Dicen que un torero debe serlo dentro y fuera de la plaza. Rafaelillo es un joven del siglo XXI, con veintiocho años, y si bien de primeras no deja de aparentar que es un chico normal de su edad, les aseguro que encierra a un pedazo de torero tan valiente en el trato personal como lo que es capaz de demostrar ante un Miura o uno de Dolores. Y además humilde y buena gente. Esa es la impresión que nos ha quedado a los aproximadamente cincuenta aficionados que en pie le hemos tributado una ovación cuando ha concluido la charla que hemos compartido con él esta tarde. Igual que en la clamorosa vuelta al ruedo del pasado 29 de mayo o tras el paseíllo del 7 de octubre. Aplausos en menor proporción, pero igual de sinceros. Porque si las ovaciones en Las Ventas iban dirigidas al torero, ésta además, iba dedicada a Rafael Rubio, la persona. Tras la presentación del acto a cargo de nuestro presidente y un breve recorrido por la biografía de nuestro invitado expuesto por nuestra socia Yolanda, el torero murciano tomó la palabra para agradecer sinceramente tanto la invitación por parte de la Asociación, así como el cariño -ganado a ley- mostrado en la Plaza. Hubo tiempo para conversar sobre su vida taurina, todas las actuaciones del torero en la Plaza de Madrid y también nos dejó retazos de su vida personal. Así, recordaba como se le fue un novillo bravísimo de Las Ramblas al que no logró hilvanar faena por no encontrarse mínimamente cuajado como torero para dar respuesta a tales embestidas; él mismo reconocía que “…se le presentó un examen de carrera cuando todavía estaba en bachillerato”. Ya como matador recordó una corrida de Barcial en el verano de 2004 “en la que se encontró especialmente a gusto”, el toro de El Sierro al que le cortó la oreja en el 2005 y del que dijo que le debía “todo a esa faena porque fue lo que me posibilitó volver a tener más oportunidades en Madrid” y también momentos duros como los sufridos el pasado 2006 cuando un toro de Palha le propinó una de las volteretas más espectaculares que se han visto durante los últimos años en esta plaza. Pero quedaba lo mejor. Y es que Rafaelillo habló de toros como un aficionado más de los que formábamos parte de la reunión. Entró en detalles de la famosa faena al toro de Dolores Aguirre de este San Isidro de la cual destacaba que “…el inicio por bajo sometiéndolo y pudiéndolo fue la clave…” o el macheteo torero al final de faena con el toro de Adolfo el pasado Otoño del que reconocía “... yo sabía que si me ponía a torear me cogía, pero no podía hacer eso desde el principio porque no hay afición suficiente para entender ese tipo de lidia …”. Y no le falta razón. No queda afición y la que queda se ve maltratada continuamente. Incluso el propio matador afirmó rotundamente: “Si el aficionado tuviera mayor peso, muchos toreros se verían seriamente perjudicados, pero le iría mejor a la Fiesta”. Toda una aseveración sincera que da gusto escuchar de boca de alguien que se encuentra inmerso en los desmanes que vive este mundo. Como él mismo nos comentó: “la única verdad es la soledad de un hombre y un toro en el ruedo de una plaza. Todo lo demás que lo rodea son intereses creados por un sistema taurino vicioso”. También fue preguntado por el tipo de ganaderías o encastes que prefería a lo que su respuesta tampoco dejó lugar a dudas: “el toro que yo quiero es el que se mueva porque es el que vale para triunfar. El otro es más fácil para el torero, pero seamos claros, no beneficia a la Fiesta”. Y así se fue desgranando lo que resultó un agradable coloquio entre aficionados y un torero de ideas claras, sencillo, humilde y con sentido del humor (*). Su sonrisa siempre estuvo presente en sus intervenciones y tras asegurarnos que sintió orgullo al leer las pancartas surgidas en la Feria de Otoño desde el tendido 7, sólo nos queda desearle la mayor de las suertes y que nos de muchos motivos para que puedan volver a ser mostradas. Encantados de conocerle Don Rafael.
(*) A la pregunta de nuestro querido Rosco de por qué la mayoría de los toreros no van a parar a un toro que sale huidizo al centro del ruedo con el capote, la respuesta fue la siguiente: “¡Es que para llegar al centro de Las Ventas hay mucha cuesta…!”.