DETALLES DEL FESTEJO
Plaza de Toros Las Ventas
14 Abril 2013 | Escrito por J. Barranco. | Fotografías de Constante
Novillada con picadores. Tercera de la temporada. Ganadería de El Serrano. Encaste: Juan Pedro Domecq Solís, El Ventorrillo.
Juan Leal Nazareno y oro. Pinchazo soltando la muleta y sartenazo infame. Silencio. Estocada tirándose a ley perdiendo la muleta. Silencio.
Álvaro Sanlúcar. Rosa y oro. Estocada baja. Aplausos y pitos cuando intenta saludar. Media estocada y baja. Silencio
Brandon Campos. Dos estocadas que hacen guardia y seis descabellos. Silencio. Estocada tendida. silencio.
Presidente: D. Trinidad López Pastor. Le costó al presidente tomar la decisión de devolver al quinto de la tarde. Su criterio puede tener explicación. Se lidian tantos animales moribundos por esos ruedos desamparados de la justicia, que el “Presi” como muchos espectadores, lo ven normal que los toros salgan en ese estado ruinoso, y la consecuencia es que luchara con ahínco, para que pasito a pasito, convertir esta plaza en una de tantas. ¿O no, Sr. Presidente? Si no es así, porque cambió el tercio, , quedando después en entredicho su labor cuando el novillo se derrumbó a los pies del peón al intentar colocar el primer par de banderillas. Dió la impresión que trataba de defender los intereses de los empresarios en lugar de hacerlo en beneficio de la fiesta. Eso no es así Sr. Presidente.
Suerte de varas: La suerte de varas tal y como debe interpretarse para medir la bravura y la casta de los novillos, no existió por las siguientes razones: el ganado se dejó la casta en la dehesa y los piqueros no estuvieron acertados: no midieron el castigo de sus enemigos, picaban trasero y tapándole la salida a los novillos cada vez que acudían al caballo. Si tuviera que destacar algo, diré que algunos de ellos se dejaron pegar, ya que ninguno empujo con los dos pitones en el peto. Esta bella suerte se ha convertido en un trámite donde todas las ventajas son del mastodonte que monta el señor tocado del castoreño. Llegará un día que desaparezca, ya que en la actualidad y debido al tipo de toro que está saliendo a los ruedos no tiene sentido mantenerla y por supuesto no merece la pena mantener una cuadra de caballos ni el tedio a que es sometido el público en su ejecución. Cuando llegue este momento, los que ahora se están beneficiando de esta comodidad del toro ovejuno, pondrá el grito en el cielo al quedarse sin trabajo.
Cuadrillas y otros: Hubo voces disonantes desde los tendidos mostrando su disconformidad por el juego ofrecido por los astados. En banderillas hubo algunos toreros de plata que intentaron lucirse, unos lo consiguieron y otros no, pero por lo menos se les vio voluntad de agradar. Se lucieron Juan Carlos García, Jesús Robledo, Tito, David González y David Álvarez.
Mucho han cambiado los gustos del respetable. Hace años una estocada que hiciera guardia era sinónimo de una bronca. Una estocada caída, el torero se ponía a buen recaudo tapándose en el burladero. Hoy, se aplaude todo, incluso las estocadas trapaceras que le endilgo Brandon Campos, por partida doble, al tercero de larde. Hoy el público es triunfalista, acude a la plaza a divertirse independiente del resultado de la faena y como está en sus manos la concesión de los triunfos, no escatima esfuerzos hasta conseguir su objetivo. Lo que no tiene en cuenta este público de nuevo cuño es que este espectáculo tiene sus normas, que no se deben saltar a la torera, ya que este comportamiento irresponsable al único que beneficia es al empresario y al taurinismo reinante que existe dentro de la fiesta, ya que salga lo que salga por toriles y los toreros hagan lo que hagan, conocen de antemano que van a contar con el beneplácito del público benevolente, que se limita a aplaudir cualquier aberración que se produzca en la plaza, aunque vaya en contra de la pureza de la fiesta.
Ayer ocurrió lo que otras tardes, que los toreros vienen acompañados de sus incondicionales y en cuanto dan dos muletazos el público saca a relucir los aplausos, sin importarles ni el fondo ni las formas de cómo fueron ejecutados. En cuanto a los novilleros, excepto Juan Leal, que recibió a sus dos enemigos de hinojos en los medios, ninguno vino en novillero. El primero de Juan Leal no tuvo ni un pase, y su segundo lo único bueno que hizo fue dejarse pegar en el caballo, después con la franela al segundo muletazo se dio una vuelta de campana que lo remató. Los pocos pases que se dejó dar, los dio el torero fuera de cacho y sin trasmitir nada a los tendidos. El primer novillo de Álvaro Sanlúcar era un alma caritativa, dispuesto a permitirle cualquier cosa, pero el torero basó su faena en la vulgaridad y en el toreo ventajista. Una pena torero. Su segundo enemigo fue un sobrero de Aurelio Hernando que debía estar muy bien acomodado en chiqueros porque cuando apareció en el ruedo no debió gustarle lo que vio y se metió dos veces por donde había salido. Después de una vuelta de reconocimiento, no quería pelea y tuvo que ser el peón quien lo recibiera tratando de enseñarle a embestir con el capote. El público protestó este hecho, ya que no deben de estar acostumbrados a que sea el peón de confianza el que intente recibir al toro. Nuevos públicos, nuevas costumbres. Ya con la muleta el novillo volvió a sacarle los colores al torero y este puso de relieve todas las ventajas a su alcance. Un pie en la plaza, otro en Manuel Becerra y la muleta en Vallecas. Lo desarmó dos veces. Haciendo el toreo de esta manera nunca llegará a ser torero, podrá llegar a ser figura, como muchas que existen, pero torero, no creo.
A la novillada se apunto el mejicano, Brandon Campos. Fue el único que demostró algún detalle, pero ojito, solo algún detalle, nada más, y por eso fue elegido el ganador de la tarde, que le permitirá torear de nuevo en la final del día 28 de abril. Su primero fue un novillo que le presentó muchos problemas que el torero no supo resolver, salvo con algún detalle. No supo evitar tampoco que el novillo lo llevara a tablas, que era donde más a gusto se encontraba, y allí le tuvo que aguantar algunos parones, demostrando con ello que por lo menos quería salir triunfador. A su segundo y después de recibirlo con unos muletazos con sabor torero, se le vio que no remataba los pases, haciendo irrelevante la faena. La blandura de su enemigo le tapó la nobleza que atesoraba. La tarde no dio para más, solo para escuchar por la megafonía de la plaza que el torero mejicano había sido el ganador de la tarde, ya que había sido el que menos vulgar estuvo.