Visita a Cuadri y Miura. Dos leyendas.
Sábado 26-02-2022.
Amaneció encapotado y gris, por lo que nos temimos lo peor: que la primera estación y más esperada de nuestro fin de semana ganadero se torciese por el mal tiempo. Pero ya a punto de subir al autobús apenas cayeron cuatro gotas, y fue tan escasa la llovizna que el cielo abrió enseguida y la niebla que cubría el ras del suelo se difuminó rauda e imperceptiblemente en dirección a un cielo que se iba volviendo cada vez más claro y ancho, dejando en todo lo alto unas nubes blancas y mullidas como algodón de azúcar. Aguardaba Comeuñas.
Nos adentrábamos lentamente en esa España que quieren vaciar con palabras, cuando la realidad es que está llena, colmada de todo aquello que los urbanitas nunca tendremos; su cielo limpio y su alfombra verde, interminable, de primavera adelantada, no se pueden comprar por Internet. Y no sé cómo empecé a recordar el inicio de Anna Karenina, que reza así: «Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera». Y pensé en los más de cuarenta que íbamos en el mismo autobús, en si nosotros también lo éramos, no tanto si “felices” o no, sino más bien si formábamos una familia, con nuestras desavenencias, con nuestras heridas mal cerradas, incluso con nuestros propios cuñados que saben de todo. Sólo llegué a una conclusión: familia o no, había algo que nos hermanaba sin llegar a tener lazos de sangre. Pensé también en los que nos atacan, casi siempre periodistas, o la cátedra de las redes sociales, las más de las veces gratuitamente, mezclando la velocidad con el tocino, o dicho de otra manera: confundiendo a los borrachos ocasionales de la plaza con esta Asociación que está representada toda la temporada en todos los tendidos de Las Ventas. Qué escribirían si supiesen que cuanto más nos critican más apoyos recibimos, y de quien menos ellos se lo esperan.
Dejé de jugar a ser filósofo en cuanto el chófer aminoró la marcha y se desvió por un carril empinado de guijarros chiquitos y empezaron a abundar altísimas flores de gamón a ambos lados del camino y al fondo, asomando por el otero, la casa encalada desde donde emergía el trazo sabio y paciente de don Fernando, como si siempre hubiese estado esperándonos. Supongo que al ver parar el bus doscientos metros antes de llegar a su casa sospecharía que el motor se había averiado, porque vino a nosotros ligero, casi azorado, sin saber que el motivo de recibirlo al encuentro era para dar tiempo a Roberto, David, Luis, Alberto y alguno más a extender frente a él la misma pancarta que se desplegó en el tendido del 7 el día que se puso a un lado (“despedirse” no es el verbo, no) del timón de la ganadería. A veces deberíamos poder inventarnos palabras para describir emociones o momentos inefables, y éste con don Fernando bien puede ser uno de esos sentimientos sin nombre.
Todo lo que vino después tampoco es fácil de calzar con verbos y adjetivos. La casa Cuadri es como la sala de trofeos del Bernabéu, pero cambiando los goles por la casta. El cariño no puede medirse, pero el que se profesa a Cuadri por toda la Piel de Toro se certifica en cada uno de los reconocimientos y galardones que alicatan las paredes de Comeuñas. Sólo en el siglo XXI Fogonero, Aragonés, Frijonero y Podador en Madrid; Maquinista y Remendón en Zaragoza, o Trastero en Valencia bendicen a esta ganadería, donde uno siempre tiene un refugio donde acudir, un recreo donde se puede ser feliz. Y como un cante de ida y vuelta, lo de Cuadri a veces no está, pero nunca se ha ido del todo, y ahora son Luis y Fernando, “el estudioso y el campero” como los llama don Fernando, los que redoblan esfuerzos y entusiasmo para poner de nuevo la ciencia humilde de Comeuñas al servicio de la bravura. Y así fue como nos enseñaron sus toros para este año, los torazos que lidiarán en marzo en Osuna, los de Cenicientos y Mont de Marsan, los novillos que irán a Guadarrama en octubre, y todo con el certificado de denominación de origen de la casa: cinqueños hondos y bien comidos, con generosas badanas y acapachados, que no falten el goterón de Urcola y la bravura por la parte de Ibarra; nada de fundas, el mínimo manejo posible de los toros, la integridad por encima de las concesiones y que la única deuda que uno ha de tener sea con el aficionado.
Se nos hizo todo tan corto, pasó tan volando la visita que, hasta la comida de después, con más platos que en un banquete de boda, nos pareció efímero y rapidísimo. Había ganas de esta visita, pero como ocurre en los mejores sueños la realidad superó con creces a las expectativas. Lo de esta gente es tan genuino que sólo puedes admirarles. El respeto no se negocia, ni siquiera lo pides: se te concede. Así que nosotros, apabullados ante tanta hospitalidad sin amaños lo único que pudimos hacer fue regalarles dos detalles, ya ves tú, dos fotos en grande para que cuelguen en algún hueco de esas paredes llenas de triunfos. Una de ellas es de la pancarta desplegada en el tendido aquel 13 de junio de 2019 (foto cedida por nuestro socio Andrew Moore). En la otra se ve a don Fernando montado a caballo (foto cedida por el amigo de esta asociación y buen aficionado Víctor Palmar), vigilante pero sereno, la cual se acompaña con un texto breve, para la posteridad:
“A D. Fernando Cuadri. Por su extraordinaria labor como ganadero de reses bravas en beneficio de la afición y del espectáculo taurino. Por el intachable respeto que siempre mostró por la crianza del toro de lidia y su integridad, así como el sobresaliente trapío que siempre lucieron las corridas que presentó en la plaza de toros de Madrid.
El último ganadero romántico.
La afición agradecida, Asociación El Toro de Madrid.
Trigueros 26-02-2022 “.
Abandonamos Comeuñas con una última imagen improvisada, un gesto espontáneo que nos recuerda que algo nuestro se queda entre esos cercados: justo cuando todos estábamos subidos en el autobús y giramos nuestras cabezas buscando la última imagen de los ganaderos, asomando por el vano de la casa encalada se ve a don Fernando salir a despedirnos, al tiempo que detrás de él le siguen el estudioso y el campero, Luis y Fernando, que terminan flanqueando a su tío, como una terna antes de hacer el paseíllo.
Quién sabe, quizá algo de Comeuñas también se haya quedado en nosotros. Para siempre.
Domingo. 27-02-2022
Hoy el hombre del tiempo no falló, y un sol estridente y orondo nos acompaña desde que sale hasta que llegamos a Lora del Río. Puede que por el buen sabor de boca del día que echamos en Cuadri, o puede que fuese la tarde que pasamos en Sevilla tomando algo todos juntos (por supuesto, ésta es la parte del viaje que no se puede contar) o quizá porque después de Miura volvíamos de vuelta a casa, pero la verdad es que la visita a Zahariche sabíamos de antemano que sería, aunque igual de intensa, muchísimo más breve.
Miura es, a todas luces, La Capilla Sixtina de la casta. En Zahariche hasta el óxido reluce. Casi doscientos años de historia de este país resumidas en dos señores ganaderos, que además son hermanos. Como dos apóstoles, don Eduardo y don Antonio nos recibieron como se recibe al yerno la primera vez que va a cenar con los suegros: diciendo poco y otorgando mucho. Yo recordé lo que decía Curro Romero (“Pero cómo voy a matar una corrida de Miura si me da miedo hasta darle la mano a don Eduardo”) así que tampoco le di la mano a los tíos y me acerqué más al sobrino, Dávila Miura, solícito y cercano con todos, anfitrión insuperable que nos acompañó en todo momento.
Si ya es difícil rebasar la puerta de Miura, donde todos nos paramos a hacernos la foto bajo el travesaño donde cuelgan dos cráneos de toro, el hermetismo intramuros se hace igualmente presente. Pero ese es su encanto, su misterio, del que sólo ellos saben lo que allí se esconde.
Supimos que tienen corridas completas para Pamplona, Dax, Bilbao, La Línea, Beziers, la encerrona de Escribano en Sevilla… pero ni están apartados por destino ni hay un criterio homogéneo para tener toros en un cercado o en otro. Vimos en un prado a la entrada lo más parecido a un lote, y por las caras y el cuajo que tenían apostamos a que aquellos pavos subirían por la calle Estafeta. Porque luego vimos más toros, pero en realidad lo que estás viendo es una dinastía, una religión. Subidos en el remolque vimos la interminable extensión de los pastos miureños, salpicado el verde abundante por motitas amarillas de flores diminutas, como salpicados también abundaban entre sus toros los salineros, sardos y grises entrepelados. Toros veletos, playeros, cornivueltos, zancudos y galgueños… En Miura hay más combinaciones posibles que en un catálogo del IKEA.
Pero la lección que te deja esa casa es el silencio. El silencio allí no es impostado ni maestrante, allí si no se oye ni silbar al viento. El silencio es el mejor antibiótico para no hacer el ridículo, así que delante de don Antonio y don Eduardo sólo puedes santiguarte delante de ellos y dejar que te enseñen, porque a un Miura, toro o humano, no se le debe corregir.
Ya sólo quedaba rematar la mañana en la placita de tientas, cuadrada, con ese albero de verdad, con ese azulejo recordando la primera becerra (“Rompeplaza”) tentada por Pepe Luis Vázquez en los sesenta, y con corrillos más pequeños en los que los ganaderos, si se puede contar algo más de lo “contable”, lo hacen en esas tertulias cerradas, con menos gente y más intimidad.
Emotiva también la despedida con los Miura, intentando capturar un instante (un par de frases, quizá) para poder guardarlos en el joyero de nuestra memoria, como una reliquia a la medida de cada uno.
Regresamos a Madrid, a la plaza de Las Ventas, que es donde nació este viaje (donde nace todo, al fin y al cabo), de donde salimos dirección Sur. Ya en el camino de vuelta no hubo tiempo de pensar en familias infelices, o no. Tan sólo queda el resuello nervioso de lo vivido, de lo aprendido, de lo callado y de lo compartido. Queda el sueño eterno de que a los custodios de estos dos hierros de leyenda les embista por derecho el destino.
Porque su suerte será también la nuestra.
Escrito por Óscar Escribano
Fotos: Cristina Barba, Miguel Montoro, Alberto Herrero, Carlos Silván y David Castuera.
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