El pasado invierno, el Ateneo Taurino Manchego invitó al crítico taurino Vicente Zabala de la Serna y al torero José María Manzanares a participar, mano a mano, en el ciclo “Los Toros y La Cultura”, que patrocina el Ayuntamiento de la capital provincial. En el transcurso de su intervención, el crítico, cuyo mérito más relevante para ocupar la importante tribuna de prensa donde desarrolla su actividad, el diario ABC, es haber obtenido el puesto por herencia, tras el fallecimiento de su padre, por una graciable decisión, personal y arriesgada, de Luis María Anson, entonces director de ese periódico, se permitió menospreciar y ofender la memoria del excelente escritor e independiente y honesto crítico taurino, también fallecido, Joaquín Vidal. Con dolosa intención, afirmó que éste había hecho mucho daño a la Fiesta (sería, quizá, por estar siempre al servicio de la verdad y del lado de la afición) dejando estupefactos a algunos de los asistentes. A su lado, el diestro alicantino retirado, cómplice y asentidor, seguía el discurso adulador de “Zabalita”, que ponderaba con fruición, según contaron los aficionados presentes, los aspectos más fraudulentos y vergonzantes de la moderna tauromaquia, pronunciándose siempre al servicio de los sectores más acomodados, pero menos auténticos y más truculentos, del negocio taurino actual, como en él es habitual. Ya andaba Manzanares, de cuya edad da idea el hecho de tener un hijo torero circulando por las ferias españolas, sopesando su intención de volver a los ruedos para rebañar unos últimos dineros del tinglado taurino. El “fino torero alicantino”, como era conocido en su etapa de figura del toreo por esos buenos aficionados que valoran lo que hacen los toreros por el toro que tienen delante, y no por la estética del pase suelto, la gomina, los rizos en el cogote, el moreno de la piel y la apostura del gesto, decidió utilizar la plaza de toros de Ciudad Real como escenario para perpetrar su regreso esta temporada.
La empresa del coso capitalino había montado para él un cartel de esos que los aficionados miran con recelo, un festejo mixto con rejoneador de campanillas, el propio matador veterano retirado y un novillero de impacto mediático, hijo de aquel que inventó el salto de la rana. Uno de esos festejos que, si acaso, atraen a públicos variopintos ajenos al toro, pero que nada interesan a la afición y que nada añaden al prestigio y la categoría de las plazas. En ese cartel se coló José María Manzanares, o mejor, se lo hicieron a medida para probar sus fuerzas, y su valor (seguramente muy escasos a la vista del desenlace final), de cara a una posible nueva temporada planteada, vistas las intenciones, por plazas de tercera división. Con ser grave este vulgar montaje, lo peor vendría después. ¿Cómo serían los toros preparados para semejante charanga, que hubieron de desecharse todos por los veterinarios? La corrida fue, lógicamente, suspendida por el presidente, que, una vez más, estuvo en su sitio, cumplió la ley y el reglamento y defendió los intereses de la afición, la dignidad de la plaza y el buen nombre de Ciudad Real. Al día siguiente, los comentaristas taurinos de radio y prensa más desprestigiados por su servilismo a los intereses del negocio taurino, pero más embusteros e impertinentes con el aficionado, saltaron sobre la yugular del presidente de la plaza para denigrarlo y vilipendiarlo. No perseguían la justicia ni buscaban la verdad.
Eran la voz de su amo. Eran la voz de esos taurinos que van por las plazas españolas montando su negocio sobre la mentira y la farsa. Sobre las falsas figuras del toreo. Sobre los fenómenos mediáticos creados a la sombra de la propaganda, pero que no saben lo que es ponerse delante de un toro de verdad. Quiero que mi artículo de hoy vaya en apoyo, reconocimiento y gratitud de esos profesionales, veterinarios y autoridad presidencial, que le están devolviendo la dignidad a una plaza de la que deserté hace años, desengañado y hastiado de fraudes y mentiras, la plaza de toros de Ciudad Real. Y, para finalizar, vayamos atando cabos. En una tribuna pública se presentan un torero y un crítico adulador. Se atreven a ofender la memoria de un hombre íntegro, independiente y cabal, Joaquín Vidal. Meses después, el torero, aquel “fino torero alicantino”, que alcanzó, para algunos, la condición de figura del toreo sin haber sido capaz de ligar nunca una faena ante una corrida de toros auténtica, seria, íntegra y encastada, intenta estafar ahora la buena fe de los aficionados viniendo a llevarse el dinero con una becerrada indecorosa, pero no en una terna de matadores, sino acompañado de un rejoneador y de un novillero principiante.
Así está la Fiesta y así la tienen los taurinos, los vividores que les rodean y todos los aprovechados que quieren vivir del cuento, entre ellos los críticos que amparan, alaban y ponderan tanta desfachatez faltando a la verdad. ¡Qué falta nos haría hoy Joaquín Vidal! Pero ¡ay!, qué malo era por decir la verdad y desenmascarar tanto fraude. ¿Verdad que era muy malo, señor Manzanares? Los buenos son esos que le ríen a usted la gracia de volver a los ruedos sin estar capacitado para ponerse delante de un toro para plazas de segunda, y se permiten agredir verbalmente a la autoridad, cuando ésta se pone en su sitio y defiende los intereses de la afición. Y un colofón: no entremos los aficionados en falsos debates. La cuestión no está en la demagogia política de si el Ayuntamiento del PP gestionaría mejor la plaza que la Diputación del PSOE.
Que no vengan ahora a pescar en río revuelto los que han demostrado muchas veces que nada se resuelve con el vocerío y la propaganda. El verdadero asunto que hoy interesa al aficionado es la defensa de la dignidad de nuestra plaza y el futuro de la Fiesta en nuestra tierra. Eso se consigue con aficiones serias, con periodistas independientes y con un equipo presidencial que nos devuelva la seriedad y la ilusión hace tiempo perdidas en nuestra plaza. Con un presidente como el que tenemos ahora. Seguro que estará siendo acosado desde varios frentes. Seamos agradecidos: pongámonos de su lado y defendamos su criterio.
Es la última esperanza de que nuestro coso centenario no se convierta en la placita de Mijas.