DETALLES DEL FESTEJO
Plaza de Toros Las Ventas
Decimocuarta de feria en la que el aguacero y el hijo del AC Hoteles fueron los protagonistas. A lidiar seis novillos parejos y lavaditos de cara de Conde de Mayalde; reses de procedencia ‘El Ventorrillo’ de la parte de Francisco Medina vía Juan Pedro Domecq y también de Juan Contreras por separado.
Pablo Atienza, silencio en ambos.
Alfonso Cadaval, saludos y silencio.
Toñete, saludos y oreja.
Presidencia: D. José Magán Alonso. Sin complicaciones.
La tónica general de la corrida fue la mansedumbre y nobleza. Muchos se preguntaban desde las gradas; los del tendido estaban más pendientes de los chubasqueros, “Qué más quieren para torear”. A falta de clase y torería la disposición y el valor novilleril lo puso Toñete, el novillero estrella del escalafón que llegaba a Madrid con la mirilla puesta, como si de un m-4 se tratara.
Pablo Atienza, quién dejó un buen sabor de boca el año pasado, vino a la primera plaza del mundo con la idea de que un año te salva los demás y así pasó. Disposición cero, trasteo por aquí, mantazo por allá… Y el novillo cuya condición era salir suelto y no tener fijeza pues pasaba del chaval, que lo perseguía como si fuera detrás del perro que acaba de romper la correa. Meritazo el suyo con la espada, muy acertado, estocadón arriba y el novillo al desolladero. ¡ANDA YA! Le sonó un aviso y no fueron dos porque el presi fue benévolo, vaya maneras de salirse de la suerte, de pinchar uvas, de trinchar pollo… Como gustéis. El caso es el que el novillo no dijo adiós a este mundo hasta que Atienza no le dejó un recado trasero y atravesado. Con su segundo, parecía que sí, pero… Lo de siempre. Sale un novillo para hartarse a torear, una perica en dulce, noble a más no poder, con esa clase del ventorrillo que roza el eterno hilo de la invalidez y la clase excelsa. Ni con esas pudo Atienza, además se puso vulgarmente pesado con las bernadinas. Volvió a fallar con los aceros.
Llegó al barro de la calle Alcalá Alfonso Cadaval, se presentó con una actitud novillera muy echada en falta en los últimos tiempos. Pendiente de los compañeros, intentando colocar a los de su lote, no dejó pasar ni un quite. Su primero un animal que acusó las dos suaves varas que le impuso el de la pica. En la muleta fue acomodando su embestida a la muleta que iba y venía de rodillas del “Moranquito”. Otro animal noble y fina clase que se diluyó en la diestra del novel. Con la izquierda tuvo tramos muy buenos, cruzándose y rematándolo atrás. Faltó una estructura de faena más concisa y clara. Dejó la espada entera y caída, le sacaron a saludar para animar esa cara que se le queda a uno cuando se te va un novillo tan “de cortar pelo”. Con su quinto alargó mucho una faena que no quería ni el toro ni el propio novillero. Silencio.
Llegó con una ilusión propia de un chaval que lo ha tenido relativamente fácil, Toñete. A su primero le trasteó arriba, abajo, al centro y a matar. El novillo flojeaba de remos y nada llegó al tendido, más que la sensación de estar sujetando a un utrero que le faltaba la silla de ruedas para que hubiéramos cobrado subvención. En el sexto fue cuándo se armó la marimorena. Se cerró el cielo, se puso a pedrear y el que aguantó el chaparrón fue Toñete, bueno y sus amigos que estaban en la barrera del cinco como si un grupo de Street hooligans del West-Ham se trataran. Muleta y estoque de mentira en mano, se puso manos a la obra con un novillo, sí, otro para hartarse a torear, pero estaba aquello como para gustarse. Cambió el trapo un par de veces de lo que pesaba y se gustó en el centro del ruedo con unos oles y “¡Toñete, Toñete!” de fondo que recordaban a la típica música épica de Gladiator, o a los tendidos de Pamplona, juzguen ustedes. Dejó una estocada caída y una oreja muy merecida por tragar y tragar, que a fin de cuentas es lo que debe hacer un novillero que quiere consagrarse. Así cerró la plaza Toñete, paseando un despojo bajo el diluvio universal.