Para la tarde de este jueves estaba anunciado el ganadero D. Mauricio Soler Escobar, propietario de la ganadería del mismo nombre, de encaste Santa Coloma, en las líneas de Joaquín Buendía y Graciliano Pérez Tabernero. Gratos recuerdos guarda la afición de Madrid de esta ganadería cuando aquella tarde de septiembre del año pasado su ganado llenó de casta el albero venteño, dentro del ciclo de encastes minoritarios. Por motivos personales y profesionales se cayó del cartel don Mauricio y en su lugar, y por la vía de las sustituciones, acudió por don Joaquín Monfil Sola, aficionado exigente, de pluma fácil y colaborador en distintos medios relacionados con la fiesta de los toros. A la vez es miembro de La Asociación El Toro de Madrid donde ejerce la función de documentalista taurino. Su “faena”, basada sobre ambas manos y pisando terrenos comprometidos, tanto de la historia taurina de los siglos XVIII como del XIX, con un dominio tanto técnico como dialéctico, asombró a la concurrencia, a pesar del temario tan amplio elegido por el ponente que, de haber sido meticuloso en su exposición, la tarde podría haberse extendido hasta altas horas de la madrugada. Pero ese no era el fin. Resumir la historia de la Tauromaquia de los siglos XVIII y XIX no es baladí, pero al existir tanta documentación al respecto, el ponente solo tuvo que tirar de memoria para llenar de satisfacción a los presentes con su exposición, hablando de toreros de aquella época y algunas de las anécdotas que la historia adornó a su existencia. La charla no dio opción a las dudas ni a la especulación sobre lo expuesto. Todos los asistentes permanecieron absortos en la escucha, hasta que evidentemente llegó la hora de la despedida. Comenzó su exposición recordando al gran torero de Camas Paco Camino, al que le atribuyó la frase: “los sobreros suelen dar juego, sobre todo en Madrid”. El aserto se cumplió con nuestro invitado pues como tal se presentó y siguió enlazando esta frase con la exposición sobre la reglamentación taurina del siglo XVIII, de la cual expuso que en aquellos años era prácticamente inexistente. Al no existir reglamentación alguna, en los festejos taurinos que se celebraban en los pueblos, los participantes eran los propios ciudadanos, los cuales saltaban al ruedo a demostrar su valentía y su arrojo. Era la época en que los caballeros alanceaban los toros a caballo y llevaban una servidumbre para ayudarles en las faenas necesarias. Estos criados iban a pie y se les permitía durante el transcurso del festejo saltar al ruedo a quebrar al toro a cuerpo limpio. Este hecho fue el precursor del toreo a pie y con el paso del tiempo fue tomando cuerpo en la sociedad de aquella época y poco a poco fue imponiéndose incluso al toreo a caballo. En la segunda mitad del siglo XVIII aparecen las familias toreras, destacando la de Ronda, de la que Pedro Romero fue su máximo exponente. Las familias sevillanas tratan de competir con la rondeña a través de José Delgado Hillo “Pepe-Illo” y Joaquín Rodríguez “Costillares”. A las clases selectas de la época les encantaba Costillares, al cual se le atribuyen una serie de modificaciones en el toreo, como el perfeccionamiento de la verónica, la organización de las cuadrillas, la división de la lidia en los tres tercios y la suerte del volapié. Costillares falleció en el año 1.800 y Pepe-Illo fue corneado por el toro castellano Barbudo, el 11 de mayo de 1.801. Y con Pedro Romero ya retirado, se pudo dar por finalizada la influencia del siglo XVIII en el toreo. Han sido estas figuras las que de alguna manera han creado las bases de la Tauromaquia y de la lidia. El siglo XIX comienza con las prohibiciones de la fiesta de los toros impuestas por el rey borbón, Carlos IV. Sin embargo con la llegada de los franceses se abre la mano a la fiesta, buscando los invasores napoleónicos con este hecho congraciarse con el pueblo español. Con esta invasión francesa se pasa a la Guerra de la Independencia. Y finalizada la misma y restablecida la monarquía borbónica aparecen una serie de toreros que iremos describiendo a continuación. Curro Guillén. Fue un torero forjado entre los dos siglos, pero fue en el año 1.819 cuando alcanzó su mayor auge. Torero mimado en los ambientes selectos de aquella época, tanto a nivel aristocrático como político. Fue una persona que cuidaba con esmero el vestir y unido a que era muy bien parecido, causaba muy buena impresión en todos los ambientes. Fue corneado en Ronda en 1820 por un toro de Cabrera que le ocasionó la muerte. Se comentó que intentó hacerle el quite Juan León, su banderillero, pero no lo consiguió, estando unos instantes ambos colgados uno de cada pitón. Y se cuenta que fue enterrado en el mismo coso. Posteriormente se llevaron a cabo unas obras de remodelación de la plaza de Ronda y aparecieron unos restos humanos que la leyenda atribuye a Curro Guillén. De todas formas, nada de esto último está demostrado. En 1.830 y con Fernando VII de nuevo en el poder, fallece el ganadero Vicente José Vázquez, creador del encaste vazqueño y la testamentaría pone a la venta la ganadería, siendo el propio rey quien adquiere la mayor parte de ésta. Al fallecimiento del monarca esta ganadería sería adquirida por el Duque de Veragua, que la mantuvo en propiedad hasta poco después de la muerte del torero valenciano Manuel Granero por el toro Pocapena, perteneciente a esta ganadería, en mayo de 1.922. A partir de este hecho el Duque pierde interés por la ganadería y la vende a los Martín Alonso, familiares directos de los actuales Hermanos Lozano. Posteriormente la adquiruirá D. Juan Pedro Domecq y Núñez de Villavicencio. Volviendo al año 1.830, el Rey crea la Escuela de Tauromaquia de Sevilla, con el fin de enseñar las técnicas que habían puesto en práctica los toreros Pedro Romero, Pepehillo y Joaquín Rodríguez Costillares. La Casa Real nombra como director de la escuela al torero retirado, Jerónimo José Cándido, pero este nombramiento no agradó a Pedro Romero, que a continuación escribirá una carta al Rey, solicitándole su nombramiento ya que, a su entender, tenía más derecho al cargo que Cándido. El Rey rectifica y nombra a Pedro Romero como director pero deja a Jerónimo José Cándido también como segundo. Pocos años después, a la muerte del rey Fernando VII, la Escuela sevillana cerró sus puertas. Un dato curioso sobre el torero rondeño Pedro Romero. Durante su etapa de matador de toros y después de haber despenado más de 5.000 cornúpetas, no pisó nunca una enfermería. En aquella época era costumbre matar ejecutando la suerte recibiendo, pero esto era un problema para matar a los toros acunados en tablas y muy quedados. Para estos casos Joaquín Rodríguez “Costillares” inventó el volapié. No confundir con el “JULIPIÉ”, recordó nuestro invitado. El alumno más brillante y adelantado de esta Escuela de Tauromaquia sevillana fue Francisco Montes “Paquiro”, considerado la máxima figura del toreo de la primera mitad del siglo XIX. Fue un excelente lidiador y políticamente muy partidario de la Reina Isabel II (Isabelino). Por estos tiempos comenzó la politización de los toreros. Era una persona muy dotada físicamente lo que, junto con la técnica que atesoraba de lidiador, consiguió ser el máximo exponente del toreo de esa época, pero tuvo la mala fortuna de caer en la bebida y se tuvo que retirar pronto. Se cuenta la siguiente anécdota sobre su persona. Estando Isabel II veraneando en San Sebastián, recibió la visita de unos amigos franceses y se le ocurrió a la reina montar una corrida de toros en honor de sus invitados y para ello invitó al torero Paquiro. El torero se encontraba ya muy mermado de facultades, pero tuvo que acceder a la petición. Invirtió en el desplazamiento desde Chiclana a San Sebastián 28 días. Ni uno más, ni uno menos. Para que nos hagamos idea de los viajes en aquellos tiempos. Las temporadas taurinas de aquella época no eran como las actuales. Las únicas plazas que celebraban festejos con regularidad eran las de Madrid y Sevilla y los toreros eran contratados para varias corridas en una misma temporada. Al ser los desplazamientos entre ciudades muy lentos, este hecho ocasionaba que en las demás plazas toreasen los toreros locales, especialmente durante las fiestas de cada lugar. Antes de Paquiro hubo otros toreros que no llegaron a alcanzar los favores de los públicos, como Juan León, El Morenillo, El Sombrerero, El Bolero, los Badén, el marrullero gitano Juan Núñez “Sentimientos”, Manuel Parra, Roque Miranda “Rigores”, etc. Rafael Pérez de Guzmán, apodado El Bueno por ser descendiente del héroe del sitio de Tarifa. Fue un torero coetáneo de Francisco Montes, Paquiro. En aquella época los toreros pertenecían tanto a la alta burguesía como a la baja. Falleció en un asalto por unos bandoleros en el pueblo de La Guardia, Toledo, el día 22 de abril de 1.838 cuando se dirigía a Madrid en diligencia a torear una corrida junto a Paquiro y Miranda. Intentó defenderse con un estoque, pero no pudo evitar su muerte. José de los Santos. Nacido en Sevilla, en 1.802. Le llamaron el “Torero Aristócrata”. Tomó la alternativa en Madrid en 1.832, con un toro de Cabrera, de manos de Francisco Montes, Paquiro. Falleció a consecuencia de una herida que se hizo con el estoque al tratar de evitar que lo corneara un toro, en Valencia, el día 1 de octubre de 1.847. Su fallecimiento se produjo en diciembre de ese año. Juan Pastor, el Barbero: Torero sevillano de Alcalá de Guadaira. Cuñado de Juan León y al principio en su cuadrilla. Juerguista y flamenco. Más famoso por esto que por su torería. Juan Yust, otro sevillano, buen torero que curiosamente murió de apendicitis. Y los hermanos Lavi, también gitanos de Cádiz. Francisco Arjona Herrera “Curro Cúchares”. Nació en Madrid, aunque de pequeño se trasladó a Sevilla. Este torero emergió entre los años cuarenta y estuvo diez años dominando el escalafón. Se consideró el torero más importante de la primera mitad del siglo XIX. Hijo y nieto de toreros. Fue pariente de Costillares y de Curro Guillén. Tomó la alternativa en el año, 1.842, aunque no hubo cesión de trastos. Falleció en la Habana a consecuencia del vómito negro. Su hijo “Currito” también fue torero pero nunca llegaría a la altura del padre. José Redondo, el Chiclanero. Fue de media espada con Francisco Montes “Paquiro” hasta que tomó la alternativa. Mantuvo con Cúchares una rivalidad en el ruedo y también con Montes, en los últimos años de éste. Debido a esta rivalidad cada torero trataba de aportar nuevas variantes al toreo. Este hecho sirvió para que avanzara la técnica y la creación de nuevas suertes. Hoy desgraciadamente no ocurre eso. Los toreros se han convertido en privilegiados funcionarios, donde nadie molesta a nadie por miedo de caer en desgracia y que las empresas lo metan en el fondo del olvido. Otro hecho a resaltar de aquella época es que todos los toros valían para la lidia, ya que la faena de muleta era muy diferente a como la entendemos hoy y la selección en las ganaderías era casi inexistente. El público también era muy diferente. Se sabe que no era difícil asistir a una corrida de toros y encontrarse con un mitin político. Todo, por supuesto, por el mismo precio. Julián Casas “El Salamanquino”. Nació en Béjar, en una familia acomodada, pero el fallecimiento de su madre, dio un giro a su vida y cambió los libros por los trastos de lidiar. Este hecho le permitió frecuentar a capeas y novilladas por los alrededores. Fue apadrinado por Cúchares y también por Juan León y Cayetano Sanz. Tomó la alternativa en Madrid en el año 1.856, pero no hubo cesión de trastos. Fue el primer torero que mató el primer toro de Miura en Madrid. Ya muy mayor no pudo matar un toro en Madrid por falta de facultades. Manuel Lucas Blanco. Fue un torero sevillano de condición humilde. Comenzó trabajando en el matadero y este lugar fue su primera escuela taurina. Fue apadrinado por Antonio Ruiz, El Sombrerero, que lo tuvo en su cuadrilla. En el año 1.837, y bajo el régimen Isabelino, es acusado de asesinar en una reyerta a un miliciano en la calle Fuencarral, de Madrid. Fue condenado a la máxima pena y ejecutado en noviembre de ese año. Su hijo Juan también fue torero y terminó alcoholizado. Cayetano Sanz: fue un gran torero madrileño nacido en el barrio de La Arganzuela. Compitió en el ruedo con Julián Casas, El Salamanquino. Fue protegido del duque de Veragua, a raíz de verlo torear en una ocasión una novillada en Aranjuez. Lució enormes patillas. Manuel Jiménez, El Cano. Nacido en Chiclana, el 25 de abril de 1.814. Figuró en las cuadrillas de Juan León y Juan Redondo, El Chiclanero. Murió días después de ser cogido por el toro Pavito, de Veragua en 1852. Todos y cada uno de estos toreros fue aportando nuevas variantes al toreo y enriqueciéndolo. Manuel Domínguez Campos, Desperdicios: Nació en Gelves, Sevilla, en 1.816. Tomó la alternativa en la corrida de la Beneficencia de manos de El Salamanquino. Son dos versiones las que nos han llegado relacionadas con el sobrenombre de “Desperdicios”. La primera, cuando lo vio torear Pedro Romero por primera vez en la escuela sevillana, dijo: “Este niño no tiene desperdicio”. La segunda deriva de cuando se encontraba toreando en la plaza del Puerto de Santa María en el año 1.857, un toro de nombre Barrabás, de Concha y Sierra, una cornada le vació el ojo y éste le quedó colgando. El torero se lo arrancó de un manotazo diciendo. “Fuera desperdicios”. Que cada uno elija la leyenda que más le guste. Pero antes de decidirse por una versión u otra, hay que tener en cuenta que en aquella época el 90 % de la población era analfabeta, los periódicos escaseaban y los que había no llegaban a la mayoría de las zonas rurales y las noticias se fabricaban en los mentideros y tertulias de los “colmaos” y tabernas. Antonio Sánchez, El Tato. Nació en Sevilla, el 6 de febrero de 1.831, en el barrio de San Bernardo. Frecuentó capeas de la zona y pronto se dio a conocer, adquiriendo cierto nombre. Fue yerno de Cúchares, a cuya cuadrilla perteneció y le dio la alternativa. Mantuvo una rivalidad con Antonio Carmona “El Gordito”. Era un torero que vestía muy bien, por lo que cuando paseaba por la calle parecía un galán. Cuando estaba en la cumbre de su carrera torera, un toro de Vicente Martínez, de Colmenar Viejo, llamado Peregrino, en Madrid, le pegó una cornada en una pierna y como consecuencia, se la tuvieron que amputar. Hay que trasladarse a aquella época para entender estos hechos. En esos tiempos la medicina estaba muy atrasada y para la curación de las heridas había que echar mano de los ungüentos, pero estos no solucionaban la mayoría de las enfermedades e infecciones que se presentaban. El Tato, con una pierna amputada, quiso seguir en la brecha taurina, para lo cual le hicieron una pierna ortopédica, pero no dio el resultado que esperaba. Ante estas circunstancias, se le atribuyó la famosa frase: “Adiós Madrid”. La pierna amputada estuvo expuesta en un escaparate de una farmacia en la calle Desengaño, conservada en alcohol y había grandes colas de gente para verla. En aquella época la contratación de los picadores y los banderilleros la hacían directamente las empresas. Los picadores llevaban sus propios caballos y alguno de ellos duraba hasta 10 años. Este dato puede ser poco significativo hoy, pero cuando esto ocurría, los caballos salían al ruedo sin peto y los picadores tenían que aguantar al toro a base de fuerza en los brazos y las entradas al caballo y los puyazos que recibían los toros no eran como los conocemos hoy. En aquella época y durante la corrida era habitual que en el ruedo hubiera varios caballos muertos y con las tripas fuera por lo que se les cubría con una lona. Pero el olor era nauseabundo. Debido a esta crueldad, no se entendería hoy una corrida con tales resultados. Por otra parte, el torero que se metía a ganadero normalmente fracasaba, ya que intentaba criar el toro a la medida del torero. Cúchares compró la ganadería del Marqués de La Conquista. El duque de Veragua le dirigió al torero la siguiente frase. “Un buen guitarrista no quiere decir que sea un buen constructor de guitarras”. Antonio Carmona y Luque “El Gordito”, fue el creador de las banderillas al quiebro (o al menos el que las puso de moda y así se cuenta en la historia). A criterio de algunos tertulianos, este torero fue El Fandi del siglo XIX. Los toreros clásicos le criticaron esa invención ya que la consideraron una suerte con ventajas. En esos tiempos había muy buenos banderilleros, que ejecutaban la suerte con sobriedad, asomándose al balcón. Pero como ocurre hoy, el innovador también tuvo sus partidarios. Lo que no hubo ninguna duda es que fue un excelente estoqueador. Sus hermanos, menos famosos, fueron apodados “Panaderos”. Otros importantes de la época serían los gaditanos Manuel Hermosilla, de Sanlúcar de Barrameda y José Sáchez del Campo “Cara-Ancha”, de Algeciras. Manuel Fuentes “Bocanegra”. Comenzó su carrera en una cuadrilla infantil y después continuó como banderillero en la cuadrilla de José Rodríguez “Pepete”. Le dio la alternativa Cúchares en Madrid, el 5 de mayo de 1.854. Fue un torero muy valiente, pero de escasos recursos técnicos y su muerte no dejó de tener un signo curioso. Ya retirado de su profesión y bastante obeso, el día del corpus del año 1.889, se encontraba de espectador con su sobrino Rafael Ramos “El Melo”, que era novillero, en la plaza de toros de Baeza. Debido a que el cuarto toro, de nombre Hormigón, de Agustín Hernández, había sembrado el pánico en el ruedo, el público solicitó a El Melo que saltara al ruedo a matar al toro y el presidente aceptó. El novillero así lo hizo y en un momento de apuro su tío acudió al quite pero no pudo entrar en el burladero y el toro lo corneó. Como consecuencia de esta cornada falleció al día siguiente en Baeza. Rafael Molina Lagartijo: Nació en Córdoba, el 27 de noviembre de 1.841, en el barrio del Matadero, fue hijo de Manuel Molina, “Niño de Dios”. Comenzó en la cuadrilla de José Rodríguez “Pepete” y fue testigo de la cornada que le infringió a éste el toro Jocinero, de la ganadería de Miura, que le causó la muerte. Le dio la alternativa Cayetano Sanz. A partir del año 1875 su toreo se convierte en más artístico, llegando a la cima por sus conocimientos de la lidia y su perfección en la suerte final. Esto le llevó a ser conocido en Córdoba como el Gran Califa, título honorífico que en la actualidad comparte con otros cuatro matadores cordobeses bajo el nombre de Califas del Toreo. Fue el creador de la media cordobesa. Se le criticó que le perdía un paso al toro cuando entraba a matar. Dicen que fue el más grande banderillero de todo el siglo XIX. Salvador Sánchez Frascuelo. Nace en Churriana, Granada, el día 23 de Diciembre de 1.842. Vino a vivir a Madrid con su madre y el toreo se le ofreció como el único camino para poder conquistar el modo de vivir que quería. Fue un torero de ambición no de vocación. Recibió la alternativa en Madrid de manos de Curro Cúchares, el 27 de octubre de 1.867. Su toreo se basó en la valentía, en la fuerza física y los recursos físicos. Era un gran estoqueador a la vez que un gran banderillero. En 1868 comienza la rivalidad con Lagartijo en el ruedo, enfrentándose ambos a sus enemigos con valentía, lo que les llevaba hasta tumbarse delante de un toro. Por algunos de estos hechos tuvieron que ser reprimidos por la presidencia por su temeraria actitud. A opinión de la mayoría de la crítica de la época, Lagartijo fue más completo que Frascuelo. Fueron las dos figuras del toreo más importantes el siglo XIX y fueron los creadores de la tauromaquia que quedaría asentada en el siglo XX. Con ellos comenzó la competencia en la prensa escrita donde destacó el polifacético vasco Antonio Peña y Goñi, el cual escribió sobre ambos toreros en el libro de título: Lagartijo y Frascuelo y su tiempo. Fue director de la revista La Lidia, donde escribía sus críticas bajo el seudónimo de D. Cándido aunque siempre fue más partidario de Frascuelo. Al final de la época dorada de Lagartijo y Frascuelo, emergen los toreros Rafael Guerra Bejarano “Guerrita” y Luis Mazzantini, pues Manuel García “El Espartero” no podría llegar al ser muerto por el toro Perdigón de Miura. Rafael Guerra Bejarano “Guerrita”. Se presento en Madrid con el apodo “Llaverito”. En el año 1.885 ingresa en la cuadrilla de Lagartijo, el cual le da la alternativa en Madrid en el año 1887. Fue un torero de una gran fortaleza física y un compendio entre Lagartijo y Frascuelo. Fue el precursor de las figuras actuales y considerado el segundo califa del toreo. Con Guerrita comienzan a imponerse las ventajas del torero sobre el toro, eligiendo los toros a lidiar, perdiendo los ganaderos la hegemonía sobre la elección del ganado. Guerrita siempre elegía el quinto toro. Esto tenía su explicación. En aquellos tiempos en las plazas no había luz eléctrica y en el sexto toro, en muchas ocasiones, se hacía de noche y el público no podía valorar la labor del torero, aparte del peligro que originaba este hecho. De aquí viene la famosa frase: ”No hay quinto malo”. Con el paso de los años fue perdiendo el favor del público, llegándole a insultar incluso por la calle. Se retiró de los toros en el año 1.899, en plenas facultades, con la famosa frase: “No me voy, me echan”. De su boca salieron muchas frases sentenciosas, entre ellas: “En Madrid que atoree San Isidro” o tras un viaje a Manhatan ”¿Qué hace la gente en Nueva York un domingo por la tarde si aquí no hay toros?” ¡Ahí queda eso! Luis Mazzantini. Nació en Elgóibar, Guipúzcoa. De refinados gustos. En busca de la fama y el dinero decidió dedicarse al toreo. Toma la alternativa en Madrid en el año 1884 de manos de Lagartijo. Torero culto y aficionado a la ópera, coincidió con Guerrita y los últimos años de Lagartijo y Frascuelo. Intentó poner freno a las triquiñuelas fraudulentas del torero cordobés, imponiendo el sorteo de los toros. Logró también la mejora en los honorarios de los toreros. Fue un gran estoqueador y un caballero dentro y fuera de la plaza. Llegaría a ser Jefe de Estación de Tren y Gobernador Civil de Guadalajara y Ávila y Jefe de Policía. Y así podemos decir que se acaba el siglo XIX en el toreo. Don Joaquín, nuestro invitado, había metido con sus comentarios en el túnel del tiempo de ese siglo XIX tan apasionante, taurinamente hablando, a todos los presentes pero ese juez infalible llamado tiempo, también en este caso, marcó el fin de la tertulia para sacarnos de él. Todos, sin excepción, habíamos estado absortos escuchando sus comentarios taurinos que la historia ha hecho llegar hasta nosotros. Solo nos quedó decir: “Gracias, don Joaquín. Hasta la próxima ocasión”.