
DETALLES DEL FESTEJO
Plaza de Toros Las Ventas
17ª Corrida de la Feria de San Isidro 2025, se conmemoraba el 125 aniversario de la corrida de la Prensa, con lleno de no hay billetes en los tendidos, y más aún en el callejón, en tarde algo más calurosa de lo habitual para estas fechas de mayo. Se lidiaron toros cinqueños, a excepción del quinto, de Garcigrande, parejos, correctamente presentados y aparentemente astifinos, con una media de 570 kilos en las misteriosas básculas de la plaza. De comportamiento feble, aunque se emplearon de alguna forma en los primeros puyazos, desarrollaron descastada nobleza moderna. Segundo y Cuarto pitados en el arrastre, ignorados el resto por su insulso comportamiento.
Morante de la Puebla (Grana y Oro):
Estocada trasera; aviso, y tres descabellos. PETICION, GRAN OVACION. Media estocada baja y perpendicular. DIVISION DE OPINIONES.
Alejandro Talavante (Verde y Oro, con adorno de Neopreno):
Bajonazo. SILENCIO.Pinchazo y estocada. SILENCIO.
Tomás Rufo (Grana y Oro):
Pinchazo y estocada caída. SILENCIO.Estocada trasera. SILENCIO.
Presidente: D. Ignacio Sanjuan Rodríguez no concedió la oreja en el primero de Morante, y eso le marcará de por vida, señalado por lo contadores de despojos como enemigo público de la Fiesta, la única decisión controvertida de la tarde, que transcurrió sin más sobresaltos para la autoridad.
Tercio de varas: Seminarista primero de la tarde nos regaló el primer derribo de este San Isidro, un aleluya recorrió el tendido, todavía queda esperanza, luego se dejó pegar en un segundo puyazo trasero de Aurelio Cruz que tomó al relance. El resto de varas, lanzadas en la mayoría de los casos transcurrió bajo los nuevos usos de los conductores de las retroexcavadoras venteñas, puyazos traseros, recargando la suerte en el primero, en vez de medir los castigos, y cariocas infames, no pasaría nada si a la mayoría les cambiaran el oro de la chaquetilla por un chaleco reflectante.
Cuadrillas: Destacar a Curro Javier recogiendo al cuarto de la tarde, como hacían antiguamente los peones de confianza, un par de Fernando Sánchez y poco más que reseñar.
¿Y cómo explicar lo sucedido esta tarde en nuestra plaza de Las Ventas, en la corrida más breve, pero también la más intensa y cargada de contenido de toda la Feria —y probablemente de muchas otras? Una tarde en la que el toro quedó relegado a un segundo plano, lastrado por la falta de casta y bravura. Sin toro, nada importa, y menos aún cuando vulgaridad y mediocridad dominan buena parte del escalafón. El toro predecible y atlético de nuestro tiempo hace cada vez más difícil presenciar algo que de verdad emocione. “Tengo gustos muy sencillos: siempre me conformo con lo mejor”, comentaba con ironía mi vecino de localidad mientras arrastraban al primero.
Es imposible describir por completo lo vivido en los primeros veinte minutos de la corrida. La visión del callejón abarrotado al romper el paseíllo provocaba una sensación inquietante, casi de azogue. Un escalofrío. Qué colección de personajes variopintos, qué manos las que hoy sostienen —o pretenden sostener— este espectáculo fuera del ruedo.
Y de repente, apareció Morante. El Genio de La Puebla, con todo su peso a la espalda, y todas sus historias en la cabeza. Recibió a Seminarista con un par de verónicas, y luego otras cuatro más, breves en trazo, pero de intención firme. No perdió ni un paso. Compás cerrado, sin extravagancias. Mano alta para recoger la embestida, toreo de seda y de peso para encelar al toro. Desde el principio, todo tenía sentido: hondura, dominio, pero sin gestos impostados ni caras de sufrimiento. Perdió el capote tras la media final, pero poco importó.
Algo distinto estaba ocurriendo. Tanto, que hasta el toro fue capaz de tumbar al penco de Troya. Y en banderillas llegó el momento inesperado: el QUITE, el recorte, la torería en estado puro, la ayuda al compañero. Lo contrario de estar lanzando mantazos sin ton ni son en el centro del ruedo mientras los subalternos ponen banderillas. Con la naturalidad de quien improvisa con arte, Morante se hizo a un lado para dejar pasar a su peón hacia el burladero, y de paso ejecutó un quite a cuerpo limpio, sin artificio, sin perder el vasito de plata que sostenía en la mano, recorte gallista verían los más leídos. Ovación espontánea. Un gesto de otra época, un guiño a la elegancia: el quite contra la vulgaridad, el vaso de plata contra la toalla del bidé. Todos para casa
La faena comenzó por bajo, con la rodilla flexionada, templando, mandando, ganando terreno. El toro perdía las manos, pero esa tarde el toro no era el protagonista. Una vez en el terreno deseado —fuera de las rayas de picar, frente al 9—, Morante inició una serie por la derecha, limpia y cosida con hilo fino. Sin violencia, sin un sólo gesto de más. El torero mandaba y el toro obedecía, hasta que este, vencido por la lidia, se fue viniendo abajo.
Volvió a intentarlo con la diestra, y aunque el toro se revolvió más incierto, Morante lo corrigió con un toque por alto y volvió a citar con firmeza. Brotó entonces una serie de derechazos extraordinaria: encajados, templados, ligados como versos de copla bien medida. Cerró con un cambio de mano y un pase por alto de categoría.
Llegó el turno de la izquierda. El pitón no era claro, pero el torero impuso su serenidad. Cambió terrenos y tejió una tanda de naturales largos, pausados, cargados de armonía, buscando el sitio exacto en cada uno. Remató con un pase por alto y un molinete invertido, único adorno en una faena marcada por la pureza. La plaza entera se puso en pie.
Volvió al pitón derecho y dejó tres derechazos templados y un cambio de mano andando, pleno de torería. Con la espada ya en mano, rubricó el epílogo con cuatro ayudados por bajo, una trincherilla y dos más andando, con aires de torero antiguo. Igualó en corto y dejó una estocada entera, algo caída, pero casi pura de ejecución, sin levantar los pies. Hubo que descabellar. El toro tardó en caer. Pero el toreo ya había calado. Y la ovación fue grande, sincera, unánime. No quiso dar la vuelta al ruedo vayan ustedes a saber por qué.
Y a partir de ahí… el silencio. Volvió a insinuarse la vulgaridad, hasta en los brindis. Al cuarto se lo quitó Morante de en medio en un amén. Y lo que vino después fue lo que seguiremos viendo todos los días, hasta que vuelva el TORO de verdad.
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