Terminamos con los cuatro toros más votados.
4º. Montañés, de Valdellán. Nº 17, 593 kg., cuatro años y medio (lidiado el 9 de septiembre).
Quiso ir y empujar en un tercer encuentro con el de la vara después de hacerse el remolón. No le picaron en ese último puyazo porque Francisco José Navarrete marró y el hierro se le fue al costillar. Fue un toro de bravura seca, de respeto apabullante. Cristian Escribano sencillamente no pudo con él y pasó el trance, en el mejor de los casos, dándole pases reculando continuamente. Montañés fue un toro al que había que poder, un señor toro.
3º. Asturdero, de Saltillo. Nº 4, 517 kg., Cuatro años y cinco meses (4 de junio).
Correcto de presencia. En varas derribo en el primer envite, más por impericia del picador que por poderío del animal. Posteriormente lo puso el matador para una tercera vara en la que tardeó en demasía y en la pelea fue a menos en empuje y codicia. Chacón estuvo muy animoso y bullidor toda la lidia, dándole a una parte de la afición las cuatro cosas básicas que piden en Madrid a todo lidiador que se precie. Alegre con la capa, recreándose en las medias verónicas, basó la faena de muleta en el pitón derecho, donde Asturdero acudía boyante, sin terminar de humillar todo lo que cabría. Como suele suceder con los de esta ganadería, Asturdero era toro de un solo pitón, por el izquierdo era muy amargo y apenas tenía un pase.
Incomprensiblemente, el presidente, don Gonzalo de Villa Parro, sacó el pañuelo azul sin que nadie, que se sepa, demandara la vuelta para el toro. Entre el desconcierto lo pasearon las mulillas por el redondel. Y es que no era toro de vuelta al ruedo ni por asomo. Para mí, un toro bueno, notable siendo muy generoso. Me gustan con más alegría, poder, codicia y fiereza.
Al torero, junto con otras actuaciones, le ha servido para ser la nueva esperanza de las corridas toristas, este circuito tiene más movimiento que el de las figuras, mucho más hermético. A mí no me termina de convencer, quizá por la corrida de Montalvo en junio en la que vi cómo se le iban dos toros de puerta grande. Enseguida los aficionados abrigamos nuevas esperanzas en las que creemos ver lidiadores poderosos con una tauromaquia larga. Qué sé yo: un Luis Francisco Esplá. La realidad es que el toro de casta desgasta mucho más que el de las corridas comerciales, que también salen correosos y dan sus cornadas, especialmente en las tres o cuatro plazas fuertes, en el resto suelen ser monas que no aguantan un puyazo, con los pitones bien redondeados (la bolita) gracias al efecto fundas. Las ganaderías toristas, sin embargo, suelen ser igual de duras en unas plazas que en otras, con el añadido del trapío.
2º. Chaparrito, de Adolfo Martín. Nº 1, 549 kg., cinqueño (lidiado el 8 de junio de 2018).
De los 10 toros que repaso en esta serie de entradas Chaparrito es el único que no pude ver en la plaza. Gracias a David Castuera he podido verlo en vídeo, así que la opinión no se basa en las sensaciones que aporta la lidia in situ, que son las que más hay que valorar, sino las del análisis sopesado y frío tras verlo en vídeo.
Quizá por la frialdad que comento de verlo en imágenes Chaparrito no me parece un toro tan espectacular como se viene comentando. En el segundo puyazo se duerme e incluso se deja pegar sin empujar, haciendo el puente. Es un toro noble que se deja hacer en todo momento, ni tobillea ni le pide la documentación al matador, excelente por el pitón derecho y más dormido por el lado zurdo. Con las arrancadas justas en cada tanda, bien por condición natural, bien porque Pepe Moral nunca llegó a entenderlo. Parece demasiado encimado y toreando excesivamente redondo para ser un Albaserrada. La faena no llega a despegar en ningún momento, no toma el cariz de grandeza que las arrancadas del toro merecen. Lo mejor de todo, como digo, la embestida por el derecho, en la plaza tuvo que emocionar.
1º. Navarro, de Valdellán. Nº 15, 604 kg., cuatro años y medio (9 de septiembre).
Se ha dicho todo sobre este toro al que ya podríamos calificar de célebre. Sin la calidad de embestida de prácticamente todos los anteriores, pero con una serie de virtudes que no tuvieron muchos de ellos: bravura desatada. Poder, mucho poder, fiereza, mucha fiereza, y una codicia que por momentos lo convertía en un toro pegajoso.
Dejo algún párrafo del artículo que escribí homenajeando a Navarro y su matador, Fernando Robleño.
Bien es cierto que llevaba un par de temporadas anodinas en las que sus actuaciones no pasaban de un oficio más que acreditado para despachar con solvencia cualquier tipo de situación. No es cosa baladí eso de la solvencia y el oficio, ya lo quisieran para sí otros espadas, pero a Robleño se le pedía más. Y ese más llegó el pasado 9 de septiembre en la corrida desafío entre Saltillo y el debut de Valdellán con tres pavos que derrocharon casta, casta y más casta, ¡así se debuta en Madrid! Suele suceder que el toro que más llama la atención en la previa luego es un gran fiasco, pero esta vez no fue así. Era un entrepelado, lucero, berrendo remendado, apodado Navarro, que superaba los 600 kilos y encampanado ganaba en talla al pequeño gran torero de San Fernando de Henares. Tomo tres varas con alegría y derrochó fiereza y acometividad toda la lidia.
Cuando maduramos la grandeza de aquel trasteo caímos en la cuenta de que aquello había sido un episodio del más puro estilo robleñista y, sin embargo, cuando la veíamos en vivo pensábamos que no pasaría del oficio y la solvencia antes comentado. El toro era una estampida en cada arrancada, acudía con la cara muy suelta. Y es que en los primeros compases lo fue dejando a su aire, madurándolo, estudiando por dónde le iba a meter mano, como tantas otras veces le habíamos visto hacer. Después llegó la apoteosis, el alumbramiento que no esperábamos. Fueron sólo tres tandas, dos por la derecha y una tremenda de naturales. Robleño, nuestro pequeño gran hombre, se armó de valor, echó la pata pa᾽lante y se dispuso a hacer el toreo con aquel torazo, pasándoselo por la bragueta y rematando los muletazos detrás de la cadera sin ceder el terreno. Se veía, Robleño salía de cada uno de estos encuentros con Navarro como si hubiera corrido un esprint, el esfuerzo era palpable. Cada tanda valió un potosí, el toreo auténtico. Cayó una oreja después de un pinchazo y una estocada desprendida entrando derecho, con más aficionados en la plaza y una muerte más certera la faena había sido para rozar la puerta grande. Es lo de menos, los que lo vieron no lo olvidarán, fue el resurgir de Fernando Robleño, y esperamos que para seguir viéndole así por mucho tiempo.
Pueden leerlo completo: pinchando aquí.
Las fotos, como en los artículos anteriores, son de la web de Las Ventas y de Javier Alvarado.
Un saludo a la afición.