Soy casi octogenario. No recuerdo otra igual. Digo «no recuerdo», que no equivale a decir «no ha habido». Es verdad, también, que las imágenes gráficas de hoy no son de siempre.
Así se sale a hombros en Madrid. Esas son las puertas que acreditan a los toreros, que no se olvidan, que prestigian la plaza de Las Ventas y engrandecen la fiesta de los toros y el arte de torear. Sin gritos ni pataletas, con pañuelos uniformemente repartidos del 1al 10, desde la barrera hasta la fila 7 de andanada. Sin una discrepancia. Sin ninguna abstención. Sin titubeo alguno del palco. Grande Ureña. Torero, artista y persona. Honra de la tauromaquia y de España.
Las prisas me llevaron a omitir en el anterior mensaje, que Ureña perdió un ojo por cornada hace unos meses. Un vía crucis de quirófanos para quedar tuerto. Y que lidió su segundo toro cerrando plaza, tras ser curado de la cogida del primero, al que había toreado de perlas mermado de facultades, rozando la oreja bien negada por don José Magán.
Que vengan las estrellas de los puntapiés —¿a cuánto la patada, el codazo y la zancadilla?— y den lecciones de hombría y civilidad con anuncios solidarios en favor de su propia economía y su particular ego, mientras fanfarronean, ligan y evaden.