media estocada más el descabello articularon un hilo de cordura en el que los abonados no abortaron nada, y los que querían a El Juli en volandas se dieron cuenta que pedirle otra oreja era una utopía.
Y luego está Ginés Marín que con su primero, Favorito, el de menos romana, castaño bocidorado que fue protestado de salida, en el caballo de Agustín Navarro apenas se le metieron las cuerdas, siendo otro trámite la segunda entrada. Sin fuerzas ya en el quite de Lorenzo, se dobla con él Ginés, pero el toro ya ha echado el freno de mano, y a pesar de ser noble cómo él solo, que más que acometer lo que hacía Favorito era obedece, abrevió Ginés sin pena ni gloria. Fue en el último de la tarde donde cantó bingo Ginés. Barberillo, que así se llamaba el silleto y asardinado sexto, feo en su estampa, y que se derrumbó ya en el recibo capotero, logró derribar en varas, más por impericia de Guillermo Marín que por su pujanza, se vino arriba en la muleta, toro con postre como dicen ahora. Se la echó Ginés a la izquierda sin dudar ya de inicio, y aprovechando las quince embestidas que le regaló el toro, repetidor y rebosándose en la muerta, le enjarreta Ginés dos tandas donde embarca y liga con la zocata a Barberillo. Se la echó luego a la derecha, donde templa sin puntearle ni uno, dejando para el final un primoroso cambio de mano. El que más humilló Barberillo, y el que más transmitió. Para entonces ya estaba toda la plaza en pie, azuzada como un resorte. Tres series, tres; no sumaron ni veinte pases. Con una eficaz estocada algo desprendida rueda el toro sin puntilla, haciendo que se abra la primera de las quince puertas grandes que el empresario vaticinó para este San Isidro en Madrid, ese Madrid que dicen que sólo quita, pero basta que uno la haga para le dé todo. Si no que se lo digan a Ginés.