De muy interesante podemos calificar la tertulia protagonizada por D. Luís Espada y D. Pedro Antonio Naranjo esta noche en la sede de nuestra Asociación. Con la frase que titula estas líneas, pronunciada por D. Luís Espada, quedaba dicho todo. Y es que hoy teníamos ante nosotros a dos personas que han ejercido de presidentes en plazas de toros, bien es verdad que de diferente categoría (Espada en Las Ventas y Naranjo en Ciudad Real) pero con algo en común y que les distingue de la mayoría de los “pobladores” de palcos actuales: ambos son buenos aficionados.
“¡EL QUE SUBA AL PALCO QUE SEA AFICIONADO. Y SI NO, QUE NO SUBA!”
“Abrió plaza” por orden de antigüedad D. Luís Espada Simón, quizá el último buen presidente de verdad que hemos tenido en la plaza de Madrid. Desde un principio dejó clara su postura ante el espectáculo: “los tres elementos fundamentales de la Fiesta son el toro, el toro y el toro, y todo lo demás quedará supeditado a él”. Nos desgranó D. Luís lo que a su juicio son las tareas básicas de un presidente a la hora de dirigir un festejo, pero destacaba un detalle importantísimo, del que más vale tomaran nota sus colegas actuales: “En un festejo podemos distinguir dos etapas. Una la anterior a las cinco de la tarde y otra a partir de esa hora. En la primera es en la que el ganadero ha preparado sus toros y ha cobrado por ellos, el torero se presenta en la plaza con su contrato y sus condiciones económicas firmadas y el empresario sabe los ingresos que le va a generar dicho festejo. Allí todos saben lo que van a cobrar. Pero llegan las cinco, y falta un elemento principal que entra en juego y el único que no cobra, sino todo lo contrario, el aficionado. Y por ello hay que darle un espectáculo en toda su integridad y el garante de que ello ocurra y máximo responsable debe ser el presidente”. Así de claro y así de rotundo. Y nos preguntábamos los asistentes: ¿Se habrán molestado los “Julios, Trinidades,…” en conocer y aprender de estos verdaderos aficionados? Pues mucho nos tememos que no, porque lo realmente preocupante es que les falta precisamente eso, afición, y sin esa condición, por favor que sigan el consejo que D. Luís… ¡Que no suban! No menos enriquecedora fue la exposición y posteriores explicaciones manifestadas por D. Pedro A. Naranjo. Él, durante tres años presidente de la Plaza de Ciudad Real, se ha encontrado con todo en contra. Los más diversos problemas y presiones, desde los impuestos por un simple mozo de espadas a la propia Administración, en este tipo de plazas se dan cita cada vez que se anuncian toros. Y como D. Pedro argumentaba “en las plazas de provincia te encuentras realmente solo. Y además es que el público ni siquiera protesta por defender sus derechos”. Sus intenciones eran las de ir cambiando y a la vez formando poco a poco a los propios espectadores, para que los continuos desmanes que los taurinos imponen no se admitan como algo normal, pero como él mismo nos comentaba “sólo me dejaron ejercer tres años y luego me echaron. Resultaba bastante molesto. Y encima hubo medios de comunicación que me trataron casi como un delincuente.” Y todo por defender la integridad de la Fiesta con actuaciones como la de no admitir unos toros tullidos y desmochados impuestos por Manzanares “padre” o negarse a rechazar un Conde de la Corte como sobrero, porque según el entorno de Abellán tenía una nube en un ojo. Resultado: suspensiones de festejos, mala fama entre los taurinos y destitución por parte de la Autoridad superior porque como al propio protagonista le recomendaban, “¡no era necesario cumplir a raja tabla con el reglamento, hombre…!” Ver para creer. Pero así está esto y así van a acabar toda esta panda de taurinos sin escrúpulos con nuestra Fiesta. Nosotros por de pronto, agradecer a nuestros dos contertulios el hecho de compartir la riqueza de sus experiencias con “estos locos” de la Asociación El Toro, que si bien nos han descubierto una vez más la desvergüenza de este mundillo, por otra parte nos hacen reafirmarnos más en nuestras convicciones. Por lo menos ellos, mientras pudieron, sí cumplieron con su primer deber: la defensa del aficionado.