Después de lo de la niña de Rajoy que todos recordarán, y estando como está el panorama electoral, la mitad de los lectores del título habrán pensado en el jefe de Ciudadanos y no en el torero Francisco Rivera Ordóñez, quien, por cierto, no entra en los de mi predilección. Empiezo con que no parece oportuno publicar la foto de nadie que sujete en un brazo a un bebé y con el otro dé pases, ni aunque sea el primer profesional de la muleta y cite a una ingenua vaquita. No veo peligro ni imprudencia en lo que a tantos hipócritas ha escandalizado, pero no está el horno para cocerle armas a nadie contraviniendo la conseja de «no dar un cuarto al pregonero», o sea, no airear lo que se debe callar. Es deseable que toreros, ganaderos y gente del mundo bravo familiaricen desde muy temprano a sus hijos con el toro haciéndoles acariciar las crías recién alumbradas y contemplar las lactantes, fotografiándo los entre el ganado o incluso «toreando» becerritos con ellos en privado. Pero sin que las imágenes captadas se propaguen a los cuatro vientos entre polémicas nada producentes o en momentos que piden cautela sin irritar. Dicho lo cual (una recomendación de viejo aficionado observador), proclamo con convicción que el incidente archivado por el fiscal ha demostrado la vena antitaurina del defensor del menor, quien aprovechó una ocasión pintiparada para embestir contra el toreo. Ni él se cree que ha actuado en virtud de sus obligaciones con la infancia y movido por su alta labor, sacrificando intereses personales y partidistas en la defensa general de los niños. Y menos en la de esta afortunada criatura, de la que puedo suponer que le tiene sin cuidado a su defensor administrativo cómo vive y crece. ¿Por qué intuyo que lo único que quería este señor era ayuntarse con los de su pensamiento en una línea políticamente correcta? Por lo que paso a decir. Sin iniciativas parecidas Nunca vimos que un defensor del menor tuviera iniciativas parecidas contra padres que llevan niños de pecho en sus bicis durante las masivas marchas urbanas o los circuitos camperos y rutas verdes, pese a trasportarlos de todas las edades y formas imaginables. Tampoco contra los que cruzan con ellos pasos de peatones cerrados o atraviesan zonas indebidas. Estoy esperando igualmente que se haga algo contra los progenitores que, sin saber nadar, introducen a sus hijos en piscinas, incluso mar adentro con olas o mareas acusadas y en embarcaciones de inexpertos. He presenciado también a padres con chiquitines en los bordes del circuito de carreras de coches y motos (por cierto, hay pilotos que los han paseado en sus máquinas; no en competición, desde luego, pero tampoco Fran toreaba una corrida). Es harto común —y saludable— que los cazadores llevemos a nuestros niños a los puestos y esperas, para que aprendan y completen nuestro deber de enseñarles, sin saber que a alguien se lo impidieran. Y, en fin, no puedo obviar la total pasividad institucional frente a la ocurrencia de la diputada Bescansa teniendo medio día en manos de unos y otros a un bebé igual al de esta denuncia, con riesgo de la higiene mental y física del mamoncillo, porque estar largamente sin dormir oyendo a tres centenares y medio de señorías y señoríos jurar, perjurar y abjurar amenaza de males hasta las mentes y cuerpos adultos, sin un respiro en el combate retórico egoísta y machacón; y encima contando tan amorosa madre —muy adinerada— con una guardería de lujo tirada de precio, gran regalía a su condición de elegida por las mujeres del pueblo, que no tienen tal apoyo en sus tajos y destajos, lo que se suma a la ristra de gangas de los representantes populares contra la igualdad —si no constitucional, al menos de oportunidades— entre votantes y votados, los españoles de base y sus apoderados, más clasistas que populistas al desempeñar el escaño como si fuera una sinecura o canonjía a la que se sueldan cual lapas o ladillas. Señor defensor del menor en mi taurófila Andalucía natal, dé la cara si los toros no le gustan y quiere acabar con ellos, pero no ponga para su particular campaña de abrogación la disculpa de una chiquilla a la que le atribuya —fantásticamente y por su propia conveniencia— la desprotección que ya quisiera el colectivo de menores de su autonomía. Dedíquese a cumplir con su función y deje a los toreros fuera de su pinturera intromisión. Que se le ve el plumero, señor acusador del mayor, haciéndole todavía una última petición que olvidaba: salvaguarde a los pequeños de las avalanchas, petardos y botellazos en los estadios; y tape sus oídos y ojos a los insultos y maldiciones que contra el árbitro vendido al odiado rival escupen los hinchas y ultras en derbis a muerte de una región o ciudad. Eso sí que sería protección de la inocencia en su sagrada acción tutelar.