DETALLES DEL FESTEJO
Plaza de Toros Las Ventas
Domingo, 1 de mayo del 2016. Dos horas y cuarto de festejo, con inicio a las seis de la tarde. 6 utreros, 6 del Excmo. Señor Conde de Mayalde, desigualmente presentados y predominantemente mansos, para los espadas:
Miguel Ángel Silva (de verde botella y oro): 1º: Estocada contraria, tres pinchazos, y estocada honda, caída y tendida. Silencio con dos avisos.
Clemente (de berenjena y oro): -2º: Pinchazo en suerte natural y estocada atravesada en la misma cruz en la suerte contraria. Silencio. -4º: Estocada delantera y caída, soltando la muleta, junto con cinco descabellos. Leves pitos. -6º: Estoconazo de ley en suerte contraria. Silencio.
Álvaro García, que se presentó esta tarde (de verde esperanza y oro): -3º: Dos pinchazos, estocada trasera y caída, más seis descabellos. Silencio con dos avisos. -5º: Pinchazo trasero y estocada lagartijera. Leves pitos.
1º: Escultor (40). 479 kilos de peso. Castaño salpicado bragado. Suerte de varas: -Puyazo en el cerviguillo sin meter las cuerdas. Sale suelto. -Picotazo trasero al relance. Presencia: Terciado de cara, largo de hechuras. Comportamiento: Noble, mansote, con un pitón derecho más que aprovechable.
2º: Hechicero (14). 475 kilos. Castaño. Suerte de varas: -Picotazo trasero. -Puyazo trasero largo a la carioca. Presencia: Muy serio de presencia; con caja, seriedad por delante y notable desarrollo morfológico para su edad. Comportamiento: Noble, descastado y blando. 3º: Joyero II (29). 480 kilos. Negro listón. Suerte de varas: -Picotazos en serie en la paletilla. -Picotazo sin castigo alguno. Sale suelto, huyendo como poseído por el demonio. Presencia: Largo, alto de agujas y con defensas de eral. Comportamiento: Noble hasta decir “¡Basta!” y de embestida boyante. Manseó en varas. Pronto pero sin fijeza ninguna. 4º: Segurito (habiendo corrido turno). Número sexto de la camada del 2012. 537 kilos. Castaño. -Puyazo largo en la cruz- -Ídem al anterior. Sale suelto en ambos. Presencia: Muy serio. Un toro. Comportamiento: Descastado y manso en varas. Una perita en dulce en la muleta. 5º: Estafador (7). 484 kilos. Castaño. Tercio de varas: -Puyazo trasero. Cabecea y sale suelto. -Puyazo trasero y largo, con arreón de manso hacia las afueras en la carioca. Presencia: Muy alto y largo, sin estar la cornamenta en consonancia con su lomo. Comportamiento: Manso huidizo y descastado. 6º: Joyero I (18).538 kilos. Capa negra. Tercio de varas: -Picotazo en el brazuelo. -Picotazo en la paletilla Ambos al relance. Presencia: Seria figura, aunque sin apenas cara. Comportamiento: Descastado, manso acobardado en varas e inválido. Debió ser devuelto por el Presidente del festejo.
Se anunciaba para hoy una novillada en Las Ventas con dos novilleros placeados y uno de reciente paso al escalón menor, para ir abriendo boca con la mira puesta ya en el maratón isidril que se nos viene en pocos días. La novillada del Conde de Mayalde, hierro que no traía consigo buenos antecedentes respecto a encierros anteriores lidiados en nuestra Plaza, digamos que fue, en su primera parte (1º, 2º y 3º) un caudal de dulzura que hasta al menos alevoso de los coletas se le hubiera hecho la boca agua, ya que, aunque escasitos de fuerzas, los tres utreros primeros tenían eso que ahora los cursis del ¿toreo? actual llaman toreabilidad y buena condición. No se crean que éstos tuvieron casta ni bravura ni nada menos, sino que mantuvieron en un hilito sus fuerzas mientras embestían sin transmisión a los envites capoteros y muleteros que fueron encontrando en su camino.
Miguel Ángel Silva mostró que, gozando de mayor acomodo durante su actuación respecto a la de sus compañeros de terna, eso de esconder la pierna de salida, lanzar durante el trasteo sus bureles hacia Despeñaperros y salir de las tandas con desplantes altivos se le da de lujo. Al primero y único de su lote que dio muerte, lo recibió de capa con una verónicas templadas pero sin sacar las manos ni cumplir con el fin último del saludo que es parar e ir fijando al oponente. Mantuvo cierto empeño en templar en el toreo regular la franela, pero prefirió no bajar la mano, teniendo que remendarse después de cada muletazo al venírsele el toro encima. Por el derecho, el burel era una perita en dulce, de esos mansurrones noblotes que tanto gustan a los de luces, pues, sin tampoco convencer a ningún aficionado, fue material para que, ni más ni menos, llegase a darle siete tandas de regulares sin obligar, claro, acabando la faena con un musical de pinchazos y descabellos. Nada nuevo bajo el sol. En una de esas entradas al volapié, se cortó en las falanges de la mano con el estoque y tuvo que acabar en la enfermería después de finalizar su faena, no pudiendo salir a matar el segundo de su lote, que recayó en el francés Clemente. El novillero de Burdeos tampoco tuvo su tarde. Pareció nervioso, con ciertas ganar de lidiar por bajo los toros, comenzando sus trasteos doblándose con cierto gusto torero, pero acabando sendas faenas entre atropellos, sainetes estoqueadores y alharacas muleteriles cuando, desde el tendido, se le recordaba que el respetable ya quería irse a cenar con su familia. Frente a esto, sí tuvo sobriedad en su labor con el estoque frente al manso sexto, al que mató con un soberbio estoconazo hasta la bola de esos en los que el matador hace la cruz, se vuelca en el encuentro y parece que el acero entra solo como la copita en la sobremesa. Con el segundo, un novillo muy serio que flojeó desde su salida, se mostró con ganas de hacer las cosas bien con la capa, bajando la mano en el saludo de salida, aunque sin conseguir fijar la embestida del animal e ir ahormándola. Tampoco ayudó “El Legionario”, que siendo un picador de larga carrera, decidió que esa tarde se lo iba a tomar con tranquilidad y que si uno puede picar trasero, pues mejor, que así le vamos ahorrando trabajo al carnicero en el despiece. Clemente tardó mucho en acoplarse a la acompasada y enormemente noble embestida del animal, que se movía de un lado a otro lastimoso y como por su casa, ya que el matador tampoco hizo por meterlo en vereda. Lo mismo le pasó con el cuarto, Segurito, frente al que decidió no darle sitio, ahogarle y dejar sin aprovechar las embestidas que por el izquierdo regalaba metiendo la cara con cierta codicia sobre las rayas del tercio.
Álvaro García es otro novillero que, junto con los anteriores, recibe alhajas constantes por parte de la Prensa taurina más chic. Esto no se vio correspondido con su actuación durante esta tarde, en donde, además de mostrar que su nivel estaba en consonancia con el verdor intenso de su vestido de torear, evidenció que es otro producto más de escasa autenticidad recién sacadito del añado horno taurinesco. A su primero, el tercero de la tarde, lo recibió con una suerte parecida a la verónica sin ésta llegar a serlo, no sacando las manos en los lances y sin ir fijando las embestidas de un novillo del Conde de Mayalde que acabó dando vueltas por el albero como los caballitos de un tiovivo, aunque sin el interés ni de propios ni de extraños. Después de un quite gustoso por delantales con remate a una mano de Clemente y de una sosegada lidia de su primer piquero, se dispuso a recetar al animal tres series de derechazos, mientras sus convecinos de San Sebastián de los Reyes, que se dejaron ver a granel por los tendidos de sol, alimentaban sus oídos. Con la muleta, trapazos sin ton ni son ni estrategia ninguna, en cualquier terreno y a gran número, sin llegar a vender ni una escoba. En el sexto, se puso perfilero y acortó con encimismo las embestidas del animal con medios muletazos en suerte regular sin darle sitio a un manso utrero, que en los medios dejó de defenderse, aunque tampoco mereció mucho más que un macheteo por la cara y “Hasta luego, Lucas”. Ese encimismo y esa falta de temple de Álvaro García también la observamos en Clemente, el cual, en su muleteo al que cerró plaza, propinó sucesiones simultáneas de enganchones y trallazos, aunque fue de agradecer que en este, al menos, decidió abreviar, para no seguir aburriendo al personal, dejándonos ir ya extasiados a casa a pedir comprensión por haber vuelto a los toros a perder la tarde y no ver nada.