DETALLES DEL FESTEJO
Plaza de Toros Las Ventas
Rompía el paseíllo en el octavo festejo de la Feria de San Isidro y primera corrida de Alcurrucén de las dos anunciadas, y se alzaban las pancartas en el tendido siete. En esta ocasión, de contenido más heterogéneo. Algunas pedían la presencia de todas las ganaderías en el Batán, otras reivindicaban que se va a continuar exigiendo sin cesar. Las más convenientes para el festejo de hoy eran las que demandaban la presencia del verdadero toro de Madrid y, sobre todo, las que denunciaban el fraude del afeitado. Como dijo Ramón Barga Bensusan en su libro sobre el fraude, "si al toro de lidia se le mutilan las astas ya no es el animal para el cual se ha montado un espectáculo en el que el riesgo es el ingrediente principal". La manipulación de astas que se ha visto hoy en la Monumental ha sobrepasado todos los límites de la moralidad taurómaca y ha supuesto un vilipendio absoluto a la Fiesta.
Morante de la Puebla, de celeste y oro. Pinchazo, media estocada tendida, silencio. En el cuarto, pinchazo y estocada casi entera desprendida, saludos.
El Juli, de verde botella y oro. Pinchazo hondo y descabello, saludos. En el quinto, cuatro pinchazos, estocada atravesada casi entera, saludos (1 aviso).
Tomás Rufo, de gris perla y oro. Pinchazo y bajonazo, silencio (1 aviso). En el sexto, estocada caída, silencio.
Presidencia: D. José María Fernández Egea. Tarde tranquila en el palco para D. José María, que no tuvo que tomar decisiones más que para cambiar de tercio.
Cuadrillas: Nada destacable. Si hubiese que recalcar algo, la buena lidia del cuarto toro con la brega de Juan José Trujillo y palos de "El Lili". La plaza jaleó los pares a toro pasado de Fernando Sánchez en el tercero y el sexto.
Tercio de varas: Los picadores pasaron con más pena que gloria. Algunos barrenaron hasta que el toro huyese y la vara ya no lo alcanzase.
El abreplaza fue un animal bien presentado, incluso ligeramente fuera del tipo del encaste Núñez, pero el comportamiento del animal sí que fue acorde con su encaste. Ya en la salida mostró frialdad en el capote de Morante de la Puebla, quien se cercioró de que ese toro no le iba a servir para que su inspiración floreciese. Tomó las dos varas reglamentarias sin emplearse bajo el peto. El animal comenzó a mansear muy temprano y mostró falta de raza. Morante comenzó el último tercio ya con el estoque. Ya sabía de sobra que no se iba a esforzar con aquel manso descastado, distraído, soso y deslucido. No sé si se pueden utilizar adjetivos más humillantes para describir el comportamiento de un toro de lidia. No había nada que hacer con aquello, así que Morante abrevió e hizo la suerte marca de la casa cuando el toro no le ha valido, es decir, haciendo un pseudo-Julipié. El cuarto de la tarde era un animal bastante chico, pero sí pareció gustarle más de salida al de la Puebla del Río. En la lidia de este toro ya cambió su actitud, pero tampoco mucho. El animal no fue puesto en suerte en la primera entrada al caballo y se llevó un puyazo en el lomo en la segunda. Pero aquí llegó el momento de la tarde. Tras unas chicuelinas insulsas de Juli, Morante cogió su capote verde para replicarle el quite. Toda la plaza se rompía las palmas de las manos mientras Morante se acercaba al toro y la ilusión en el aire se podía palpar. Como cuando Modrić va a sacar un córner en el último minuto en el Bernabéu. Morante realizó unas verónicas que no terminaron de emocionar al público a pesar de su predisposición, pero culminó la réplica con una media a pies juntos primorosa que paró el tiempo. En la muleta, el animal llegó flojo y sin codicia. Los puyazos criminales y los dos quites no ayudaron. Aun así, el animal tenía una embestida nobilísima, y Morante la aprovechó en una serie sensacional con la mano derecha. Muletazos templados, con gusto y arte, cargando la suerte, citando y toreando con la panza de la muleta, y con un toreo ajustado que no se ve en muchos matadores. El de la Puebla, cuando quiere ponerse, se pone. La pena fue que el descastado animal tenía poca vida dentro. Rápidamente comenzó a acortar su recorrido y acometer con la cara alta. A la hora de entrar a matar Morante siguió evidenciando su cambio de actitud en este toro. Realizó la suerte de forma canónica; despacio, en corto y por derecho. No entró a la primera, pero entrando así a matar no se le puede pedir mucho más al matador.
El segundo animal del festejo fue un toro fino y acapachado de cara, de los animales más en tipo de la corrida. Comenzó deslizándose con clase en el capote de Juli. Hizo pelea de manso en las dos varas que tomó, y ya en banderillas comenzó a evidenciar su falta de fuerzas. Juli no ayudó a que el animal aguantase más en la muleta, comenzando la faena en los medios, exigiéndole al toro en esos terrenos. El toro tuvo ligeros síntomas de clase en su embestida, pero apenas podía con su alma moribunda. El tercio de muleta consistió en la típica faena de plaza de tercera categoría que vuelve loco al público. Juli se dedicó a citar con el pico descaradamente y a intentar sostener en pie al animal en una faena en la que no dio ni tiempo ni sitio al toro. El problema es que cuando Juli fue a por la espada, la gente se puso en pie. No en una plaza de tercera, sino en Madrid. Entró a matar haciendo su salto olímpico marca de la casa. El quinto de la tarde fue un torillo anovillado que tomó dos puyazos sin hacer pelea alguna. El animal estaba muy flojo y Juli se puso la bata y el fonendoscopio al cuello para realizar una de sus faenas de enfermero. Desplegó su toreo de desajuste, pero poniendo de manifiesto su curtida maestría ante aquel insulso animal que ni emocionaba ni transmitía al tendido. Alargó en demasía una faena a la deriva. Escuchábamos bostezos a nuestro alrededor, pero de nuevo se pone la plaza en pie cuando Juli va a por el estoque. También, de nuevo, realizó la suerte de matar con su salto olímpico. En esta ocasión incluso se llevó la medalla de oro.
El tercer toro, Pocasprisas, no tenía remate alguno. Corto, feo y con expresión de eral. Tomó dos puyazos manseando, huyendo del jaco al sentir el hierro perforar su piel. Le tocó en suerte a Tomás Rufo, que hizo un prometedor inicio en los medios, dándole sitio y tiempo a un animal que en la primera serie incluso pareció sacar castita. En el resto de la faena esa castita se convirtió en codicia, pero el toro tenía una clase descomunal, deslizándose por la muleta como un F-18, con una embestida de recorrido muy largo y la prontitud de un piloto de Fórmula 1. El toro requería de un toreo poderoso si el torero quería salir vencedor de la batalla. Parece ser que Rufo no quiso -bueno, o no pudo- salir vencedor. Su toreo sin ligazón y con ventajismos no embelesaron a Pocasprisas. Sin cargar la suerte y ajustándose poco al paso del toro, el pegapasismo de Rufo tampoco enamoró al tendido. Tuvo enfrente un toro para descerrajar la Puerta Grande de la Monumental. A cambio, lo único que puso de su parte fue un destoreo ramplón. El cierraplaza fue un animal estrecho y ensillado. Tomó dos puyazos en los que salió suelto del peto. El toro en la muleta transmitió poco por su falta de raza y su embestida a media altura. Pero si el toro transmitió poco al tendido, Rufo transmitió menos con su toreo vulgar. Volvió a ilustrarnos con su concepto pegapasista, incluso elevándolo a otra dimensión. La faena consistió en arrimones sin sentido e intrascendentes ante un toro baboso que terminaron aburriendo hasta la saciedad a los asistentes de la tarde.
En apenas dos horas había transcurrido todo el festejo. Por el bien de los que allí estuvimos no se alargó más. Ha sido una tarde anodina y con poco contenido, en la que solo una serie de Morante y Pocasprisas se pueden salvar. Los verdaderos triunfadores de la tarde fueron los hermanos Lozano, que estuvieron a punto de hacer pleno y proporcionar tanto los toros como los toreros para el festejo de hoy. Solo Morante no entraba en esta ecuación. Algo les ha debido aumentar la cuenta bancaria tras la tarde de hoy.
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