DETALLES DEL FESTEJO
Plaza de Toros Las Ventas
Plaza de Toros de Madrid. 27 de junio. Un tercio de entrada. Novillos de La Guadamilla, vergonzosamente presentados, nobles, descastados e inválidos en su mayoría. Un sobrero de Chamaco, de igual trapío y condición, y un segundo sobrero de Los Chospes, ofensivo de cara, pero sin remate.
Pedro Gallego: -aviso-, estocada contraria que hace guardia, media estocada caída, - aviso-, dos descabellos (silencio); pinchazo y bajonazo (palmitas).
Manuel Caballero: media estocada tendida (silencio); dos pinchazos, estocada trasera desprendida (silencio).
Bruno Aloi: estocada trasera, -aviso-, dos descabellos (saludos); pinchazo hondo, - aviso- (silencio).
Presidente: J. Antonio Rodríguez San Román. Pésima actuación, aprobando 6 animales indignos para madrid, excesiva tardanza a la hora de mostrar el pañuelo verde para devolver a dos inválidos de manual, debiendo haber devuelto algún otro ejemplar.
Todos los responsables del bochorno ignominioso acontecido en la plaza de Madrid debieran haber rendido cuentas ante la afición, esto es, el señor presidente y el equipo de veterinarios por aprobar semejante bazofia, y la empresa y el ganadero, por contratarla y presentarla, respectivamente. Mas como la afición es ya una especie en extinción en esta plaza, todos se fueron de rositas. El asunto debiera haber tomado proporciones de escándalo, lo cual hubiera sucedido hace no tantos años, y en tiempos pretéritos nuestros bisabuelos hubieran saltado a la arena a matar a aquellos animalejos con un cuchillo de pelar fruta.
Se sucedió un desfile de eralillos tan pobres de cara, hechuras, y de todo lo que debe tener un toro bravo, que sólo daban lástima, derrengados por los suelos y sin el más mínimo ápice de casta ni bravura.
El señor empresario, Rafael García Garrido, no pierde ocasión para anunciar a bombo y platillo en sus numerosas apariciones en la radio, que Madrid es una plaza de temporada y su misión es potenciar la misma. Viendo lo de ayer, unido a la supresión de las corridas de julio, pareciera que su cometido es el contrario, es decir, dar la puntilla a la temporada venteña. Consecuencia directa de su gestión es la paulatina disminución de aficionados en la plaza, hastiados de tanta mentira y engaño, los cuales han sido reemplazados por unos jovencillos, “nacionalistas taurinos”, cuya única función es acudir a gritar loas y alabanzas patrioteras sin importarles en absoluto que les estén dando gato por toro. Le sale redonda la jugada al señor empresario: novillos y novilleros a precio de saldo, subida de precios, descenso del número de aficionados y por ende, del rigor y seriedad que merece la plaza, y un nuevo público politizado y aplaudidor. Con esta coyuntura, no hace falta ser un lince para ver que no son necesarios ministros antitaurinos para acabar con la Fiesta, y que el más feroz enemigo se encuentra dentro de ella. Mal camino lleva la tauromaquia si hasta en la plaza de Madrid asistimos con estupor a estas vergüenzas, pero el señor Garrido lo quiere pronto y en la mano, y como dirían los castizos, el que venga detrás que arree.
Para esta primera ¿novillada? del ciclo Cénate las Ventas se escogió un encierro de La Guadamilla y a tres novilleros más verdes que el campo en primavera. Hubiese sido más acertado que lo animales hubieran llegado ya difuntos a la plaza para degustar su carne en un guiso en los puestecillos que abarrotan los pasillos de los tendidos altos.
Se presentaba en la capital el jiennense Pedro Gallego, ya talludito, con el escaso bagaje de un único festejo la temporada pasada. Se fue a porta gayola en ambos novillos, y el cuarto, que le arrolló, a punto estuvo de ocasionarle un grave percance, mas la cosa no pasó del susto. Por allí anduvo fuera de cacho, muy desajustado y metiendo pico, sin acoplarse en ningún momento con los becerritos que le tocaron en suerte.
Manuel Caballero, hijo del matador del mismo nombre, también nuevo en esta plaza, no tuvo mejor suerte y su actuación no pasó de voluntariosa. Corrió turno en el novillo de su presentación tras la devolución del titular, con el que estuvo muy mal colocado y retrasando la pierna de salida, en un trasteo insulso que no destacó por la limpieza de los muletazos, contándose estos por enganchones. Con el quinto, muy rajado desde el inicio, intentó sacarle algún muletazo cerrado en tablas.
Completaba la terna el mexicano Bruno Aloi, que volvía a Madrid tras su presentación el pasado mes de abril, en la que cosechó una vuelta al ruedo. Inició de hinojos con su primero, para a continuación, ya vertical, recetarle una buena serie sobre la diestra que rubricó con un largo y templado pase de pecho. Y hasta ahí. Con el sexto bis, de Los Chospes, de nula humillación y corta embestida, sólo pudo justificarse.
Cuando ya rondábamos tres soporíferas horas de la infame becerrada y ésta iba tocando, por suerte, a su fin, se escuchó el grito de un aficionado: ¡Ganadero, seis novillos impresentables!; pero muy tibias resultaron las protestas ante tal espectáculo “tercermundista”. Ah, y por si no quedó suficientemente claro: ¡vivaaaspañaaa! Hágaselo mirar, señor Garrido…
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