DETALLES DEL FESTEJO
Plaza de Toros Las Ventas
13 de mayo de 2016 | Escrito por Paco Ruiz | Fotografías de Iván de Andrés
Octava corrida de la feria de San Isidro. Lleno. Asistió el rey D. Juan Carlos a quien brindaron su primer toro Castella y Roca Rey.
Cuatro toros de Núñez del Cuvillo; justos de presentación por no decir mal presentados, flojos, mansos y nobles, con peligro el que hizo quinto; dos toros del Conde de Mayalde, de distinta presentación, descastados y complicado el que hizo sexto.
Sebastián Castella (azul y oro) -aviso-; bajonazo (silencio); pinchazo perdiendo la espada, tres pinchazos sin soltar -aviso-, otro pinchazo y estocada trasera (silencio).
Alejandro Talavante (sangre de toro y oro); dos pinchazos sin soltar y media estocada tirando al toro en rueda de peones (silencio); estocada trasera y caída (oreja).
Andrés Roca Rey (verde y oro) que confirma la alternativa;; bajonazo -aviso- (palmas y protestas cuando intenta saludar desde el tercio); estocada caída al encuentro (dos orejas); salió a hombros.
Presidencia: D. Trinidad López-Pastor Expósito. Segundo actor de esta grotesca farándula en que se ha convertido la fiesta y cooperador necesario en la segunda oreja concedida a Roca Rey que le valió salir a hombros.
Cuadrillas: nada, mal lidiados, peor en banderillas, algunas al brazuelo, otras en la barriga y otras a topacarnero. Destacar solo un buen par de Juan José Trujillo de la cuadrilla de Talavante.
De no ser connivente la empresa en este tremendo fraude que es hoy una corrida de toros, debía haberla anunciada como corrida sin caballos porque no se picó. Ni un mal puyazo se señaló a los de la impresentable novillada que mandó Núñez del Cuvillo, floja, sin alma, el que no se caía antes lo hacía después de ir al caballo y allí, tras saludar y dar las buenas tardes al piquero de turno se marchaban sin rumbo en un trote bodrio y cochinero. Desde el tendido 7, alguien con razón gritó que con un caballo de cartón se picaba esa corrida, y en el tercero de la tarde, el que más se cayó, también desde el mismo sitio otra voz advirtió con befa y mofa, dado el esperpento de aquello, que al toro le había sobrado la tercera vara. Pero lo que son las cosas; de este simulacro de varas se salvaron los dos toros destartalados y bastos que envió el Conde de Mayalde, no por su agresividad en el caballo sino por la anécdota de que al topar , más que embestir, uno le partió la vara al picador pareciendo aquello algo, y por el picotazo señalado y puyazo en el brazuelo que se llevó el otro. Fueron la variedad de la suerte; algo es algo.
Y ya están los espadas preparados para despachar este remedo de toros. Con estos animales llegan las figuras del toreo. Ya está ese público de “feria”, también connivente con lo que está ocurriendo, dominguero -aunque sea viernes como hoy-, con el aplauso preparado, tocándose el bolsillo no porque se sientan engañados por el robo de la empresa y toreros ante lo que van a presenciar y están presenciando, inocentes y cándidos ellos, sino para asegurarse estar el pañuelo presto a ser sacado para pedir las orejas; público bullanguero, presumidor de haber ido a los toros, loco por contarlo mañana en la oficina, también al cuñado envidioso que mileurista no le llega para poder venir y casi todos, impenitentes admiradores de Morante, con ese arte que no se pué aguantá, de Tomás, el Dios torero hecho hombre que premia a los buenos y castiga a los malos, según nos enseñaban en el catecismo, aunque en este caso el susodicho engañe a los buenos, a los malos y hasta saca los cuartos al pobre pensionista sin misericordia alguna con la tora a la que se enfrenta, de Manzanares, con esa elegancia con que en el muletazo echa al toro fuera; en fin ese público que no aficionados.
Y fue ese público el que sacó a hombros de la plaza a Roca Rey. En su segundo, el de las dos orejas, tras un quite mediocre por gaoneras inició la faena de muleta con cuatro estatuarios y un pase por alto hacia atrás y de espalda de difícil definición (¿quizá la gurripina del maestro Vidal?). Y ahí comenzó a desatarse la locura. Es verdad que se la jugó con un toro complicado, bronco y desarrollando sentido, estuvo valiente, pero es lo mejor y único que se puede decir de él. Torear, torear, no. ¿Qué tragó toro en muletazos y naturales vulgares, atropellados y enganchones incluidos? Sí. Pero no hubo más y claro, con este público eso vale. Hizo valer su derecho y pidió desaforadamente la oreja. Debemos respetar su ignorancia, no sabían lo que hacían, pero que un Presidente de la categoría de la plaza de Madrid en su libre albedrío -voluntad no gobernada por la razón, sino por el apetito, antojo o capricho-, o ignorancia (no se me ocurre otra justificación) contribuya al desatino de sacar por la Puerta Grande a un torero sin haber dado un pase en condiciones otorgando otra oreja, es para que no consienta la autoridad superior que suba más a un palco. No que le echen, por favor, pero si quieren que siga en la plaza se le puede buscar una salida airosa y honrada como la de arenero o mulillero, pienso.
En el toro de la confirmación ya avisó de lo que nos esperaba el resto de su tarde. Comienza con pedresinas rectificando para sucederse luego los muletazos a un toro que era la tonta del bote. En unos lo echaba fuera, los naturales todos al hilo, trapazos y más trapazos, el toro se aburre y le enseña la culata, las consabidas bernardinas y la gente, ¡aplaudiendo! Eso sí, todo hay que decirlo: el quite por tafalleras rematado con una media, de lo más vistoso y el que por saltilleras le hizo al segundo toro de Talavante.
No fue el día de Castella, otro habitual de los Cuvillos. En su primero, cinco estatuarios sin enmendarse rematados con el pase de la firma y el del desprecio. Pero después de tres buenos derechazos trayéndose el toro -dicho sea de paso, una raspa- de largo, comienza la sesión de pases y más pases en que le pone la muleta y pasa, le pone la muleta y pasa y otra vez pasa, ventajista, mal colocado, apretando a correr tras cada muletazo y como si no quieres caldo, toma tres tazas y la última rebosando, de semejante guisa estuvo en su segundo toro en que al pobre animal no le tenían las fuerzas; cinco veces se le cayó.
También Talavante estuvo presente en esta bufonada taurina. Vaya en sus descargo que a su primero lo tomó únicamente con la izquierda pero en un sinfín de pases anodinos. Comienza la faena al segundo con unos buenos muletazos por bajo, pero a partir de ahí se desdibuja e inicia una y otra serie de naturales en que el toro le desarma hasta en cinco ocasiones. Es verdad que el animal le derrotaba pero hay recursos para que no te estén quitando la muleta de continuo. Ya al final lo entiende mejor hasta lograr una serie de buenos naturales, es de reconocer, que levantan al gentío. Y con esa serie, cinco desarmes y una estocada trasera y caída, van y le dan una oreja. Saquen conclusiones.
Esta ha sido la impresión de un modesto aficionado. Prueben mañana a leer los comentarios de alguno de esos cronistas, críticos y revisteros áulicos y verán lo que dicen.